Son las dos y media de la madrugada del pasado 15 de febrero cuando uno de los funcionarios que hace el turno de noche en el módulo 12 de la cárcel de Estremera (Madrid) recibe la llamada de un recluso, a través del interfono: «He matado a mi compañero». Dilawar Hussain Fazal, el pakistaní acusado de asesinar y quemar los cadáveres de tres hermanos ancianos en la localidad madrileña de Morata de Tajuña, acaba de confesar su cuarto crimen en solo dos meses. Su última víctima es Ángel Asenov, un búlgaro de 38 años, padre de dos hijas, con el que el asesino compartía la litera de la celda número 1 del centro penitenciario Madrid VII.
«Lo he matado porque era un hombre muy sucio, no ayudaba a limpiar la celda y cuando le decía que tenía que limpiar se enfadaba y me decía que le dejara en paz». Ante los funcionarios de la prisión, Dilawar admite tranquilamente, mientras se fuma un cigarro, que ha asesinado a su compañero, pero asegura que lo ha hecho para defenderse tras ser agredido por él con una pesa de 2,5 kilos.
«Esta noche le he dicho que se duchara y él se ha enfadado, ha sacado un disco de pesas que posiblemente se llevó del gimnasio y ha intentado golpearme cuando yo estaba tumbado en la litera de arriba. Yo he parado el golpe, le he arrebatado el disco y le he golpeado en la cabeza varias veces. Se ha derrumbado en la cama de abajo y entonces yo he bajado de la mía y he continuado golpeándole en la cabeza unas cuatro o cinco veces más».
La fotografías de la inspección ocular realizadas por la Guardia Civil, que hoy publica el canal de investigación y sucesos de Prensa Ibérica, revelan que Dilawar empleó una gran violencia a la hora de matar a su compañero. También, que antes de confesar el asesinato ante los funcionarios, se tomó tiempo para ducharse e intentó «manipular» con «una limpieza concienzuda» la peculiar escena del crimen, un reducido espacio de 13 metros cuadrados en el que vivían el asesino y su víctima.
«Demasiado limpia»
«La celda se encuentra demasiado limpia para haberse producido en ella una muerte violenta», concluyen los agentes en su atestado. Nada más entrar a la celda se habían topado con «un cubo y una fregona totalmente limpios, así como un recogedor y una escoba, todo sin restos de sangre».
El estado de la celda, según los investigadores «demasiado ordenada y limpia», contrasta con el estado en que encuentran el cadáver de la víctima, al que el asesino ha abierto el craneo a golpes. La Guardia Civil encuentra el cuerpo del búlgaro tirado en el suelo de la celda, bocarriba, junto a la cama, descalzo y empapado en una «gran cantidad de sangre». «La zona de la cabeza es donde se aprecian todas las lesiones, observándose contusiones de gran relevancia en la totalidad del rostro, sobre todo en el ojo izquierdo», describen.
Dilawar ha limpiado incluso la pesa con la que, minutos antes, ha matado a Asenov. Los agentes la encuentran encima del escritorio del pakistaní y no observan «ningún resto biológico» en el disco. Creen que, tras el crimen, Dilawar «ha manipulado» también el que, según su propia confesión, es el arma del crimen, que ha tratado de «eliminar los restos de sangre que en él pudieran haber quedado».
La Guardia Civil recalca en sus informes al juzgado número 8 de Arganda del Rey, encargado de la investigación, la obsesión de Dilawar por «la limpieza y el orden». Les llama la atención que el escritorio del asesino está más ordenado que el de la víctima, «existiendo mucha diferencia», lo que concuerda, a juicio de los agentes, con la confesión de Dilawar, que afirmó que había matado a Asenov porque «era una persona muy desordenada y no se encontraba a gusto con él en la celda». Sin embargo, la fiscal cree que el esfuerzo de Dilawar por limpiar y recoger la celda obedece a su «intento de dificultar la investigación».
Folios ensangrentados
Mientras dos funcionarios sacan a Dilawar de la celda y lo cachean en el pasillo, otra trabajadora de la prisión que hace la ronda en el patio, encuentra algo bajo la ventana del cuarto que hasta esa noche el pakistaní y el búlgaro habían compartido en la primera planta.
Se trata de una bolsa de basura que Dilawar ha tirado al exterior a través de las rejas de su celda. Dentro de la bolsa, los funcionarios encuentran «folios manuscritos en otro idioma», que el asesino ha usado para limpiar la celda, porque están «ensangrentados».
Aunque los presos y funcionarios que han declarado aseguran que ni Dilawar ni la víctima solían utilizar el gimnasio, al que se accede desde el patio de la prisión, muchos de los internos afirman que muchos sabían que había desaparecido una mancuerna de allí unos días o incluso semanas ntes del crimen.
La investigación judicial se centra ahora en averiguar qué recluso robó el disco del gimnasio y cómo es posible que ningún funcionario o responsable del centro penitenciario se diera cuenta. La investigación abierta por Instituciones Penitenciarias no ha dado respuesta a ninguna de estas cuestiones.
«Los informes enviados por Prisiones no solo no aclaran cómo pudo un interno coger una pesa de un tamaño considerable y tenerla escondida en su celda durante días sin que los funcionarios la echaran en falta del gimnasio ni la encontrara en la celda, sino que además nadie se responsabiliza de todos los fallos de seguridad y el descontrol que el crimen de Asenov ha revelado dentro de la prisión de Estremera», denuncia Rodrigo López del Cerro, el abogado de la familia de la víctima.
La familia del búlgaro asesinado está convencida de que su muerte se podía haber evitado y responsabiliza a la prisión de «no poner medios suficientes para proteger» a la víctima: «Tampoco explican qué criterio siguieron a la hora de asignar una celda compartida a Dilawar Fazal. El peligro que suponía para otros reclusos era evidente cuando llegó al centro penitenciario tras ser detenido por no uno, sino por tres homicidios«, añade el letrado. «Alguien tiene que asumir responsabilidades».