La reciente DANA, que ha causado la mayor tragedia por lluvias torrenciales en décadas en España, deja tras de sí un legado emocional profundo para afectados y personal de emergencia. Con al menos 95 víctimas mortales y numerosos desaparecidos en la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha y Andalucía, las inundaciones han devastado barrios, infraestructuras y hogares. Sin embargo, más allá de las pérdidas materiales, esta catástrofe tiene un impacto psicológico duradero.
Si se percibe que la situación podría haberse gestionado mejor a nivel político o mediático, el dolor general se agrava con la ira
Andrés Cuartero, jefe de Psicología del Servicio de Emergencias Médicas de Catalunya (SEM), describe el enfoque psicológico en estos eventos: “En la atención a las catástrofes naturales, hay una parte inicial en la que la prioridad es el rescate y el salvamento de personas. Pero al restablecer cierto control, comienzan a surgir necesidades psicológicas”. Cuartero señala que el duelo en estas situaciones es particularmente complejo: “Cada persona ha sido impactada de manera diferente. El dolor por la pérdida de un ser querido en estas circunstancias no es esperado ni aislado; debe lidiarse con la identificación de los cuerpos y la comunicación a los familiares, que han podido pasar mucho tiempo desinformados”.
Ansiedad por falta de información
La falta de información y el caos en los primeros momentos prolongan la ansiedad. “La incertidumbre prolongada previene el inicio del duelo y genera mucha angustia”, indica Cuartero. Además, los alojamientos temporales para los desplazados se convierten en puntos de caos y socialización de experiencias dolorosas, intensificando el sufrimiento colectivo. “Reconstruir hogares, espacios comunes y rutas de tránsito es un proceso emocional largo y arduo, aunque no esté necesariamente vinculado a situaciones de vulnerabilidad social o trastornos mentales”, explica.
El trauma psicológico se extiende también a quienes han estado en situaciones de riesgo de muerte o han presenciado la muerte de otros, aunque no hayan perdido a alguien cercano. “Personas que han sido expuestas a experiencias de riesgo de muerte o han presenciado muertes también sufren heridas emocionales, incluso si no han perdido a alguien querido. Debemos transmitirles que pedir ayuda es necesario si el malestar emocional persiste”, añade Cuartero. En estos casos, asegura que no es necesario recurrir a medicación, sino a un acompañamiento psicológico constante: “Es una respuesta natural al peligro, la incertidumbre o la amenaza”.
El impacto emocional se complica con la percepción de la gestión de la crisis, pues cuando las personas sienten que la situación podría haberse manejado mejor, el sufrimiento aumenta y se mezcla con rabia. “Si se percibe que la situación podría haberse gestionado mejor a nivel político o mediático, el dolor general se agrava con la ira”, afirma Cuartero. Esta combinación de emociones —confusión, tristeza, rabia— suele aparecer de manera irregular y en un flujo que varía en intensidad, siendo especialmente fuerte en las primeras semanas.
Buscar apoyo psicológico
El experto subraya que el proceso de duelo, especialmente en las catástrofes, no sigue una secuencia lógica de emociones. “No existe una secuencia. Todo se da en un flujo irregular; las emociones son muy intensas al inicio y, poco a poco, tienden a disminuir, aunque persistan de algún modo”, explica. Por ello, Cuartero recomienda que, si después de un mes las emociones no han disminuido, los afectados deberían buscar apoyo profesional: «Si el malestar persiste con la misma magnitud más allá de tres o cuatro semanas, es momento de pedir ayuda. No es necesario medicalizar; a menudo, basta con el acompañamiento emocional”.
Por último, el impacto de la tragedia alcanza también a los profesionales de emergencias: “Están acostumbrados a rescatar personas en situaciones críticas, pero no de forma tan masiva como estamos viendo estos días”. No obstante, Cuartero sostiene que el éxito en salvar vidas puede actuar como un factor protector para el bienestar emocional de los rescatistas, reforzando su vocación a medio y largo plazo.