Existen pocos elementos en la naturaleza con la capacidad de modelar la realidad y producir cambios en ella sin que nos demos cuenta, mientras discurre la existencia barranco abajo. Uno de ellos es el agua. El otro, el tiempo. La exposición ‘Historias que destilan agua’, organizada por la Casa-Museo León y Castillo de Telde, en colaboración con el Fondo para el Estudio de la Etnografía Canaria (FEDAC), ofrece al público hasta el 10 de noviembre un mirador panorámico sobre la importancia del patrimonio hidráulico en Gran Canaria. Y aprovechando el sentido de la corriente, invita también a revisitar el pasado con la mirada del presente.
Cada una de las 55 imágenes antiguas seleccionadas narra su propio relato. Tras el blanco y negro estático se adivina el rumor de la vida, animada por la presencia de recursos hídricos obtenidos a través de un colosal esfuerzo individual y colectivo. Las fotografías, congeladas inicialmente en unas coordenadas temporales determinadas, afrontan su particular deshielo ante cada espectador y espectadora, que ve fluir un caudal de información a veces insospechada.
Con esta muestra, el Cabildo promueve la reflexión no sólo sobre la preservación de las arquitecturas del agua, sino acerca de la necesidad de concienciar sobre la transformación que se ejerce sobre el territorio y sensibilizar sobre el valor de los escasos recursos hídricos en el contexto de los efectos del calentamiento global por el cambio climático.
«Su escasez ha llevado aparejado un trabajo titánico por conseguir aumentar los aportes hídricos mediante la captación, almacenamiento y distribución, dando lugar a una cultura material que ha dejado su huella en el paisaje en forma de fuentes, acequias, pozos, norias, albercones, cantoneras, acueductos, molinos, lavaderos, estanques o presas, pero también en la percepción de los valores intangibles, los aspectos simbólicos como el modo en que nos relacionamos con el agua a través del uso doméstico, la higiene, las prácticas y creencias religiosas o la creatividad artística, que fueron captadas por las cámaras de diversos fotógrafos», explica uno de los textos que acompañan al proyecto expositivo.
Visitar la exposición equivale a sumergirse en el devenir del agua en la isla, en fuentes y pilares que servían de lugar de encuentro, bajar al fondo de ‘minas’ de captación o a seguir el trazado de la red sanguínea de túneles y acequias que mantenía el pulso del paisaje de medianías, cumbres y llanuras. Y de la propia sociedad.
Movida por las imágenes, también la curiosidad se contagia y se deja fluir. ¿Qué impresión nos causaría visitar algunos de los espacios retratados décadas atrás, más de un siglo en algunos casos, buscando además el mismo ángulo, o el más aproximado posible? Este fue el resultado en cuatro casos concretos en el que se tomaron como referencia otras tantas fotografías que integran ‘Historias que destilan agua’.
Acequia en el barranco de la fábrica azucarera de Telde (1910-1915). La mujer de negro
No se sabe quién tomó la imagen. Sí que forma parte de la colección de José A. Pérez Cruz de la FEDAC. Vemos a una mujer vestida de riguroso negro, bajo una sombrera de amplísimas alas, mientras aprovecha el agua que baja del barranco de la histórica azucarera de San Juan de Telde. Hoy en día, la fotografía nos revela la abundante presencia de rabo de gato en el cauce, ahora cercado por un moderno muro de hormigón repleto de grafitis. Alguien ha desahogado sus pensamientos, también modernos.
Los datos de Patrimonio Histórico del Cabildo revelan que el equipamiento mecánico, que conserva íntegramente, fue adquirido en prestigiosas casas inglesas, exceptuando el alambique, de procedencia francesa. En sus primeros años de actividad se centraba en la obtención de azúcar y de miel de caña. Posteriormente ampliaron la oferta a la fabricación de caramelos, alcoholes y aguardientes, entre los que destacaron el vodka y el afamado ron de Telde.
Presas del Pinto (1960-1970). De la nopalera a la platanera
Sobresalen en la imagen algunos testigos del paso del tiempo. Hacen señales para hacernos ver que siguen aquí, más de medio siglo después. Es el caso de una hilera de bancales que trepa por una de las paredes del barranco, pegada al frontal de una de las Presas del Pinto, en Arucas. Las plataneras de la vertiente opuesta han desaparecido, aunque sigue en pie el precario muro que las acotaba. También permanece aposentada en su loma norte la arboleda de antaño. En la contraria, y al fondo, se dispersan decenas de construcciones que no existían, alongadas a un embalse con bastante menos agua de la que tenía aquel día que subió hasta el lugar Francisco Rojas Fariña.
El origen de este conjunto de represas se remonta al último cuarto del siglo XIX, cuando se planteó su necesidad «ante el dramático aumento de la demanda de agua por la expansión de los cultivos de plataneras, que eran mucho más exigentes en caudales de riego que las nopaleras de cochinilla», tal y como se recoge en la web del Cabildo de Gran Canaria.
Vista del Barranco Real (1895). Trincheras para el agua que marcha en secreto
En Gran Canaria, al agua se la ha aguardado y se la ha querido aprehender de todas las formas imaginables, igual que se anhela a un ser querido perdido, pero también como quien va en busca de un huidizo forajido. Las ‘minas’ son una suerte de trincheras cubiertas que atraviesan diagonalmente los barrancos para captar las aguas subálveas, las que corren en secreto bajo la superficie. Desde Patrimonio Histórico del Cabildo se señala que «en los cinco kilómetros comprendidos entre el Puente de los Siete Ojos y la desembocadura del Barranco Real de Telde, se hallan las cuatro minas más antiguas de Canarias, de los siglos XVI y XVII».
«De abajo hacia arriba», completan, «están las minas de La Pardilla, El Acebuche, Zamora y El Alcaravanal o de El Cascajo, solo visibles por sus campanas. Cerca de la ciudad se encuentran las minas de La Fuente y de La Placetilla. Más al norte están las de La Matanza y la de Balboa o El Cortijo de San Ignacio, esta última construida por los jesuitas en el siglo XVII, pese a los problemas posteriores con los propietarios de las minas de abajo, cuya acequia llegaba hasta un estanque situado por debajo de El Puente».
La fotografía reciente que replica en parte la tomada por Luis Ojeda Pérez, la vieja y yerma vastedad de la explanada ha sido sustituida por un entramado de carreteras, acumulaciones de viviendas, de altas farolas que se entrelaza en la vista con las palmeras, dispuestas para alumbrar en la noche a quien se dirija a San Gregorio, el Valle de Jinámar, San Juan o Valsequillo, en este cruce de caminos en el tiempo y el espacio.
Heredad de Aguas de Arucas y Firgas. 1960-1970. Memorias de piedra
La escultura dedicada a La Salle remata hoy en día la fuente que se encuentra frente a la regia fachada de la Heredad de Aguas de Arucas y Firgas. La figura alza su brazo izquierdo hacia el cielo aruquense. Justo debajo, se encontraban los rebajes que usaron durante décadas cientos de mujeres como lavadero y, de paso, como uno de los pocos lugares para el encuentro social y la conversación distraída que podían encontrar en otros tiempos.
«Fueron las heredades de aguas las que procedieron a construir simples lajas de piedras labradas que se adosaban de forma inclinada en acequias, piletas anexas a estanques y cursos de agua naturales para restregar y lavar la ropa», se lee en la documentación de la exposición dedicada a los lavaderos de Gran Canaria.
Patrimonio Histórico, por su parte, concreta que la Heredad de Aguas de Arucas y Firgas es una de las más antiguas y emblemáticas de Canarias. Fue creada después de haberse regulado la distribución de las aguas asignadas, en los primeros repartimientos, a las tierras bajas de la isla mediante la figura de los heredamientos.
A mediados del siglo XVII, casi la mitad del grueso de la producción iba a las tierras del Mayorazgo y el resto se fraccionaba. A mediados del siglo XIX, las aguas del Mayorazgo de Arucas quedaron libres, por lo que su propiedad comenzó a venderse y fraccionarse. Para repartir tanto fraccionamiento del agua, la Heredad fue necesitando de más distribuidores o cantoneras.
La dula o periodo de reparto de esta heredad siempre fue de 31 días que fraccionaban las aguas por 18 cantoneras situadas entre la Capellanía de Firgas y la cantonera Real frente al edificio de la Heredad, en el mismo centro de Arucas. Cada cantonera tiene 24 bocas, equivalentes a 24 azadas, subdivididas en fracciones de horas, minutos y segundos. Pero las modernas canalizaciones de plástico y llaves de distribución milimétrica han cambiado la forma de distribución del agua, con lo que las cantoneras han perdido su función. Queda de ellas una memoria a la vez líquida y pétrea.