La ventaja de que te duela mucho la cabeza es que solo te duele la cabeza porque no puedes atender otra cosa que no sea ese dolor. Cuando logras quitártelo, te empieza a doler el mundo. Y no sabe uno qué es peor, si el dolor de cabeza o el dolor del mundo. Esto es lo que pienso mientras desayuno un miércoles cualquiera que me he levantado sin la migraña habitual. Mientras unto la mantequilla en el pan de molde, escucho la radio, donde hablan de la pobre Cuba, ahora sin luz y azotada por un huracán, y de la pobre Ucrania, y de la pobre Palestina y hasta de la pobre España, donde han desaparecido los problemas colectivos porque la presidenta de la comunidad de Madrid tiene un problema personal. Cuando a la presidenta de la comunidad de Madrid le duele la cabeza, los madrileños nos olvidamos de las complicaciones propias de las listas de espera hospitalarias. Cuando le duele al presidente del Gobierno, los españoles dejamos de prestar atención al precio de los alquileres, que continúa subiendo como la barra de mercurio ante la fiebre. ¿Cuántos niños dejarán de ir esta mañana al colegio por la fiebre? No sé por qué me han venido a la cabeza los niños con fiebre, quizá porque hoy me habría gustado ser niño y tener fiebre, no mucha, solo la precisa para quedarme en casa.
Por si fuera poco, he soñado mucho esta noche. Los sueños, con independencia de donde transcurra su acción, con independencia de su argumento, poseen siempre un tono algo sombrío. Al despertar me han venido a la memoria unos versículos de un salmo de la Biblia que dicen aproximadamente así: “Aunque ande en el valle de sombra de la muerte, no temeré mal alguno porque tú estarás conmigo”. El escenario de los sueños tiene algo de “valle de la muerte”. De hecho, se sueña en blanco y negro. Los sueños recuerdan a la laguna Estigia. Soñamos para pasar al otro lado, no sabemos si al otro lado de la vida o al otro lado de los miércoles.
Significa que casi he echado de menos la neuralgia que suele acompañarme al despertar. No se lo pierdan: la neuralgia como animal de compañía. La neuralgia como un perro que te mira pidiéndote que lo saques a pasear. Me gusta sacar a pasear la neuralgia, pero hoy no está. Mal asunto.