Uno de los habitantes de la ciudad ucraniana de Moshchun muestra con orgullo un vídeo en su teléfono móvil. En él aparece un soldado ucraniano, un joven de la localidad, hablando a cámara. Detrás, varios cuerpos sin vida de hombres rusos. “Estos soldados han cometido el error al venir a Moshchun, cuyo nombre viene de fuerza”, se le escucha decir. La ciudad fue escenario de una de las batallas más cruentas y prolongadas del inicio de la invasión rusa a gran escala de Ucrania. Las tropas de Vladímir Putin llegaron a la localidad el 5 de marzo. Era un punto clave para lanzar el asalto a la capital, que se encuentra a unos 40 minutos por carretera. Los ucranianos tuvieron que resistir una lluvia implacable de fuego aéreo, de artillería y de morteros. Pero el 21 de marzo consiguieron liberar la ciudad. Los planes de Putin de tomar Kiev habían sido desbaratados.
El daño fue tal que en Moshchun todavía se trabaja para reparar el tendido eléctrico, que quedó casi totalmente destruido en los combates. Ya no hay tropas rusas, pero todos los días en la zona caen artefactos que destrozan partes de las líneas eléctricas o las subestaciones. Normalmente, son restos de misiles o drones rusos derribados por las fuerzas antiaéreas ucranianas, según explicó el pasado 30 de septiembre a este diario Serhii Buriak, responsable del tendido eléctrico de esta región de Buchanskym, al norte de Kiev. Trabaja para DTEK, la gran empresa privada de energía de Ucrania. Lamenta que sus compañeros mueran de forma habitual en el frente mientras tratan de mantener la infraestructura eléctrica en marcha. Advierte, como casi todos en Ucrania, de que este va a ser el peor invierno de los tres que dura ya la guerra, si nada lo remedia. Rusia ha emprendido desde la pasada primavera una campaña sistemática de destrucción de las infraestructuras energéticas. Sin electricidad no hay economía ni garantía de calefacción en un invierno en el que la temperatura media en Ucrania oscila entre los -8ºC y -12ºC.
El problema es especialmente grave para la gente más pobre y para aquellos que viven en el este, más cerca de la línea del frente. En Járkov o Dnipro, los ataques son constantes y reparar lo destruido, muy complicado. En la capital, los ciudadanos de clase media tienen en sus apartamentos acumuladores de energía, que se pueden comprar por unos 2.000 euros. Si hay cortes programados o sobrevenidos de electricidad, los activan. Pero la gente de menos recursos, la mayoría en el país, no tiene esa opción. El frío y la oscuridad son para ellos un enemigo potente de cara al próximo invierno.
Ataques contra el sistema de centrales nucleares
Lo peor puede producirse si, como se teme, un ataque ruso daña las subestaciones de las tres centrales nucleares que aún conserva bajo su control el Gobierno de Volodímir Zelenski: las de Pivdenny, Rivne y Jmelnitsky. El Consejo de Seguridad y Defensa Nacional de Ucrania advierte de que tienen constancia de planes rusos para hacer precisamente eso.
Las centrales nucleares son la espina dorsal de la producción eléctrica en Ucrania, y aportan aproximadamente la mitad de la energía del país. Si las dañan, y provocan con ello cortes prolongados de luz, de uno o dos días, las tuberías de gas para calefacción se pueden congelar, porque necesitan electricidad para hacer fluir el combustible. “Entonces puede haber una auténtica crisis humanitaria y, eventualmente, una nueva oleada de refugiados”, advierte Igor Piddubnyi, investigador de la Kiev School of Economics.
La energía, objetivo “número uno” de los ataques rusos
En la madrugada del pasado 26 de agosto, Rusia lanzó uno de los peores ataques aéreos contra Ucrania. Más de 200 misiles de alta potencia y drones dirigidos, sobre todo, contra la infraestructura energética del país. Más de ocho millones de hogares se quedaron sin suministro eléctrico y la capital, Kiev, sufrió su primer corte generalizado en dos años.
Putin ha puesto la diana en las infraestructuras energéticas. Si consigue apagar el interruptor, Ucrania tendrá que rendirse o negociar desde una posición de debilidad. Tras haber conquistado el 20% del territorio y haber tendido líneas defensivas casi inexpugnables para conservarlo, Moscú se enfoca ahora en una guerra de desgaste con el objetivo de doblegar la voluntad popular y romper el sistema económico y de producción del país.
La mitad de la producción de energía, perdida
La merma está siendo considerable. Antes de 2022, se disponía de unos 45 GW de energía. Los bombardeos y la conquista de zonas de producción energética han reducido la capacidad de generación ucraniana a aproximadamente la mitad, explica Elena Lotvenko, experta del think tank energético DiXi group. Con la pérdida de la central nuclear de Zaporiyia, controlada ahora por las tropas rusas, se perdieron 6GW. Solo este año se han esfumado otros 9 GW por los ataques contra subestaciones energéticas, granjas solares, estaciones hidroeléctricas o térmicas… En agosto, por ejemplo, los rusos destruyeron la presa y la estación hidroeléctrica de Kajovka.
Los ucranianos importan energía libre de impuestos de la Unión Europea, un total de 1,76 GW que quieren elevar hasta casi 2GW, pero no se puede sumar mucho más por ahí. “Este invierno solo sobreviviremos si nuestros socios internacionales nos ayudan”, asegura Yuliia Kyian, directora de planificación estratégica del ministerio de Energía Ucrania. Agradece a España el envío que ha realizado de generadores y las aportaciones al Fondo de Apoyo Energético a Ucrania, una cuenta bancaria donde particulares, empresas o Gobiernos pueden enviar donaciones.
Pero piden dos cosas más, tanto Kyian como el resto de los altos funcionarios del Ministerio de Defensa o del Consejo de Seguridad Nacional con los que ha hablado este diario. La prioridad más absoluta es la llegada de más defensas antiaéreas. Porque ellos pueden intentar proteger con capas de cemento parte de las infraestructuras energéticas, o enterrarlas, para minimizar el daño de los drones Shahed iraníes. Pero de nada sirven esas capas de protección contra los misiles balísticos.
La segunda petición, que ya se está negociando, es que se ponga en marcha un plan de “escudos humanos” internacionales para proteger las subestaciones que rodean las centrales nucleares. Voluntarios observadores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica y/o de la Unión Europea para evitar que el Ejército de Putin los ataque. Moscú no se atreverá, dice Kyian, a disparar donde haya ciudadanos internacionales.