Pascal Bruckner (París, 1948) es lo que hoy en día unos, de corte más conservador, llamarían un pensador rebelde e incómodo, mientras otros, de ideología más progresista no dudarían en tildar de «señoro». Más allá de simplificaciones superficiales, el escritor, filósofo y ensayista francés es un hombre de su tiempo y, como tal, no permanece ajeno a polémicas ni a posicionamientos tan acertados como cuestionables. Ese es el trabajo de los intelectuales. Pero, por encima de todo, Bruckner es un buen iniciador de conversaciones.

Esto es lo que ha hecho a lo largo de su carrera con obras tan elogiadas como La tentación de la inocencia y La tiranía de la penitencia, ambas editadas en España bajo el sello de Siruela. El pensador parisino forma parte de los llamados «nuevos filósofos» franceses junto a junto a nombres como Alain Finkielkraut, André Glucksmann y Bernard-Henri Lévy. Un grupo de intelectuales que, en los años 70, cuestionaron los dogmas de la izquierda tradicional heredera del mayo del 68. En su extensa obra ha explorado temas como el individualismo, el consumismo, la culpa cultural en Occidente, y la relación de la sociedad moderna con la moral y la felicidad.

Ahora lo vuelve a hacer con un breve ensayo titulado Vivir en zapatillas. Sobre la renuncia al mundo en la actualidad (Siruela). Un libro que trata de bucear entre las consecuencias de un confinamiento global que muchos parecen haber borrado de su memoria. Más de cuatro años han pasado desde ese primer encierro y sus consecutivas recaídas, pero aún cuesta ver obras de cualquier manifestación artística que se atrevan a enfrentarse a los resquicios de la pandemia del covid.

En los últimos años, Bruckner se ha hecho una reputación entre los referentes ideológicos críticos con la cultura woke y el neofeminismo, expresándose sin tapujos sobre los temas que marcan la agenda diaria de la actualidad. Con esa actitud, desafiante pero reflexiva, atiende el filósofo francés a El Independiente a su paso por Madrid para presentar su último libro.

El filósofo y escritor francés, Pascal Bruckner.

Pregunta.- El punto de partida de Vivir en zapatillas son las consecuencias que nos dejó la pandemia, algo que nos ha marcado a todo, pero que parece que pronto se ha olvidado.

Respuesta.- Ahora tenemos otros problemas más actuales de los que ocuparnos. Pero es curioso que cada vez se publican más libros y estudios sobre el periodo del covid, aunque lo hayamos borrado de la memoria en nuestras vidas cotidianas. Es algo normal cuando se produce un acontecimiento mundial así, sus repercusiones se dejan sentir varios años después. De alguna manera, sigue influyendo en nuestro comportamiento, un suceso de esa importancia deja huellas a largo plazo.

P.- En su día, la gente comparaba el impacto de la pandemia con las grandes guerras en Europa, sin embargo, fueron claves a la hora de construir la identidad europea, ¿cómo cree que ha influenciado la pandemia en esa identidad?

R.- Curiosamente el covid no ha reforzado la identidad europea, sino que más bien la ha debilitado. Pensemos en el surgimiento de los movimientos anti europeístas como Orbán en Hungría, por ejemplo. Pero hay un tema que me tiene bastante intrigado y es esa especie de enigma de por qué algunos países con grandes extensiones de terreno, como en África o India, apenas sufrieron sus consecuencias, ya puede haber sido un campo potencialmente tremendo de expansión del covid y allí ha tenido muy poca influencia, no ha sido tan desastroso. Así que sigue habiendo muchas preguntas que hacerse sobre la pandemia. Pero, si se trata de crear una nueva identidad, no creo que haya reforzado los lazos, ni ha creado nada nuevo.

P.- Llama la atención, sobre todo pensando en en el terreno de la ficción, la literatura y el cine. Sobre las guerras mundiales siempre ha habido una larga tradición de películas y libros que se hacían entonces y también se siguen haciendo hoy. Sin embargo, sobre la pandemia hay una conversación pendiente que no muchos se atreven a abordar.

R.- Es cierto, muy buena observación. Por el momento no hay grandes libros, ni grandes obras, ni películas sobre el confinamiento, sino todo lo contrario. Al menos en Francia ha triunfado todo lo contrario, la literatura de evasión. Las ganas de viajar, de redescubrir el mundo, de escapar. Tal vez es muy difícil construir ficción en torno a un virus. Pero sí, el covid no ha fecundado la literatura, la pintura o el cine como debería. Es cierto y asombroso.

El confinamiento ha sido un duro golpe a las libertades individuales

P.- En Vivir en zapatillas usted examina precisamente las consecuencias sociales del confinamiento, quizá la más importante de todas es la pérdida de la libertad como ideal.

R.- Esto es algo sobre lo que los moralistas e historiadores llevan advirtiendo desde hace tiempo. El ejemplo más sorprendente es del capítulo del Gran Inquisidor en Los hermanos Karamazov de Dostoievski: ¿por qué a la gente no le gusta la libertad, que intentan deshacerse de ella? El covid ha supuesto una renuncia a unos valores y ha supuesto, sobre todo una explosión tremenda de normas burocráticas, leyes y formularios a rellenar. En este sentido, el confinamiento ha sido un duro golpe a las libertades individuales.

P.- Usted escribe: «La pandemia ha sido vista por muchos como una prueba de purificación moral». Como si se hubiese instalado una sensación de merecimiento que recuerda a aquellas multitudes flagelantes de la Edad Media que pensaban que la peste era un castigo divino. Hemos matado a Dios, pero la culpa y el pecado están más vivos que nunca.

R.- El sentimiento cristiano de castigo divino se ha visto últimamente en dos vertientes. Por una parte, con el tema del Sida, que en muchos países, sobre todo en Estados Unidos, se ha sentido como una especie de castigo natural ante una vida disoluta, desordenada, la homosexualidad y el sexo fuera del matrimonio. La otra versión de esto ha sido en torno al covid. Por ejemplo, el ministro de Ecología francés, Nicolas Hulot, que ahora por cierto ha sido apartado de la política por un caso de escándalo sexual, llegó a decir en televisión que el covid era el último aviso que nos daba la naturaleza antes de un final causado por nuestros exceso. Todo esto es pura fantasía, pero puede permitir a algunas personas explicar lo inexplicable, porque podemos rastrear las causas de una pandemia y sabemos que esto apunta más hacia un laboratorio chino, o algo que los chinos no quieren reconocer. Pienso que algún día habrá una investigación adecuada y todo apunta a un error humano. Pero no hay ninguna mano divina detrás, es pura superstición. La naturaleza no dice nada, la naturaleza es indiferente, proporciona calor, comida y muerte.

P.- «La urgencia no es la lucha contra el calentamiento global, sino el castigo de la especie humana» escribe usted en su libro.

R.- Esto es absolutamente cierto en el caso de los ecologistas radicales, los llamados catastrofistas creen que la humanidad es culpable y, por tanto, que todo castigo y restricción está justificada y es buena. Ellos son los portavoces de una entidad llamada planeta, se consideran embajadores, como los inquisidores de antaño cuando hablaban en nombre de Dios para encarcelar herejes, impíos y ateos. Pero esto no tiene ningún valor científico, es sólo una fantasía.

Hemos llegado a la época del sexo bajo contrato con el consentimiento permanente

P.- Usted también habla de la influencia del puritanismo en el sentido del amor y del deseo. «El erotismo entra en la era del desafío», ¿qué quiere decir con esto?

R.- Existe un neopuritanismo que habla en nombre de la protección y la liberación de la mujer. En todos los países hay escándalos sexuales por todas partes. Hemos llegado a la época del sexo bajo contrato con el consentimiento permanente, lo cual es una confrontación total con lo que se vivió en los años 70 y la liberación sexual en la que estaba permitido el sexo de todos con todos. Ahora estamos viviendo una especie de resaca de todo eso. En muchos países occidentales, la violación se ha convertido en el crimen por excelencia, ha escalado puestos como el crimen más execrable, casi por encima del asesinato. Esto conduce inevitablemente a una especie de reacción puritana, o al menos a una desconfianza hacia la sexualidad como poder ambivalente. El sexo es fecundidad, pero también es maldad y brutalidad. Estamos redescubriendo una cierta complejidad del erotismo, que no es buena, pero tampoco es necesariamente mala en sí misma.

P.- «Haced el amor y no la guerra se decía en los 60. Hacer el amor hoy es el inicio de la guerra de todos contra todos».

R.- Para un cierto tipo de feminismo, el amor físico se ve como una especie de obligación que el hombre impone a la mujer, especialmente si hablamos de penetración. Como una especie de exigencia del hombre sobre la mujer. Por eso, en Estados Unidos, que es donde más desarrollado está esto, se han desarrollado apps para móviles como «Yes To sex», que es una especie de contrato que tienes que firmar cada vez que quieres tener un contacto sexual, lo cual impone una visión totalmente judicializada del sexo, que le quita una parte de espontaneidad. Vivimos bajo la era de la sospecha permanente sobre el sexo.

Hay que huir de la judicialización del amor, el tercero en discordia no puede ser siempre un abogado

P.- ¿Cómo se supera esta guerra de sexos para usted?

R.- Esta guerra ha existido siempre. De hecho, cuando lees novelas románticas, la atracción entre hombres y mujeres es también belicosa. La atracción siempre tiene dos caras, el deseo y la dominación, y la una conlleva la otra. Lo que hay que hacer es huir de los extremos totalmente disparatados que están llevando a la judicialización del hecho amoroso. No puede ser que el tercero en discordia en una relación sea siempre un abogado. Hay que reivindicar la galantería, la cortesía, la caballerosidad, el respeto a la pareja para evitar caer en estos extremos. Pero estamos dentro de un proceso que de momento no se supera, porque las feministas están muy centradas en el tema del castigo. Y lo que está ocurriendo en Europa y América también está empezando a extenderse a India, China y otras civilizaciones. Habrá que esperar por lo menos una o dos generaciones para superar esto, porque esta ola es irreversible. El alba de la revolución sexual se ha visto ensombrecida por la constante sospecha de las tinieblas de la violación.

El reposo no es tranquilizante, es un error querer curar la monotonía con más dosis de monotonía

P.- Otra de las grandes revelaciones que nos ha dado la pandemia es lo infelices que puede llegar a hacernos el trabajos y la necesidad de parar.

R.- La sociedad actual nos lanza constantes mensajes de descanso, tranquilidad, relax, hacer yoga, encontrar tu paz interior. Pero en realidad, cuando se observa la vida de los hombres y mujeres de las sociedades europeas, sus vidas son muy tranquilas. La cotidianidad puede ser muy banal, que eso también es estresante, pero la solución contra esto no es la calma, es la actividad. El reposo no es tranquilizante, es un error querer curar la monotonía con más dosis de monotonía. El antídoto contra la banalidad es la actividad.

P.- Usted afirma que no es calma lo que necesitamos para combatir el estrés, sino un acontecimiento real. Sin embargo, parece cada vez más complicado vivir un acontecimiento real en una vida cada vez más digital.

R.- Todo está pensado en la actualidad para alejarnos de la realidad, del contacto físico real con los otros. El ejemplo extremo es el de los Hikikomori, estos jóvenes japoneses que viven encerrados delante de la pantalla 24 horas al día, a los que se alimenta con una bandeja de comida que están pegados a la pantalla constantemente y no tienen más contacto con la realidad que la que les llega a través de la pantalla. Llegan al extremo de no salir nunca a respirar aire fresco, sino solo aromas artificiales suministrados dentro de la habitación. Es un proceso de artificialización de la vida que implica el final del cuerpo humano. A eso me refiero con la caverna de Platón y todas las experiencias que existen y sobre las que se ha escrito en la filosofía europea. Pero la vuelta a la vida real se hace obviamente muy difícil.

P.- Leyéndole a uno se le queda un regusto un poco amargo si piensa en hacia dónde va el mundo, a pesar de todo esto ¿se considera usted optimista?

R.- Lamento que te haya dejado un gusto amargo. Pero en todo caso siempre hay una salida. Más que optimista soy voluntarista. Al final el libro trata sobre un episodio concreto y muy puntual que ha sido el encierro, que no conoce ningún precedente. Lo que he querido ha sido tirar de ese hilo, ver cuáles eran las tendencias y las corrientes precedentes. Pero en todo caso, la historia no está escrita y nada es inamovible, nos corresponde a nosotros escribirla de una forma u otra, es un tema de voluntarismo.

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