Temblaron los cimientos del Estadi Olímpic de Montjuic. En el minuto 80 todos los aficionados presentes se levantaron. Seguro que alguno también en sus casas ante la pantalla de la televisión. Gavi esperaba junto al cuarto árbitro, que volvía a poner el ‘6’ en el luminoso casi un año después. La última vez que lo abandonó fue hace 336 días. Lo hizo por su propio pie, pero entre lágrimas. Ahora, bajo el cariño de toda la afición, la expresión era radicalmente distinta. Con los ojos empeñados, pero de felicidad y ganas. Pedri le pusó el brazalete de capitán como homenaje en su regreso, una declaración de intenciones y una muestra de lo que Gavi significa para el club azulgrana.
El estadio coreaba su nombre al unísono mientras se ponía el peto de camino a la banda para calentar. Se tomó un momento, mirando a la grada con los brazos en jarra. Muchas cosas se le debieron pasar por la cabeza a Gavi. Cuando notó que algo no iba bien en su rodilla el 19 de noviembre del año pasado, en el España-Georgia de clasificación para la Eurocopa. Cuando volvió a la Ciudad Deportiva del Barça, se abrazó a todos sus compañeros mientras digería lo que le esperaba. Las horas previas a la operación, de congoja y dudas, la entrada a quirófano y todo lo que vino después. El dolor, día sí y día también. Las sesiones diarias (muchas veces mañana, tarde y noche) para ir superando plazos. Nunca acortándolos, si no consolidándolos, consciente de lo que se jugaba. Han sido 336 días que se han hecho largos. Demasiado. Tanto para el como para el Barça y su afición.
Un Gavi igual pero distinto
El Gavi que volvió a vestir de azulgrana en el partido contra el Sevilla sigue manteniendo la misma esencia. Esa garra, coraje e instinto. Pero algo ha cambiado. Estos más de 300 días para Gavi lo han cambiado todo. Su dedicación y compromiso no es negociable, quien lo dude no le ha visto disputar un solo minuto sobre el césped. Pero Gavi ha tenido que aprender a ser paciente. Cada paso en su recuperación estaba medido y no había lugar a las prisas. Y el futbolista lo asumió desde el primer minuto. No tocó balón (ni en su casa ni por casualidad) hasta que los médicos le dieron permiso y bajo su vigilancia.
Un Gavi igual, pero distinto volvió a pisar este pasado domingo el Estadi Lluis Companys. Tras el cuarto gol del Barça, el estadio se puso en pie. No para celebrar el tanto de Pablo Torre, si no porque vieron asomar a Gavi del banquillo. Sonreía el futbolista mientras se cruzaba y abrazaba con Hansi Flick. Los 22 jugadores del terreno de juego se pararon de inmediato y aplaudieron mirando al joven futbolista que esperaba en la banda. Sonreía mientras veía a Pedri, su gran amigo y compañero, acercarse a la banda. Se estaba quitando el brazalete de capitán. El mismo que le coló en el brazo y le anudó antes de abrazarse para dar paso a un gran estruendo en el Estadi. Enloquecieron las gradas, entre aplausos y saltos, mientras el partido se reanudaba.
Y, como si nada, volvió todo a su sitio. Como si nunca se hubiera tenido que marchar. Gavi luchó, disputó y volvió a morderse la lengua en cada acción. Esos detalles tan pequeños pero que forman parte de un futbolista que el Barça ha echado mucho de menos.