La noticia que hoy vamos a comentar daría para grandes dosis de demagogia. Los turistas que visitan Balears se llevan, de tapadillo, toneladas de piedras y arena de recuerdo, ergo los turistas son unos ladrones o unos depredadores. No es verdad.
La primera norma en un análisis es que no se puede generalizar. No todos los visitantes tienen esta dañina pulsión, aunque hay muchos inconscientes sueltos. Carecemos de estadísticas sobre el número de infractores, aunque sí sabemos parte de sus efectos negativos. Sin ir más lejos este año la Guardia Civil y los vigilantes de seguridad del aeropuerto de Menorca han confiscado cerca de mil kilos de piedras, fósiles, arena y hasta ramas rapiñados de las playas.
Es una tonelada de la isla que ha estado a punto de esfumarse. Se calcula que es solo una mínima parte del latrocinio. El grueso del material desaparece en los equipajes facturados y en los coches que transportan los barcos.
Hay personas, muchas, que se transforman en gilipollas cuando ejercen de turistas. La pregunta es si también son necios en sus lugares de residencia, pero lo más probable es que se comporten mejor allí. O no.
Un ejemplo de tontería supina es el saqueo de materiales en los arenales. ¿Para qué quiero una roca de una antaño paradisíaca cala menorquina? ¿Qué rayos hago con una botella vacía de medio litro de agua rellena de sucia arena, colillas incluidas?
Me comporto como un niño pequeño, sin normas de educación, ni consciencia del alcance de mis actos. Arramblo con los materiales para recordar no sé bien qué momentos. No me bastan los gigas de panorámicas, autorretratos y vídeos que he hecho como un poseso. Más me hubiera valido relajarme, contemplar el paisaje y disfrutar del mar.
Quiero más y ese más es llevarme unos átomos de las islas. Si no me pillan en el aeropuerto, el souvenir se morirá de asco en una vitrina de Ikea instalada en un apartamento de Hamburgo o en un suburbio de Glasgow. Allí permanecerá equis tiempo, quizás años, hasta que acabe en la basura. Me pregunto si los viajeros de Cuenca o Palencia tienen también esas malas costumbres.
Pero mi acción tiene una importante trascendencia medioambiental, aunque me importe un pepino. Las piedras dan cohesión y solidez a las playas. Sin arena no habría zonas de baño.
Otro perfil de bañista odioso es el que se dedica a acosar y maltratar a la poca fauna y flora que queda en las saturadas costas. He visto malas personas que, sin ser pescadores, han sacado del agua pequeños pulpos o estrellas de mar para «divertirse». Con un poco de suerte los animalillos han sido liberados tras pasar minutos de tortura. No les llames la atención.
También he sido testigo de un desalmado que persiguió a un pacífico cormorán por toda la cala hasta que lo atrapó y lo exhibió como si fuera un trofeo. Hubo suerte: el abucheo fue unánime.
Los hay también que vienen a las islas y se convierten en mariscadores por un día. Esquilman las aguas de caracoles, erizos y cangrejos. ¿No saben que está prohibido? ¿Acabarán comiéndoselos tras hervirlos en el microondas de su diminuto apartamento? Madre de Dios.
Càritas de Menorca ha habilitado un taller de inserción sociolaboral, Mestral, para devolver en condiciones el botín geológico a la costa. Lógicamente se ignora su procedencia. Algunas piedras aparecen pintadas con el año o el nombre de los piratas. Ignoro si las limpiarán antes de reintegrarlas a la sufriente naturaleza.
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