Uruguay acude este domingo a las urnas para elegir presidente para el periodo 2025-2030. El rito electoral en ese pequeño país de 3,4 millones de habitantes se distancia notoriamente del de sus dos grandes vecinos Argentina y Brasil, donde la polarización ideológica y las tensiones son la norma. Las diferencias entre los principales competidores se estrechan en Uruguay, aunque en los últimos actos de campaña cada uno se empecinó en subrayar que no son exactamente lo mismo.
Once candidatos participan de la jornada, pero la principal atención está puesta en si Yamandú Orsi, el aspirante del Frente Amplio (FA, centroizquierda) puede evitar la segunda vuelta del último domingo de noviembre. Las encuestas creen que su victoria en la primera ronda electoral, con el 50% de los sufragios, revestiría el carácter de milagro político. De acuerdo con la consultora Cifra, Orsi tiene una intención de voto del 44%. El exmaestro, acompañado de la exalcaldesa capitalina Carolina Cosse, cuenta con la bendición del casi nonagenario José «Pepe» Mujica. Fue alcalde de Canelones, una de las ciudades del interior, a 50 kilómetros de Montevideo, la capital. En medio de la contienda electoral de la que pueden participar 2,7 millones de ciudadanos, intentaron involucrarlo en un escándalo con una trabajadora sexual transgénero, quien, finalmente, confesó que todo era mentira y había sido utilizada.
El aspirante del FA no solo tuvo que remontar las difamaciones que se propagaron en las redes sociales. Su principal desafío es acrecentar la distancia con Álvaro Delgado, del Partido Nacional. El delfín del presidente Pedro Lacalle Pou tiene, según los sondeos, una preferencia del 25% del electorado. El tercero en discordia es el abogado penalista del sindicato policial, Andrés Ojeda, representante del tradicional Partido Colorado. La historia electoral uruguaya desde la recuperación democrática, a finales de los años ochenta, muestra que blancos y colorados se unieron en el segundo turno para frenar la llegada del FA al Gobierno. Fracasaron en su intento con Tabaré Vázquez y Mujica. Volverán a intentarlo con Orsi, quien dependerá en ese caso de los votos de los indecisos el 24 de noviembre.
Estabilidad económica
La economía uruguaya crecerá este año 3,2%. La pobreza es del 9,1%. Unos 45.000 uruguayos dejaron de pertenecer a esa franja castigada de la sociedad. La inflación de los últimos 12 meses es del 5,2%. Los números que la administración de Lacalle Pou puede presentar como logros no parecen incidir en estos comicios. Si bien el presidente tiene un nivel de aprobación del 40%, esos niveles no pudieron ser en principio capitalizados por Delgado, cuya primera virtud en las publicidades es haber manejado la política sanitaria durante la pandemia con resultados positivos.
El actual Gobierno arrastra el escándalo de la concesión de un pasaporte uruguayo a un presunto narcotraficante, Sebastián Marset, mientras estaba detenido en los Emiratos Árabes Unidos por documentos falsificados. El caso provocó el año pasado la caída de los ministros del Interior y Exteriores, Luis Alberto Heber y Francisco Bustillo. Mujica, en su reciente y emotiva reaparición pública, en medio de su tratamiento de un cáncer de esófago, le reprochó al presidente no haber aumentado los salarios en 40 meses.
El FA tiene otro objetivo este domingo: lograr la mayoría en el Senado y la Cámara de Representantes. Los encuestadores no descartan que pueda hacerlo. Dependerá una vez más de las decisiones de último momento de los electores.
Rupturas y continuidades
Los uruguayos suelen mirarse en un espejo negativo o positivo con Argentina. Montevideo está del otro lado del Río de la Plata, pero muy pendiente de lo que sucede enfrente. El drástico giro que trajo la llegada del ultraderechista Javier Milei es seguido con asombro y perplejidad, no solo por los efectos económicos y sociales sino porque ese tipo de rupturas no forma parte de los manuales de la política del FA ni sus contrincantes. El propio Orsi ha puesto de manifiesto que las aspiraciones de la centroizquierda no se apartan de las reglas de juego. Sus «cinco compromisos», de llegar a la presidencia, son respetuosos de esas reglas no escritas. El exmaestro prometió «acudir siempre al diálogo«, un «crecimiento económico y estabilidad», la «protección y el bienestar social» sobre la base de mejoras de la economía, la atención de 3000 personas que viven en las calles y mayor dureza contra el delito y sus causas. «Honestidad y decencia», es otra de sus consignas. Esas propuestas en un punto podrían perfectamente pertenecer a los blancos y colorados, más allá de algunos matices y estilos.
Los años sesenta y setenta del siglo pasado, marcados por la radicalización de la guerrilla MLN-Tupamaros que lideraba Raúl Sendic y de la cual formó parte Mujica, así como la posterior dictadura militar de más de 11 años, dejaron una huella indeleble en la sociedad. También un sentido común compartido respecto a la velocidad de los cambios y la valoración de las transiciones menos traumáticas. Tan profundo es ese consenso que Orsi puede reivindicar al Mujica pasado y del presente y a la vez descartar de plano un «cambio sustancial» si llega al Gobierno. Lacalle Pou, a pesar de su pertenencia a la centroderecha, había hecho lo mismo. Bajo su administración no se empecinó en demoler los cimientos levantados durante 15 años del FA en el Ejecutivo.
No deja de ser en ese sentido llamativo que la propuesta de reforma más osada que votarán los uruguayos se dirima en un plebiscito paralelo que impulsaron los sindicatos para rehacer el sistema de pensiones estatales y eliminar sus ahorros individuales.