La emergencia social encierra muchas historias. Casi siempre de personas solitarias, pero puntualmente ocurre, debido al colapso en la acogida, que una familia con niños se ve abocada a dormir en la calle o sucedáneos. Es el caso de Mauricio, Giovana y sus dos pequeños, Zoe de 8 años y Leonardo de 7 años.
Esta familia de colombianos lleva tiempo atrapada en un viaje perverso. Todo empezó en 2021. Mauricio trabajaba en una barbería a 45 minutos de Bogotá cuando los paramilitares le exigieron pasarse al negocio de la droga. Vieron el filón: su clientela estaba formada mayoritariamente por chavales. Pero este arquitecto se negó a trapichear y en cambio acudió a un supuesto amigo policía que terminó llevándole de vuelta ante los paramilitares, con quienes estaba compinchado.
Completamente desprotegido, Mauricio decidió dejar atrás su casa y huir a España, a Málaga, donde trabajó en la construcción hasta que ahorró y consiguió traer a su esposa e hijos. Juntos fueron a Ávila, pero nadie les alquiló y se movieron a Pamplona. Giovana, Zoe y Leonardo entraron en el programa de asilo internacional y Mauricio estuvo durmiendo en el coche unos meses hasta que la Cruz Roja envió a su familia a Huesca. Otra ciudad, otro drama.
En Aragón les prometieron que entrarían los tres en la fase 1 de acogida, pero nunca se concretó. La acumulación de disgustos provocó en Giovana una crisis nerviosa y estuvo tres meses ingresada en el hospital de Zaragoza. Salió con el alta y un 49% de discapacidad. Nunca consiguieron el reagrupamiento en un recurso asistencial, de modo que –sin apenas ahorros y ante una previsible crisis– la familia compró una Kangoo vieja y decidió mudarse a una ciudad más cálida. Quizás mejor preparada para la urgencia.
Llegaron el domingo noche y durmieron en la furgoneta. Antes les habían denegado la protección internacional, política frecuente con los migrantes colombianos, pero el mismo lunes registraron en la Subdelegación del Gobierno un recurso de reposición al considerar que el veredicto es completamente impersonal. También llamaron al SAUS y este servicio municipal de emergencia les pagó una noche de hostal con el mandato de que el martes fueran al Centro de Apoyo a la Inmigración (CAI).
“A la mañana fuimos. Nos dijeron que no podían hacer nada porque estábamos empadronados en Huesca y teníamos que irnos de Valencia. Les expliqué por qué no podíamos regresar y la persona dijo algo así como que no era su problema”, relata Mauricio. El CAI es el servicio municipal de primera atención al migrante. La acogida de emergencia es competencia del Ayuntamiento de Valencia durante los primeros 15 días, 28 cuando hay menores.
«Estamos desesperados»
La familia lleva tres noches durmiendo en la furgoneta de carga. Se van moviendo entre la fachada marítima y la zona de Torrefiel. El día lo pasan tocando puertas de oenegés, llamando al SAUS –han llamado una decena de veces y siempre les dicen lo mismo: no pueden ayudarles–, y buscando algo de comida. Mauricio procura descansar para mantenerse más activo cuando cae la noche. A partir de entonces, con la ciudad a oscuras, los padres preparan la cama de los niños. En la parte trasera apartan el equipaje y despliegan una colchoneta donde los pequeños apenas caben con las piernas recogidas. Los padres se sientan delante e intentan no pensar.
“Estamos desesperados. Los niños dicen que para cuándo una cama, que están muy incómodos, y yo no sé bien cómo contestar. Ya casi, ya casi; es todo lo que alcanzo a decir”, cierra Mauricio emocionado.