Mientras ciudades europeas sufren las consecuencias de lluvias torrenciales, la cuenca amazónica se enfrenta a una paradoja climática: una sequía histórica.
A pesar de ser sinónimo de humedad y exuberancia, la selva amazónica experimenta ahora períodos secos prolongados e intensos, secando sus ríos por segunda vez en este año.
El río Negro, uno de los principales afluentes del Amazonas, ha alcanzado niveles críticos, con una profundidad de tan solo 12 metros, muy por debajo de su promedio histórico de entre 24 y 31 metros.
Esta situación sin precedentes desde 1902 está poniendo en jaque el equilibrio de este ecosistema vital y a las comunidades que dependen de él.
Más de 150 aldeas ribereñas ven comprometida su subsistencia debido a la escasez de agua, lo que afecta a la pesca, la agricultura y el transporte fluvial.
En Manaos, la mayor ciudad amazónica, la situación es especialmente alarmante. Los puertos han reducido sus operaciones, dificultando el comercio y el suministro de bienes esenciales.
Además, el acceso al agua potable se ha vuelto más precario, y se han registrado casos de mortandad de fauna acuática, como los emblemáticos delfines de río.
Esta sequía extrema, agravada por el cambio climático, no solo afecta a la biodiversidad y a las comunidades locales, sino que también tiene implicaciones globales.
La Amazonia conocida como el «pulmón del planeta», desempeña un papel crucial en la regulación del clima. La pérdida de humedad y la disminución de la cobertura forestal pueden acelerar el calentamiento global y alterar los patrones climáticos a nivel mundial.
Es urgente tomar medidas para mitigar los efectos de esta crisis y proteger este ecosistema invaluable.
La reducción de la deforestación, la promoción de prácticas agrícolas sostenibles y la inversión en investigación para comprender mejor los mecanismos del cambio climático en la Amazonía son pasos fundamentales para enfrentar este desafío global.