Escribo este artículo a primera hora del día después de la tragedia. Como muchos valencianos, el martes por la noche no pude acceder a mi casa por el enorme caudal de agua que impedía el paso por carreteras y caminos, así que tuve que buscar cobijo en la empatía y solidaridad de los compañeros. El cielo sigue gris y mi corazón y mi mente no puede dirigirse a otro lugar que no sea a los cientos de personas que, en una jornada para el horror, se quedaron atrapadas en sus casas, en sus lugares de trabajo o en sus vehículos, viendo como el torrente de un barranco desbocado ponía en riesgo sus vidas. En muchos casos, se la ha llevado por delante.

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