Sedaví se despertó este miércoles de la pesadilla de unas lluvias devastadoras. La calle continuaba siendo un río, en algunos casos de varios palmos de agua, y un paisaje de bajos completamente devastados. Bares, panaderías, talleres, residencias… ningún comercio se ha librado de que el agua arrase con él.
Algunas empresas de muebles muy conocidas en la zona lamentan pérdidas millonarias y sus responsables explican que, salvo milagro, se verán abocados a cerrar sin remedio. «Todo el material se ha echado a perder, no podemos levantar cabeza», explica un vecino.
Amparo, la vecina de al lado, mira la calle desde su cuarto piso repitiendo que no se lo puede creer. «Aún no lo asimilo, las calles son ríos, y anoche lo único que se veía es agua primero y oscuridad después cuando se cortó la electricidad», cuenta.
Explica que, sobre las tres de la mañana, las calles se llenaron de gente con el agua hasta la cintura, linternas, y tratando de encontrar a sus seres queridos que habían perdido en la riada. «Mucha gente se refugió en bares y bajos. Quiero pensar que la mayoría encontraron a su familiar», explica Amparo.
Peor que en el 57
José barre la acera de su finca como quien intenta barrer el mar. La calle está completamente destrozada, el agua llega hasta el bordillo y todo está lleno de barro. Pero el vecindario arregla lo que puede tratando de poner orden en la destrucción.
Entra a su rellano y señala las marcas de a dónde llegó el agua que le vienen por encima de la cabeza. Más de 1,80 metros que dejaron la electricidad de la finca completamente inoperativa. Asegura que «nunca había visto llegar el agua tan alto. Tengo 61 y vine aquí a los 17».
Dormir encima de una furgoneta
La noche de la riada dejó imágenes muy duras y de mucha angustia para los vecinos, como la de uno que se quedó atrapado encima de su furgoneta, en pleno torrente de agua. «Intentamos sacarlo pero era imposible llegar a él. Al final se quedó tumbado encima hasta que el agua bajó lo suficiente, durmió encima de la furgoneta», explica. Poco podían hacer las linternas del vecindario para alumbrar tan lejos.
Hay casos más dramáticos, este miércoles varias personas buscaban a sus familiares desesperadamente por la localidad, ya que no sabían nada de ellos desde que empezó la riada. Algunos de esos familiares desaparecidos iban con niños pequeños, según algunos testimonios recogidos a pie de calle.
En el pueblo, la escena es la de coches amontonados y convertidos en chatarra, en algunos casos taponando calles enteras junto a cañas y plantas. Los vecinos caminan con palos para intentar evitar baches y alcantarillas, ya que el agua turbia no deja ver el suelo.
El milagro de la residencia
«Están todos vivos». Lo dicen aliviadas las diez trabajadoras de una residencia de Sedaví que acaban de vivir una de las peores noches de sus vidas. «Algunas tienen brechas que les tienen que curar, otros han pasado la noche sin oxígeno, pero no se nos ha quedado ninguno», explican con la cara demacrada de quien ha realizado un enorme esfuerzo, pero con la sonrisa de saber que han salvado más de un centenar de vidas.
El agua subió de 0 cm a casi dos metros en cuestión de minutos. «Media hora, o puede que menos«, cuentan. El ascensor rápidamente dejó de funcionar, y decidieron subir personas a pulso por las escaleras. «No podíamos subirlos con las sillas, hay gente muy pesada que teníamos que subir entre varios y cuando los subimos al primero los cogimos un piso más hasta el segundo por si acaso» explican las trabajadoras, que ahora tratan de rescatar lo poco que queda de valor en un primer piso reventado por el agua.
«Conseguimos acostarlos, pero hemos pasado la noche sin agua, sin oxígeno para los que lo necesitan y sin comida», explican. En mitad de la entrevista varios efectivos de la UME entran con varias bombonas de oxígeno y las suben al segundo piso. Durante la mañana de ayer se valoró desalojar la residencia ante posibles nuevas crecidas, pero finalmente no se hizo, y se ha decidido proveer de víveres a los jubilados.