La gente ha dicho siempre aquello de ‘De Madrid al cielo’, el cielo de Velázquez, tan querido, o ese que decía también Julio Llamazares, el cielo de Madrid, el de las noches de verano, y el de la contaminación, para que negarlo, cuando la boina se instala sobre el otrora poblachón manchego. Madrid es un cielo, sí, pero puede ser también un inferno, y en esas estamos. En la gran ciudad se mueven los hilos del poder, los que se ven y los que no se ven tanto, pero la economía ha pegado un estirón, y ya es la capital de las futuras torres (aún no muchas), y pudo ser incluso la sustituta de la City.

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