Una vecina de la calle Clara Campoamor del muncipicio valenciano de Picanya se rompe a llorar cuando vuelve a entrar a su casa, totalmente inundada tras la fiereza del agua. En la calle el olor es ácido, demasiado agresivo, porque viene de las cañerías y los desagües. El infierno de la Dana deslumbra a pie, en las calles enfangadas de Picanya, por su terrible efecto devastador. No hay palabras para definirlo. Ni tampoco de consuelo frente al infortunio y la oscuridad de una historia en la que los muertos no han acabado de contarse. Las imágenes, las sensaciones y los pensamientos que se suceden en el espacio circular del tiempo desde el pasado martes son de dolor.

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