Una vecina de la calle Clara Campoamor del muncipicio valenciano de Picanya se rompe a llorar cuando vuelve a entrar a su casa, totalmente inundada tras la fiereza del agua. En la calle el olor es ácido, demasiado agresivo, porque viene de las cañerías y los desagües. El infierno de la Dana deslumbra a pie, en las calles enfangadas de Picanya, por su terrible efecto devastador. No hay palabras para definirlo. Ni tampoco de consuelo frente al infortunio y la oscuridad de una historia en la que los muertos no han acabado de contarse. Las imágenes, las sensaciones y los pensamientos que se suceden en el espacio circular del tiempo desde el pasado martes son de dolor.
«Fue un milagro»
«No sé cómo estamos vivos. Fue un milagro. Tratamos de contener el agua del barranco con contenedores y sacos de arena, pero su efecto nos empujó directos al parking. Ese día no cayó una gota, nos llamó un vecino y salimos corriendo», destaca su marido. Han aprendido a vivir al borde de la vida en las últimas horas, pero es imposible acostumbrarse a ello tras el zarpazo de la naturaleza. Los electrodomésticos y los muebles está también están arrasados.
Se expresan con seriedad, en frases cortas y la mirada vencida, cansada, porque tampoco existe consuelo para ellos, pese a la solidaridad de cientos de valencianos -miles incluso diaria- que no se conocían y que se han tendido la mano en los peores días de su historia.
Un grupo de más de diez amigos también ha acudido a casa de su amigo Nacho, en la que el agua todavía no ha bajado ni medio metro en el sótano. No han dejado de achicar agua con palas, escobas y cubos. Es la solidaridad del pueblo valenciano y la ceremoniosa manera de sacar a flote la comarca de l’Horta. Son iluminaciones en el foco del horror, la zona cero de la terrible Dana que ha llevado la existencia a los márgenes, al filamento imperceptible que separa la vida de la muerte, la misma supervivencia.
José Antonio Santos, en otra calle de Picanya, también tiene que contenerse las lágrimas. Pagan 150 euros la hora, más el desplazamiento, por la extracción de agua con camiones cuba llegados desde Alicante. «Estamos utilizando recursos propios para limpiar. Nos va a costar entre 18.000 o 20.000 euros sacar toda el agua de los sótanos. Entendemos que lo primero son las personas, pero faltan contenedores de basura, nos da miedo que podamos coger infecciones porque los restos ya son de más de tres días».
Un paisaje de guerra
José Antonio, arropado por toda la familia, también explica que tienen miedo porque «todas las noches hay robos de coches y casas». No hay un solo paisaje que se asemeje más a una guerra. Picanya, como tantas otros municipios valencianos, no parece Valencia. La realidad traspasa el sentido de la vida, dando así testimonio de la destrucción y el completo desorden que ha supuesto esta catástrofe meteorológica, la peor vivida hasta ahora en la Comunitat Valenciana.