Allá donde el mar se ha puesto bravo, Álex Ubago mira hacia el cielo «oliendo» la galerna. Sopla el viento, él piensa en aviones y en destinos a miles de kilómetros de allí, en Argentina, México, Chile o Perú. Busca su sur cuando pierde el norte. En la playa de Itzurun, en Zumaya, hay una cueva que tiene historia para el autor de Galerna (Warner, 2024), su séptimo disco de estudio. Esta gruta fue el escenario de un recuerdo familiar que le contó su madre Antonia. Pero esto lo supo después de hacerse las fotos para el disco, un trabajo que le ha llevado casi cinco años y ve la luz después de acabar la gira con la que celebraba los 20 –ya casi 25– años de su carrera. Volverá a hacer las maletas para cruzar el Atlántico más pronto que tarde. Se prevé un viaje en modo avión.
¿Se crece volviendo a la niñez?
Sin duda, creo que sí. Al tener hijos, inevitablemente vuelves a hacer cosas que habías dejado al ser adulto: jugar, algo tan sencillo que se pierde al crecer. Sí, de adultos jugamos al mus, al póker, al billar, pero no como lo hacíamos de niños: con la peonza, al balón o a juegos de mesa. También ver dibujos o la vida desde los ojos de un niño. Todo eso te hace crecer como persona, te hace mejor. Ser un poco niño en la vida te mejora y te hace crecer.
¿Alguna vez dejó de ver la vida como un niño?
Sí, aunque todos llevamos un niño dentro, creo que tengo un lado infantil presente, especialmente entre amigos, donde soy bastante payaso y tontorrón. Pero dejé de ver la vida como un niño en los últimos años del instituto o al entrar en la universidad, cuando los estudios se vuelven más serios y maduras más. Especialmente cuando mi carrera musical tomó un rumbo serio y sentí la responsabilidad del trabajo. De un día para otro, pasé de solo cumplir con los estudios a tener la responsabilidad de un equipo en una gira. Todo eso te hace madurar de golpe.
De hecho, fue a jugar un campeonato mundial de billar en Las Vegas y se llevó los libros para estudiar en el avión.
Sí, claro, porque me coincidió con la selectividad. Yo siempre fui responsable con los estudios y no quería perderme una cosa ni descuidar la otra. Bueno, me lo estás recordando tú, porque, la verdad, no me acuerdo de eso. Creo que me llevé los libros, pero no los toqué mucho luego en Las Vegas.
Como hijo único, ¿jugar con sus hijos es una manera de recuperar lo que no tuvo en tu infancia?
No tengo esa sensación, la verdad. Aunque como hijo único pasé mucho tiempo jugando solo, mi padre suplía esa carencia; jugaba mucho conmigo. También crecí rodeado de primos y amigos, como mi primo Óscar o mi amigo Pedro, con quienes compartí muchos momentos de juego e incluso mis primeros pasos en la música. Cuando juego con mis hijos, simplemente me divierto, y esos momentos son muy valiosos. Te das cuenta de lo importante que es para ellos que juegues con ellos. Aunque les demuestres cariño de muchas formas, jugar es lo que más felices les hace. A veces me piden jugar y, aunque no siempre pueda, sé que ese momento es esencial para ellos.
¿Cuál es su sur cuando pierdes el norte?
Mi norte, sin duda, es mi familia, mis amigos y Donosti. Es el lugar donde me siento a salvo, donde recargo pilas y está mi verdad más absoluta. En una industria a veces agresiva, es importante tener claro dónde está tu casa. Para mí, eso es Donosti, mi familia, mis hijos y mi mujer. Pero es cierto que a veces necesitamos nuestro espacio. Al principio de una gira, desconecto un poco, pero a los diez días ya empiezo a echar de menos, y a las dos semanas solo quiero volver a casa. Necesitamos ese “sur”, ese espacio fuera de la familia, para desconectar. Eso te lo dan los amigos o el tiempo a solas. Incluso echarnos de menos ha sido bueno para mi pareja y para mí, nos ayuda a reencontrarnos con más ganas.
¿Por eso la foto está hecha en la playa de Itzurun, en Zumaia?
La idea de la playa de Itzurun fue de mi madre. Tenía claro que la portada de Galerna debía ser una foto en un estilo específico, pero no sabía en qué playa. Junto a Gari Artola y Lourdes de la Serna, mis amigos y fotógrafos, buscábamos una playa menos reconocible que la Concha en Donosti, con mar abierto y oleaje fuerte, en sintonía con el significado de Galerna. Mi madre sugirió la playa de Itzurun, en Zumaia, donde creció. Es un lugar con un mar bravo y corrientes fuertes. Hicimos pruebas y quedó perfecta. Esa playa tiene una historia especial para mí, porque allí se rodaron escenas de Juego de Tronos, pero más allá de eso, está la historia que me contó mi madre. Cuando eran niños, mi tío Raúl y sus amigos estuvieron atrapados en una cueva de esa playa porque la marea subió y no pudieron salir. Estuvieron allí horas esperando a que la marea bajara. Esa historia me emocionó mucho y me hizo especial ilusión que la playa tuviera ese significado añadido.
Su madre era cantante, ¿verdad? En el disco del 20 aniversario (20 años) canta con ella Para aprenderte.
Sí, efectivamente. En ese disco cantamos juntos esta canción que escribí para mi hijo Pablo. Mi madre siempre ha cantado increíblemente bien. De pequeña tenía mucho arte y su sueño era dedicarse a la música, pero fue un sueño frustrado. Mi abuelo no le permitió ir a Madrid cuando le surgió la oportunidad de empezar una carrera artística. Creo que eso tuvo un impacto en cómo me apoyaron mis padres cuando decidí dejar la universidad para apostar por la música. Mi madre siempre me apoyó mucho, probablemente porque no quería hacer conmigo lo que hizo su padre con ella. Se volcó en animarme a perseguir mi sueño y siempre le estaré agradecido por eso.
Hablando de alas y de volar, en la letra de Siete mares dice: “Diez horas de vuelo parecen un millón”. ¿Se refiere a ello?
Sí, totalmente. Siete mares habla de la distancia y el amor a distancia, esos sentimientos que surgen cuando estás lejos de alguien a quien quieres. Es como una especie de continuación de lo que decía antes sobre las giras. Al principio desconectas, pero luego empiezas a echar de menos. La canción refleja esa sensación.
En cambio, en Kamikaze habla de estrellarse.
Sí, pero en otro sentido. Es una canción sobre la pérdida, no solo en el amor, sino también en el sentido más amplio: perder a alguien que ya no está en este mundo. Es una canción dura que trata sobre cómo la pérdida se siente como estrellarse, como caer al vacío. Son dos canciones diferentes, pero ambas tocan temas que he vivido.
¿Este disco lo lleva componiendo desde 2019?
Un poco más tarde, creo. Hacía seis o siete años que no sacaba un disco de inéditos, pero sí había sacado algunos singles sueltos. La primera canción que escribí fue Mi golondrina, que ya tiene unos años. Pero el proceso de este disco realmente comenzó con la canción Tintero, antes de la pandemia. Yo planeaba lanzar el disco antes de que todo se paralizara, pero la pandemia retrasó todo. Luego llegó el proyecto del 20 aniversario, la gira y el disco quedó aparcado. Algunas canciones ya estaban listas, como Ceniza, Kamikaze e Idiota, que escribí más tarde. Es un disco que mezcla canciones que tenía desde antes con otras que nacieron después.
En Idiota, canta: “Te perdí la pista, puta vida de artista, para verme necesitas comprar una revista”. ¿Es la primera vez que sueltas un taco en una canción?
(Risas) Creo que sí, es la primera vez que digo un taco en una canción. Pero es una canción en la que, de alguna manera, pega. El contexto de la canción lo justifica. Según qué tipo de canción sea, puede no encajar decir un taco, especialmente en las canciones más románticas o poéticas. Pero en Idiota, por el clima que tiene, por lo que transmite, encaja bien. De hecho, fue un single y no me pusieron problemas, aunque en algunas radios de América le pusieron el típico pitido en la palabra puta.
¿Está viviendo la “soledad del corredor de fondo”?
En parte sí y en parte no. Me considero un corredor de fondo, pero no me siento solo en absoluto. Siempre estoy acompañado de un equipo, ya sea la oficina, la discográfica, mi banda o la gente con la que trabajo en la composición. Siempre hay mucha gente a mi alrededor. Sin embargo, al ser solista, te das cuenta de que, al final, nadie se preocupa tanto por lo tuyo como tú mismo. Hay momentos en que pienso: “Esto depende de mí”. Si no me esfuerzo por sacar las cosas adelante, nadie lo hará por mí. En ese sentido, siento esa soledad, pero no de forma negativa, sino pro activa. Al principio no reparaba en estas cosas; todo era una novedad y no pensaba tanto en la responsabilidad. Pero, a medida que avanza la carrera, te das cuenta de que, aunque tengas un equipo, la implicación es tuya. Es tu proyecto, tu música, y eres tú quien tiene que empujar. Me gusta esa responsabilidad porque siento que cada paso que doy me lo he trabajado. Así que, aunque sea un “corredor de fondo”, no me siento solo en ese camino.
¿Todo pasa por algo?
Pues… yo te diría que no. Muchas cosas pasan por algo, pero hay otras que no, que pasan porque pasan, por casualidad o porque te ha tocado. Hablé ayer con un amigo que dijo que le habían detectado esclerosis múltiple. ¿Y eso pasa por algo? Pues no, eso pasa porque la vida es una hija de puta a veces y te ha tocado. Hay gente a la que le pasan desgracias y no tiene la culpa. Supongo que lo bueno sí pasa por algo. Detrás de un disco, de una carrera artística, de un éxito grande, hay mucho trabajo. También puede haber un componente de suerte, pero claro que pasa por algo. [Álex sonríe] Ahora mismo se me ocurren otras cosas que también pasan por algo.