Fiona García es una chica de 21 años que tiene claro que las aplicaciones de citas ya no tienen sentido, dado que ha llegado un momento en el que resulta complicado dar con hombres que no parezcan un meme de Donald Trump. «He llegado a quedar con chicos que, sin ningún tapujo, hacían bromas como ‘la mujer, a la cocina’. Otros hablaban seriamente de que los hombres ya no son lo que eran», explica.
A partir de un momento, decidió crear una especie de «test o encuesta» para no encontrarse con más «sorpresas»: «Aunque suene raro, empecé a hacer preguntas sobre sus ideas políticas antes de verlos para no llevarme sustos», explica Fiona sobre una práctica que se va extendiendo entre las usuarias. Más allá de las cautelas, cada vez descubría más facetas que desconocía de la tropa masculina de Tinder: «Me di cuenta de que hacen listas de chicas con las que han estado a las que puntúan en los grupos de WhatsApp. Además, algunos ocultaban que tenían pareja hasta el último momento». Al final, Fiona se ha dado de baja de las aplicaciones de citas y dice encomendarse a «la esperanza» de que algún día aparezca alguien «interesante, normal y empático».
Brecha entre géneros
Cabe decir que el caso de Fiona no es ni de lejos único. De un tiempo a esta parte, desde investigaciones sociales hasta encuestas de opinión bucean en esa brecha creciente que separa a chicos y chicas y que, en cuanto a relaciones interpersonales, impacta tanto en las amistades como en las citas, las parejas o incluso los planes de crianza.
En España, los últimos estudios del Centro de Investigaciones Sociológicas han demostrado algo inédito: desde 1987 –año que empezó a funcionar esta encuesta–, los hombres de entre 18 y 24 años nunca se habían situado tan a la derecha. Por contra, las mujeres de esa misma edad se encuentran en su máximo histórico de ubicación a la izquierda. Esto dibuja una gran divergencia entre los menores de 30 años: la generación Z son dos generaciones, no una.
Burbujas
Y las burbujas de las redes no hacen más que alimentar y amplificar esa brecha. Según una encuesta de ‘The New York Times’, más del 60% de jóvenes pasan, al menos, cuatro horas al día navegando por redes sociales, espacios cuyos algoritmos diseccionan a los usuarios según el género y la edad, entre otras variables, y bombardean con mensajes que van construyendo imaginarios. Los varones jóvenes reciben un grueso de contenidos adaptados a esa figura del ‘rebelde reaccionario’ que alimentan las redes con vídeos antifeministas que hablan de «hacer al hombre grande otra vez», rutinas de gimnasio, «secretos» para ser millonarios y mensajes sobre cómo supuestamente los inmigrantes ponen en jaque los derechos de los trabajadores.
Una de cada tres mujeres con valores igualitarios no encuentra pareja en el sexo opuesto
Por contra, estas mismas plataformas plantean un algoritmo totalmente diferente para las mujeres, con contenidos vinculados a la moda, la belleza, las mascotas, la lucha feminista y la idealización de la mujer independiente.
Dificultad para el vínculo
Está claro que estos dos mundos en colisión impactan también en las relaciones heterosexuales dentro y fuera de Tinder. Mireia Cabero, psicóloga infantil y de pareja, apunta a que, “cuanto más similares son estos valores, más fácil es conectar y estar bien juntos”. Es por eso que, “cuanto más contrarios se es, en cambio, más complejidad relacional y más difícilmente se construyen relaciones de confianza, proximidad y admiración”, apunta la psicóloga.
Ante esta situación, es fácil entender el creciente número de relaciones pasajeras o de poco vínculo. Como explica Cabero, “en las relaciones poco profundas, las diferencias no importan, pero sí cuando se busca que sean más estrechas, ya que entonces es más fácil que afloren las frustraciones y las expectativas inasequibles”. A pesar de ser polos opuestos, también es evidente que en una relación no hace falta ser dos gotas de agua, al contrario, ya que “las diferencias nos tienen que hacer bien, hacernos crecer y hacernos mejores”, dice la experta. Sin embargo, la cosa cambia cuando hablamos de formas de pensar opuestas, que se repelen entre ellas.
«Faltan hombres para mujeres formadas»
Ana Belén Cano, socióloga e investigadora asociada de la UB, añade a la ecuación las variables de nivel de estudios y formación. Cada vez hay más mujeres con estudios superiores. El año pasado, más de un 54% se graduaron en estudios de este nivel, mientras que los hombres no alcanzaron el 46%. Esta tendencia, sin embargo, no lo explica todo. La clave también está en “el tipo de grados que eligen, ya que las mujeres optan por estudios más relacionados con los cuidados, como Medicina, Enfermería o Humanidades”, apunta la socióloga. Estos estudios priorizan competencias como el pensamiento crítico, la responsabilidad social o la empatía. Por contra, los hombres tienden a elegir formaciones que, como las ingenierías o la economía, «están más focalizadas hacia la intervención y la acción, no a la reflexión”, hecho que, según Cano, explicaría “por qué las mujeres tienen pensamientos más reflexivos en relación a las deficiencias de la sociedad y los hombres presentan un pensamiento más estratégico”.
Cano también apunta a lo que algunos autores llaman “el déficit masculino”, que hace referencia a que “faltan hombres para mujeres formadas e igualitarias”. Esta situación se traduce en que una de cada tres mujeres con valores igualitarios no encuentra pareja en el sexo opuesto. “Esto explica por qué hay muchas mujeres que deciden permanecer solteras o que se acaban emparejando con hombres de nivel educativo menor y con valores más conservadores. También explicaría el aumento del número de divorcios, especialmente tras la maternidad, que es cuando se perpetúan estos roles de género en la crianza: ahí es donde todo explosiona”, subraya Cano.