Pocos periodistas tocaron tantos palos. Pocos periodistas tan formados. Pocos periodistas tan sabios. Pocos periodistas tan cosmopolitas, pocos periodistas capaces de mantener su carrera al máximo nivel en seis décadas diferentes. Pocos periodistas, como Víctor de la Serna, han contribuido tanto a la excelencia del periodismo español.
Víctor —me permito la familiaridad tras muchos años compartiendo redacción, aunque él me hubiera corregido de inmediato— formó parte de un muy selecto grupo de periodistas que tuvieron acceso a una educación en el extranjero durante el franquismo, mientras España vivía aletargada entre la paletada y el provincianismo.
Durante su estancia en un internado en Suiza aprendió francés, alemán e italiano, demostrando desde niño una capacidad inaudita para las lenguas. De ahí a Nueva York, en la que no sólo añadió el inglés a su currículum, sino que se convirtió en la ciudad que le marcaría de por vida.
Fue el primer español en graduarse por la prestigiosa Escuela de Periodismo de Columbia. Se impregnó de la cultura neoyorquina, desde el jazz —habitual de la Sala Clamores hasta el final de su vida— al baloncesto, de la gastronomía a los medios de comunicación. Los que serían sus grandes temas a lo largo de su carrera.
Pero aquí conviene hacer un alto. Habrá quien se pregunte cómo un joven español de entonces tiene acceso a esa educación. La familia de Víctor no era una familia cualquiera. Era bisnieto de la escritora Concha Espina, muy popular por su producción narrativa y una mujer adelantada a su tiempo, dominado por los hombres.
Era nieto de Víctor de la Serna y Espina, influyente periodista y escritor franquista. Y era hijo del diplomático, periodista y senador real Víctor de la Serna Gutiérrez-Répide —experto gastronómico de El País conocido como Punto y Coma— y de la temida y respetada crítica del mismo periódico Nines Arenillas.
Habíamos dejado a Víctor en Nueva York. Recientemente, él mismo recordaba en un artículo su experiencia y cómo le había influido la gran urbe.
«Desde el lejano 1963, cuando llegué a Nueva York un par de meses antes del asesinato de John F. Kennedy, la megalópolis sobre el Hudson ha sido como el telón de fondo recurrente de mi vida. Entonces descubría, chaval aún, lo que la emisora hispana de radio WADO ya llamaba con su acento caribeño Nueva Yol, capital del mundo. Allí estudié Bachillerato y, años más tarde, Periodismo; allí me estrené como corresponsal en el extranjero después de haberlo hecho como estadístico veraniego de la NBA, que es tarea menor, pero que tenía también su miga, no se crean. Allí he regresado constantemente a lo largo de tantos años».
En 1968, cubre para Informaciones los Juegos Olímpicos de Invierno de Grenoble. Ahí comenzaría su vinculación con el diario, uno de los más aperturistas en los años finales del franquismo, y su carrera como periodista deportivo, que más adelante se centraría en el baloncesto. Pero no sólo.
Ejerció de redactor jefe y de corresponsal en Estados Unidos y, lo más importante, coincidió con su tío, el director Jesús de la Serna; con el subdirector, Juan Luis Cebrián, y el mejor equipo de la prensa española de entonces, que acabaría formando el núcleo fundacional de El País.
Tras una profunda crisis empresarial, el diario entra en decadencia. Víctor lo deja en 1979 para incorporarse como jefe de prensa de la recién creada e influyente Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE). Compatibiliza su cargo escribiendo artículos para El País, a cuya redacción se incorporaría en 1986.
‘El País’, ‘Diario 16’, ‘El Mundo’
Pronto surgen diferencias con la línea editorial del periódico. Víctor se opone frontalmente a Cebrián en su intento de silenciar el escándalo de los GAL y cualquier información que pudiera perjudicar a los gobiernos de Felipe González.
En 1988, Pedro J. Ramírez, joven director de Diario 16 —el periódico que llevaba todo el peso de la investigación del terrorismo de Estado— ficha a Víctor, algo insólito entonces que alguien quisiera abandonar el trasatlántico de la calle Miguel Yuste por el emergente y humilde Diario 16, vecino de San Romualdo.
Ramírez y Víctor tenían en común su pasión por el baloncesto y, sobre todo, una admiración por el periodismo norteamericano, del que ambos se habían empapado durante sus estancias en Estados Unidos.
Tampoco iba a durar mucho Víctor en Diario 16. En abril de 1989, Pedro J. es despedido en un intento de frenar las investigaciones sobre los GAL. Sin perder un minuto, pone en marcha el proyecto de un nuevo periódico, El Mundo, que vería la luz en octubre de ese mismo año. Víctor es de los primeros en sumarse y una de las piezas clave, como fundador, al conseguir respaldo internacional para el nuevo diario.
Con su elegancia característica, informal, pero siempre impecablemente vestido, comienza a visitar las principales redacciones europeas. A él se deben las gestiones con Peter Preston, entonces director de The Guardian, y con Serge July, de Libération, para que sus diarios se convirtieran en socios europeos de la nueva cabecera.
Poco más tarde, también participa de forma activa en la incorporación a la alianza del grupo Rizzoli, propietario de Il Corriere della Sera, que acabaría haciéndose dueño del periódico español.
Como se ve, los idiomas de Víctor fueron de gran utilidad para la nueva empresa editora. De ahí que le llamáramos cariñosamente «poliglotón», por su calidad de políglota fundida con su sabiduría gastronómica.
Como adjunto al director, Víctor hizo de todo en El Mundo. Se convirtió pronto en referencia de erudición para una redacción joven y bisoña. Víctor siempre tenía la solución a todas las dudas, ya fueran gramaticales o históricas.
Llegó a ser el analista de prensa en su sección Hojeando/Zapeando, en la que criticaba con severidad los errores de las diferentes cabeceras, incluida la nuestra, una forma de autocontrol que nos resultó más eficaz que el ómbudsman.
Nadie mejor que Víctor de la Serna para elaborar el libro de estilo del nuevo períódico, que con actualizaciones, aún sigue hoy vigente. No sólo se ocupó de la redacción y elaboración de las normas de edición y éticas, sino también de su cumplimiento, lo que, en su celo, le llevó a más de un enfrentamiento con la redacción. No le importaba, porque no era de los que están en el periodismo para hacer amigos y porque casi siempre —por no decir siempre— llevaba razón.
Creó el primer suplemento semanal de comunicación de la prensa española, que se convirtió en referencia para la profesión. Formó parte durante años de la sección de Opinión, como editorialista de los temas más diversos y como rastreador infatigable de grandes artículos en la prensa internacional. Siempre a mano en la redacción, servía de apoyo como analista en cualquier emergencia, ya fuera un obituario o una crisis internacional.
Fue indispensable para crear los Premios de Periodismo de El Mundo en honor a los periodistas asesinados Julio Fuentes y José Luis López de la Calle y, más tarde, a Julio Anguita Parrado, muerto por un misil en la Guerra del Golfo. Formó parte del jurado desde la primera edición y conocía mejor que nadie qué periodistas en el mundo entero habían destacado por su labor como reporteros o columnistas durante el último año.
Fernando Point y Vicente Salaner
Convirtió el suplemento Metrópoli en una referencia del sector con sus críticas gastronómicas —La mesa y el mantel— donde, bajo el alias de Fernando Point, era implacable y donde se ganó numerosas enemistades, como la de unos grandes almacenes a los que no les gustaba que se cuestionara la cocina de sus cafeterías.
En sus columnas de baloncesto, como Vicente Salaner —Hasta la cocina— ,hacía gala de un conocimiento enciclopédico, y fue referencia obligada en un momento en que la NBA se hacía popular en España y el basket patrio comenzaba a cosechar triunfos.
Víctor era pura pasión. Seguía el juego con tal acaloramiento que sus compañeros en las tribunas de prensa le miraban asombrados de cómo gesticulaba y gritaba como si se tratara del mismísimo entrenador.
Tal era también su pasión por la gastronomía y el vino que llegó a producir en la zona de la Manchuela conquense, desde 2001 hasta 2019, sus propios vinos Finca Sandoval, que obtuvieron numerosos premios.
Le gustaba la gran gastronomía, pero también ir al mercado y conocer los productos de primera mano. Era todo un placer seguirle en Twitter y ver qué había cocinado en casa o qué vino había abierto para las comidas familiares con su mujer y sus hijas.
Víctor tuvo la virtud de no envejecer profesionalmente pese a la edad. Era tal su pasión por el periodismo que disfrutaba tanto con la profesión como un niño grande, como si todos los días fuera el día de Reyes.
Trabajador infatigable, en los comienzos de internet llegó a fundar con un éxito tremendo la web elmundovino, con toda la información enológica, elaborada de principio a fin por él mismo. Fue muy activo en redes sociales, hasta que en 2021 abandonó Twitter por los primeros achaques y por el ambiente irrespirable que iba adquiriendo la red.
Se adaptó con facilidad al mundo digital, lo que no obsta para que su mesa fuera la más atiborrada de papeles de la redacción. Gran lector de prensa —la leía toda, nacional e internacional—, conservaba periódicos en papel durante meses, folletos, informes…
Cuando se le iba a ver al despacho, había que asomarse por encima de aquella columna de papeles para ver si Víctor se encontraba allí, tras la trinchera de información, tecleando alguno de sus múltiples textos, ya fuera su sección Indiano en Chamberí sobre una calle mal asfaltada en su barrio, o su Hojeando/zapeando sobre el último juicio contra Google. Era un periodista total, para Víctor no había tema pequeño.
Con su asombrosa capacidad de concreción, Víctor de la Serna no se andaba con florituras. Sabía bien cómo no cansar al lector. Así, era capaz de definirse a sí mismo, y a su carrera de casi sesenta años, en sólo 22 palabras: «Periodismo, adicción tolerable. En ella desde 1968. Libertad de expresión ante todo. Y comunicación, baloncesto, gastronomía, vinos… ¡y la plaza de Chamberí!».
Víctor de la Serna Arenillas nació en Madrid el 14 de abril de 1947 y murió en la misma ciudad el 18 de octubre de 2024, a los 77 años. Deja mujer, Carmen, y tres hijos, Cecilia, Cristina y Juan.