La escritora y editora Luna Miguel está a punto de cumplir su primer año de sobriedad. Dejar de beber fue “una cuestión de pura necesidad”, confiesa la autora de ‘Ternura y derrota’, de 34 años. No es la única que ha tomado una decisión que sigue viéndose como radical. El actor Tom Holland (28 años) acaba de lanzar una cerveza sin alcohol después de tres años de sobriedad, tras darse cuenta de que era “adicto”: “Solo podía pensar en tomar una copa. Me dio mucho miedo”, ha confesado el último Spider-man. El presentador catalán Jair Domínguez (44 años) también se dio cuenta de que tenía un problema hace más de un año y decidió dejarlo. “Yo bebía de forma ocasional, siempre que existía la ocasión. Lo tenemos muy normalizado, hasta el punto de que vemos más raro que alguien no beba”, explicó en TV3.
La lista de miembros de este nuevo club que podría llamarse ‘los nuevos abstemios’ es larga. Ahí está el guionista, escritor y ex colaborador de Pedro Almodóvar Javier Giner (47 años), que relató su bajada a los infiernos en el salvajemente honesto ‘Yo, adicto’ (Paidós), que acaba de convertirse en serie de televisión. David Seijas (44 años), el que fue el último sommelier de El Bulli, también cuenta en un libro, ‘Confesiones de un sommelier’ (Planeta Gastro), donde revela su adicción al alcohol y cómo consiguió salir de ella en una profesión en la que convive a diario con el vino. La ilustradora Flavita Banana también confesó hace poco que llevaba siete meses sin probar una gota de alcohol y culpó a los escritores de esa idealización de la bebida en un artículo aparecido en ‘El País’: “Hay mucho romanticismo hacia las conductas despreciables de los artistas, demasiada comprensión. Bukowski bebía, normal. Con esas ideas que le rondaban, esa mente prodigiosa, esas ocurrencias y estilo de vida, ¡por supuesto que debía beber!”.
Si algo molesta a Luna Miguel es la frivolidad con la que se sigue tratando el tema. “Una de las cosas que me da rabia a raíz de todos los artículos que han surgido después de la canción de Rosalía y Ralphie Choo [en ‘Omega’ hay una estrofa que dice: “ya no bebo, ya no fumo, no consumo”], es el enfoque de que esto es una moda. Quien piense que no beber es una dieta, como quien es vegano, se está quedando con una parte mínima de este nuevo cuestionamiento de la omnipresencia del alcohol en nuestras vidas”. Dejar de beber, afirma Miguel, no es una decisión estética. “Yo estoy enferma. Porque si bebo, no puedo dejar de beberlo. Porque si bebo, siento que solo soy útil y guapa bebiendo, que solo voy a poder hacer el amor bebiendo, que solo voy a poder escribir bebiendo y que sólo voy a poder ser una persona bebiendo. De la necesidad de huir de ese círculo vicioso es de donde nace mi decisión de no beber. Porque empezaba a pensar que yo solo podía existir gracias a esa sustancia tan dañina para mi organismo”.
En el fondo, reflexiona Miguel, bajo el manto del alcohol hay algo mucho más profundo y peligroso que tiene que ver con “esta vida difícil en la que todos necesitamos refugiarnos en algo”. “El capitalismo, las empresas, ese gran ojo que está ahí arriba sabe que el alcohol es una manera de hacernos pensar que al final del día vamos a estar mejor después de una jornada laboral de mierda en la que no hemos podido dejar de pensar en cómo llegar a fin de mes o cómo ser mejores padres, o mejores en general. El alcohol es una forma de control de nuestro tiempo y ocio, como lo son todos los medicamentos para los nervios, la ansiedad y la depresión, a los que nos hemos vuelto adictos para poder sobrevivir”.
Alcohol, literatura y el escritor macho
La escritora norteamericana Leslie Jamison (41 años) publicó hace cuatro años ‘La huella de los días’ (Anagrama), un magistral ensayo donde confesaba sus problemas con la bebida, que se iniciaron cuando era adolescente. En él analizaba el muy enraizado (y pocas veces cuestionado) método de Alcohólicos Anónimos en Estados Unidos y seguía el rastro del alcoholismo en el emblemático Taller de Escritores de Iowa, a donde su talento como escritora la había llevado, el mismo lugar en el que, medio siglo antes, autores como John Cheever y Raymond Carver habían tratado de escribir, sin éxito, entre clases, viajes en coche a la licorería más cercana y copas de más.
Algo similar hace la ensayista Olivia Laing (47 años), que creció en el seno de una familia alcohólica, en el recién publicado ‘El viaje a Echo Spring. Sobre los escritores y el alcohol’ (Paidós), donde recorre los horrores personales causados por el alcohol y las recuperaciones, que también las hay, en glorias literarias como Francis Scott Fitzgeald, Ernest Hemingway o Tenesse Williams. También las escritoras han bebido históricamente, pero en el caso de Marguerite Duras, Patricia Highsmith, Lucia Berlin, Carson McCullers o Jean Rhys, el mito del escritor maldito bebedor no las rodeó nunca de ese aura canallita, de glamour mal entendido asociado al vaso de whisky y la máquina de escribir, sino que las condenaba a un adjetivo peyorativo, el de borrachas, sin atisbo de romanticismo.
Que sean escritoras como Mary Karr, Jamison y Laing las que se hayan propuesto explorar las raíces de ese mito y desactivarlo no es casualidad, opina Luna Miguel. “Creo que ese desvergonzamiento, esa autocrítica y ese no glorificarse a sí mismas de las alcohólicas o de las ex alcohólicas es algo muy común no solo de mujeres jóvenes, sino de las mujeres en general”. Para Miguel, que cita como referentes el ensayo de Jamison, ‘Crack words’ de Avitall Ronell y ‘Blackout’ de María Moreno, el género tiene aquí mucho que ver porque “la pasión por buscar una verdad y por hacerlo con honestidad está apegada a un estilo de narración de lo íntimo que asociamos a una estirpe fundamentalmente femenina”.
Del mismo modo que la figura del alcohólico macho se ha glorificado durante mucho tiempo, la nueva posibilidad de leer sobre el alcoholismo retratado por ellas tiene “ese rasgo diferencial”, apunta Miguel. “Asociamos los temas femeninos literarios al deseo, el cuerpo, pero en ellos, la adicción también está ahí: la adicción al propio deseo, a ciertas cuestiones amorosas, la adicción como obsesión o al revés, la obsesión como adicción siempre ha estado presente en el pensamiento filosófico, literario y lírico de las mujeres”, añade.
La alargada sobra de Hemingway y compañía también aparece en ‘Como las grecas. ¿Por qué nos emborrachamos así’ (Debate), el mini ensayo confesional del escritor Bob Pop (53 años). “Bebíamos como aquellos escritores y escritoras cuyos libros nos habían amamantado durante nuestras adolescencias raras de niños maricas de pueblo, de pequeña ciudad de provincias; bebíamos como ellos, como ellas, porque no podíamos escribir lo suyo”. Para el protagonista del programa ‘Bob in translation’ (TV3), “Hemingway no era un gran escritor por el alcohol, sino que lo era a pesar del alcohol, pero de eso nos entramos más tarde. Escribir sobrio es una obligación porque es una labor de gran riesgo y nunca sabemos lo que nos vamos a encontrar”.
A lo largo de la historia, “el estereotipo del alcohólico genio sobre el cual descansan Hemingway, Fitzgerald y Carver, entre otros, no es una etiqueta que se les haya adjudicado a las escritoras”, analiza Sofía Balbuena (39 años), autora de ‘Borracha menor’ (Penguin Random House). La escritora ha querido buscar otros imaginarios y formas de alcoholismo que también contemplaran “la posibilidad de las mujeres alcohólicas funcionando, sin vergüenza encima, sin estar pidiendo perdón”. “Cuando una mujer es alcohólica, está fallando a la responsabilidad principal que ha tenido históricamente y culturalmente una mujer, que es el cuidado y la preservación de la familia. Hemingway en buena medida pudo escribir porque siempre estuvo una mujer que cuidaba de él, de sus hijos”, explica Balbuena.
El Me Too del alcohol
¿Por qué necesitamos el alcohol? O, tal y como se pregunta Bob Pop: “¿Qué vidas tenemos para que nuestro modo de desconexión sea la bebida?”. “Me parece muy curioso que el alcohol se haya convertido en algo socialmente aceptable, pero cada vez más nocivo”, apunta. Una reflexión que también hace en ‘Como las grecas’, donde escribe sobre “las paredes curvas de la copa de cristal como un par de paréntesis que nos escoltan, que nos salvan del ruido del mundo afuera y del rasgado de las costuras que se nos abren”.
“El reto para mí no es tanto que dejemos de beber como que aprendamos a beber”, concluye Miguel. “Del mismo modo que la era del Metoo no nos pedía que dejáramos de follar, sino que nos pedía que aprendiéramos a follar y a respetar el consentimiento y a conocer nuestros límites, esto es un poco lo mismo. Este cuestionamiento tan plural de gente joven y no tan joven abre la gran pregunta: cómo queremos convivir con nuestras adicciones y excesos. Citando siempre a Pizarnik lo importante es qué hacemos con nuestras desgracias”.
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