Pedro Sánchez se equivocó, midió mal al promover a través de la Abogacía del Estado la querella por prevaricación contra el juez batallador Juan Carlos Peinado que investiga por tierra, mar y aire a su esposa Begoña Gómez. Que la Sala de lo Penal y lo Civil del Tribunal Superior de Justicia de Madrid rechazaría la querella era tan previsible como la crítica de Boyero a la última película de Almodóvar.

Como ya sabrá o supondrá el lector, al crítico Carlos Boyero no le ha gustado nada la última película de Almodóvar, unánimemente aclamada en Venecia. En realidad, era impensable que hubiera podido gustarle: lo suyo con Almodóvar es personal, no negocios. ¿El hecho de que La habitación de al lado haya sido premiada en Venecia y generosamente elogiada por la crítica de medio mundo significa que Boyero no ha sido honesto al denigrarla? En absoluto: a Boyero no le ha gustado porque, por definición, no le gusta nada que haga Almodóvar. Su rechazo al cine del manchego no solo es sincero y auténtico, es que se ha convertido en instintivo: tiene que ver más con el propio Boyero que con el cine como tal.

Al punto, por favor

No menos raro habría sido que la justicia de Madrid le hubiera dado la razón a Pedro Sánchez. Y no necesariamente porque los jueces del tribunal que ha respaldado por unanimidad a Peinado sean de derechas, aunque es seguro que no son de izquierdas, sino porque esa tradición de hierro según la cual ‘Perro no come perro’ también opera en la judicatura, donde igualmente ‘Juez no come juez’, salvo en casos muy contados en que la actuación del magistrado sometido al escrutinio de sus compañeros es flagrante e inequívocamente delictiva. Es obvio, en cualquier caso, que a la hora de evaluar los indicios de prevaricación los jueces no aplican a sus compañeros de profesión el mismo baremo que suelen aplicar a los políticos, sobre todo si estos son de izquierdas o independentistas.

El único oficio respetable donde la antropofagia todavía circula a sus anchas es la política. El político que no está dispuesto a comer político no sirve para ese trabajo. Es esa predisposición innata a devorar al contrario, unas veces tras cocinarlo a fuego lento y otras directamente crudo o vuelta y vuelta, lo que hace de la política un oficio no apto para temperamentos compasivos. Donde esté un político en su punto que se quite lo demás.

A la ciencia jurídica le ocurre como a la periodística o a la política, que nunca es del todo exacta, sin que ello signifique necesariamente que en sus inexactitudes haya mala fe. Ahora bien, en la justicia como en el periodismo o en la política hay gente -véase Miguel Ángel Rodríguez MAR- que ha encontrado los ángulos ciegos en los que es posible practicar la impunidad: hay ‘fake news’ que lo son, sí, pero no tanto como para que su autor pueda ser procesado y condenado por la justicia o expulsado del oficio; hay autos, providencias, indagaciones judiciales que obedecen a espurios móviles ideológicos o personales, sí, pero no tanto como para que el juez de turno pueda ser formalmente acusado de prevaricación, a lo que hay que sumar la ya mencionada alergia innata de los jueces a la antropofagia.

‘El poder del perro’

Lo que parece innegable es que algunos jueces, es difícil saber cuántos, están dilapidando el plus de respetabilidad que por definición ostenta el Poder Judicial, un plus simétrico, por cierto, al plus de irrespetabilidad que se han ganado a pulso los poderes Ejecutivo y Legislativo (y en no pocas ocasiones el Poder Periodístico) . Hay jueces que sin duda serán honrados e imparciales, pero al haber decidido no tomarse la molestia de aparentar imparcialidad suscitan la sospecha de los ciudadanos. Según sus compañeros del Tribunal Superior de Madrid, no hay en Peinado indicios verosímiles de prevaricación en su instrucción del caso Begoña Gómez, pero como él ha decidido despreciar toda apariencia de neutralidad, las sospechas están muy extendidas y bastante bien fundadas entre quienes no somos jueces.

Llamativa resulta, en cualquier caso, la convicción generalizada en los ámbitos conservadores de que, al interponer su querella contra Peinado, Pedro Sánchez pretendía intimidarlo y someter al instructor a sus viles designios. ‘El poder del perro’. Las derechas recuerdan un poco a esos dirigentes del Barcelona que acusaban al Real Madrid de tener comprados a los árbitros pese a que los únicos indicios inequívocos de que un club haya pagado a un dirigente arbitral eran y son los que señalan al Barcelona.

¿Hay, pues, ‘lawfare’ en la justicia española? Algunas veces, es difícil decir cuántas, desde luego que lo hay. No es que en general tengamos una mala justicia, del mismo modo que en general no tenemos en Boyero a un mal crítico, más bien todo lo contrario: lo que sucede es que, al igual Boyero no es fiable cuando juzga una película de Almodóvar, ciertos jueces tampoco lo son cuando instruyen o juzgan ciertas causas políticas de gran trascendencia pública y de cuyo desenvolvimiento y desenlace estará atentísima a tomar buena nota la dirección de Génova 13.

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