La trayectoria profesional de José Ignacio Goirigolzarri (Bilbao, 1954) ocupa un lugar muy destacado en la historia empresarial española de las últimas décadas y en consecuencia acumula muchos hitos. Sin embargo, se puede definir en un momento culminante sucedido durante un fin de semana de mayo del año 2012. El entonces retirado banquero, que disfrutaba de sus aficiones y una pensión millonaria, fue sondeado desde el ámbito financiero para sustituir a Rodrigo Rato al frente de Bankia, la entidad que estaba arrastrando a España al abismo económico y que el Gobierno había decidido intervenir y nacionalizar. Aceptar el puesto suponía en aquel momento más riesgos que oportunidades, sobre todo en la acomodada posición que disfrutaba a sus 58 años. Pero fue precisamente lo que hizo.
«Por supuesto lo tuve que pensar, especialmente con mi mujer. Pero la motivación es evidente: a mí me parece que en momentos de crisis tan tremendos como esos, uno no puede dar un paso atrás; uno tiene, por responsabilidad social, que dar un paso adelante y asumir ese reto. Si no, no me hubiera encontrado muy contento conmigo mismo«, explicó algunos años después en una entrevista en la televisión pública vasca ‘ETB’. Ese sentido de la responsabilidad, no reñido con la ambición profesional, ha marcado la carrera de quien el próximo 1 de enero dejará de ser presidente de CaixaBank.
Ayuda a entenderlo su formación jesuítica en el muy jesuítico País Vasco de los años 60 y 70, como bromeó en otra entrevista: «Fui al colegio y a la universidad y soy vicepresidente de Deusto Business School… ¡Estoy rodeado!«. Se licenció, de esta manera, en ciencias económicas y empresariales por Universidad Comercial de Deusto, cuna de innumerables banqueros a lo largo de la historia de España. Pertenecía, eso sí, a una generación de financieros vascos que ya no provenían de las tradicionales familias de la alta burguesía de Neguri, como los Ybarra, sino de otras clases sociales, como Alfredo Sáenz o Pedro Luis Uriarte.
De titulado raso a CEO
Tras su paso por la Universidad de Leeds, Goirigolzarri se incorporó en 1977 al Banco de Bilbao «como titulado raso». Fue ascendiendo y, tras su fusión con el Banco de Vizcaya en 1988, pasó a formar parte del comité de dirección del BBV en 1994 como responsable de banca minorista y de Latinoamérica, puesto que mantuvo tras la integración con Argentaria y la creación del BBVA. Su gran salto llegó a finales de 2001 tras la salida del copresidente de la entidad, Emilio Ybarra, y el consejero delegado, el citado Uriarte, a causa de un presunto escándalo que finalmente la justicia dejó en nada, pero que el otro copresidente, Francisco González (nombrado por el Gobierno del PP), pudo usar en su interés.
Goirigolzarri, así, fue el último vasco en el puente de mando del antiguo buque insignia de la banca vizcaína. Ocupó el cargo de consejero delegado hasta 2009, pero nunca fue fácil su convivencia con González, un personaje en las antípodas de su carácter y que, al contrario que él, hoy está imputado por el ‘caso Villarejo’, cuyas raíces en el BBVA provienen de aquellos años. Ante la constatación de que el presidente no tenía intención de dejar el puesto al que aspiraba ni le brindaba su apoyo, llegó su salida del banco, que vivió con un «sentimiento de gran desgarro», según admitió después: «Dejé gran parte de mi vida, muchas ilusiones y muchísimos amigos».
Con apenas 55 años y la vida más que solucionada tras 32 años en el BBVA (el banco tenía provisionados 52,5 millones de euros para pagarle tres millones al año de pensión), el entonces exbanquero decidió dedicarse a dos actividades que «siempre» le habían «atraído mucho»: la filosofía (estuvo dos años acudiendo los lunes de siete a diez de la noche a la madrileña Escuela de Filosofía) y la financiación a emprendedores (creó la Fundación Garum con ese fin). A ello se dedicaba cuando recibió llamadas de Rodrigo Rato, en dos momentos distintos, para proponerle ser el consejero delegado de la recién creada Bankia. En ambos casos tuvo el acierto y la visión de excusarse y rechazarlo.
Guante de seda, mano firme
La respuesta cambió cuando se hizo evidente que Rato iba a caer y el Gobierno le envió intermediarios para sondearle como sustituto. Tenía ante sí la posibilidad de cumplir su aspiración de presidir un gran banco, pero en una de las circunstancias más adversas imaginables. Una vez aceptó, recibió llamadas del propio Rato y del ministro de Economía, Luis de Guindos, que le prometió el apoyo y la independencia en la gestión que Goirigolzarri consideraba imprescindible.
Sus primeras decisiones fueron contundentes: relevar a todo el consejo de administración y a varios de los principales directivos. Pero al mismo tiempo, evitó hablar mal públicamente de Rato y su equipo, por más que años después llevase a los tribunales el caso de las ‘tarjetas black’. Es otra muestra de su carácter: Goirigolzarri evita siempre, en la medida de lo posible, hablar de clientes, de la competencia o de personas concretas, y mucho más hacerlo en malos términos.
De carácter sereno y modales educados, el banquero es una persona con tendencia a la sonrisa y en muchos sentidos afable, pero al mismo tiempo se suele mostrar precavido y algo esquivo. En sus ocho años al frente de Bankia, logró dar la vuelta a la entidad con guante de seda pero mano firme. Y siempre haciendo hincapié en los principios y los valores, la independencia y la profesionalidad para marcar una línea en el suelo con la gestión anterior.
Sueño truncado
Su deseo -declarado de forma más o menos explícita- siempre fue que Bankia fuera privatizada y pudiera seguir como entidad independiente. La pandemia lo hizo imposible, al llevar al Banco Central Europeo (BCE) a impulsar una política monetaria expansiva sin precedentes, que como efecto colateral tuvo un impacto depresivo sobre los resultados bancarios. Especialmente en entidades que, como Bankia, tenían un negocio poco diversificado y muy expuesto a los tipos de interés ultrabajos. Isidre Fainé, presidente de la Fundación La Caixa, convenció a la ministra de Economía, Nadia Calviño, de la conveniencia de fusionar los dos bancos y ahí se acabó el sueño de una Bankia privada e independiente.
Para facilitar el éxito de la operación y tratar de que la plantilla de Bankia saliera lo mejor parada posible, Goirigolzarri aceptó ser presidente de la nueva entidad durante un periodo inicial, pero exigió tener algunas atribuciones ejecutivas, en contra de lo preferido en la entidad catalana. Algunas fuentes señalan que el banquero vasco no ha llegado a estar de todo cómodo en estos cuatro años en la cultura corporativa del banco, pero él nunca ha dado la más mínima muestra pública de ello.
Todo lo contrario, el pasado febrero negó que hubiese tratado de evitar la operación de haber subido que los tipos iban a subir tan rápido como sucedió posteriormente por la crisis inflacionista. «No tengo ninguna melancolía. Visto con perspectiva, con independencia de la evolución de tipos de interés, la operación de fusión ha sido tremendamente exitosa, incluso superando todas las expectativas que yo tenía, que en todo caso eran muy altas», aseguró. También en su despedida este miércoles ha tenido buenas palabras. Otra muestra del sentido de responsabilidad que le ha acompañado del primer al último día de su carrera.
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