Cristina de Middel (Alicante, 49 años) fue fotógrafa de prensa, en el diario «Información» (del mismo grupo editorial que LA NUEVA ESPAÑA), antes de saltar a un camino artístico que le valdría el Premio Nacional de Fotografía en 2017. Ese mismo año entró en la agencia Magnum, que ahora preside, siendo la primera persona de nacionalidad española en ese puesto. En Oviedo, Magnum recibirá el premio «Princesa» de la Concordia. Con esta entrevista este periódico inicia la serie de retratos que el fotógrafo Muel de Dios realizará a los galardonados.
–Se ha visto a algún fotógrafo de la vieja escuela un poco incómodo en la exposición que usted ha comisariado en La Vega sobre Magnum. No tantos «instantes decisivos» clásicos y mucho lenguaje moderno, mucho Martin Parr. ¿Le consta?
–No es algo que pase solo aquí. Ocurre bastante a menudo porque la percepción de Magnum está muy enrocada en sus inicios, a pesar de que son 80 años de historia. Pero si ha sobrevivido es porque se ha adaptado a los nuevos lenguajes, a la sociedad. Si no, no tendría sentido como agencia, sería un museo, un archivo, que también lo es. Pero es un archivo que está vivo, y si se mantiene actualizado, si sigue siendo relevante, es, precisamente, porque se van incorporando nuevos lenguajes, nuevos puntos de vista que luego el tiempo demuestra su vigencia. Aunque sean muy controvertidos. Cuando entró Martin Parr fue bastante traumático, y luego se ha convertido en un icono. Es un representante de lo que es hoy en día la fotografía. En ese sentido tenemos que estar siempre de avanzadilla, rompiendo un poco el tejido para permitir que pasen todos, con el único fin de seguir siendo una agencia de fotografía que explica el mundo en un lenguaje que entiende la sociedad y que la refleja. Quien sea más nostálgico del pasado va a encontrar en Magnum un montón de imágenes que le harán muy feliz, y quien se interese por los lenguajes contemporáneos también lo va a encontrar en Magnum.
–La respuesta a qué es la fotografía no es la misma que cuando Cartier-Bresson y Capa fundaron la agenda.
–Pero no ocurre solo con la fotografía. Ocurre con el lenguaje, con la escritura, el cine, con cualquier modo de expresión. Lo que me parece extraño y hace que levante la ceja es pedirle a la fotografía que se congele cuando el resto de las disciplinas han evolucionado. Me parece injusto. Es algo que viene de la asociación que se hace de la fotografía como documento, como si la verdad fuera inamovible. Al revés, está demostrado que la verdad es algo que se mueve. Ese nivel de expectativas de la fotografía como algo congelado no ayuda. En Magnum lo tenemos clarísimo, y si la audiencia también lo tuviera claro, conseguiríamos estar mejor educados visualmente y navegar mejor en la sociedad. En realidad, cualquier anquilosamiento te va a producir una gran decepción solo con el paso del tiempo, no hay que hacer nada.
–En este debate subyace también la cuestión de documentar o crear. Los padres de Mangum no ocultaban su faceta de autores, su voluntad estética.
–Es que el compromiso que adquiere Magnum desde su fundación es ser neutral a la hora de documentar el mundo, es decir, darle independencia a los autores para elegir los temas y para contarlos como quieran. Magnum es una agencia de fotógrafos, no de prensa. Se defiende la visión genuina, personal, de cada fotógrafo. Y, como se puede ver en nuestra web, cada uno es de su padre y de su madre. Lo que pasa es que como en aquella época era el inicio de la fotografía documental parece se creó un canon. Pero ese canon ya se negó una década después y así sucesivamente. Se está reinventando continuamente para seguir siendo relevante. Si no, sería como visitar un castillo. Y no es un castillo, es, si acaso, un supermercado.
–La fotografía viene sufriendo diversas revoluciones tecnológicas. A usted le toca lidiar con la revolución digital, inteligencias artificiales y demás retos. ¿Cómo los encara?
–En Magnum llevo desde 2017, pero en la fotografía llevo 25 años, y mi percepción ha sido la de que estamos en continua crisis. Lo que pasa es que somos muy sectarios y parece que las crisis van aniquilar lo que hay antes, que una novedad tecnológica va a suponer el fin de los que no se adaptan. Y no es así. Me gusta decir que la fotografía es una casa que antes tenía un salón donde dormían y vivían todos, estaban muy felices. Después llegó el color y no es que echaran a los del blanco y negro, es que se hizo otra habitación al lado, comunicada. Llegó el digital e hicieron un piso arriba. Y los que hacen digital van de un lado a otro. Una novedad no anula o cancela lo que ya existía. La fotografía es una gran casa que va creciendo conforme crece la sociedad y la tecnología. Pero con la inteligencia artificial es otra cosa.
–¿Por qué?
–Porque técnicamente ya no estamos hablando de fotografía. Fotografía es escribir con luz, y con la IA no hay impacto de luz sobre una superficie sensible. Es un imagen sintética, y eso es otra cosa. Sí tiene un impacto muy fuerte, porque Magnum, precisamente, vive mucho de las licencias, de recuperar imágenes y seguir vendiéndolas, y ahora esa parte del mercado que cubríamos reutilizando imágenes lo puede hacer cualquier quinceañero en su casa sin pagar nada. Como todas las modas, nos cansaremos. Porque, además, es todo muy parecido. La gran conclusión de la IA es que parece que tenemos todos los mismos sueños: globos en el desierto, unicornios y payasos en naves abandonadas. Evidencia que nuestra imaginación está muy limitada y que si no la alimentamos y seguimos cometiendo errores, que es lo que expande nuestras capacidades, nos vamos a quedar en cuatro simbolitos.
–Otro problema de lo digital es la hiperdocumentación y la facilidad de reproducción.
–No tenemos capacidad para asimilar la cantidad de imágenes que se crean al segundo. Si antes la fotografía era una herramienta que te ayudaba a comprender el mundo, ahora se puede convertir en un obstáculo. Hay tantas, tan diversas, tantas voces, tanto ruido que no se escucha nada. Hay tanto a lo que mirar que dejas de ver. Lo que intentamos en Magnum es que la fotografía sea una fotografía válida para intentar ver el mundo. Y para eso hay que sonar un poco más fuerte, más claro, para traspasar todo ese ruido. No es fácil.
–Y el camino para lograr no es solo documentar la realidad.
–Adoro la prensa, pero desde que la dejé empecé a cuestionar esa idea. La verdad no es algo que la fotografía va a descubrir. Si no lo ha hecho la física o la filosofía no lo hará un fotógrafo. Por otro lado está yendo todo tan rápido, que si desde las instituciones o como creadores no empezamos a despertar un sentido crítico en la audiencia para que duden más de las imágenes, estamos perdidos. La prensa que me interesa es la de las historias que no van de neutrales. Me interesa la opinión, una bien fundada, no cualquiera, la de alguien con un criterio. Lo más cerca que podemos estar de la verdad es juntar un máximo de opiniones para crearnos la nuestra. Si quieres entender cómo era la Rusia de finales de 1800, en vez de irte a un almanaque de la época puedes leer a Dostoyevsky. La buena ficción es la que te ayuda a entender la realidad. Pero es solo mi opinión. No la de Magnum.
–Fotógrafa, presidenta de Magnum. ¿Problemas por ser mujer?
–Seguramente lo he sufrido por tener menos facilidades, pero es un problema al que no quiero mirar. Me ha servido ignorarlo, porque si no te enrocas y empiezas a pensar en otras cosas. Lo único que quiero es contar historias y que la gente las escuche. Nos pagan menos y nos exigen más, pero también tenemos muchas capacidades para tirar p’alante. No nos van a parar, a mí no me van a parar. Sé que suena un poco «Braveheart», pero es que yo no quiero incluir esos problemas en mi camino para que no me condicionen. Sin desmerecer a las activistas, cada una tiene su fórmula y la mía es esa.