Después de tantos años, nadie nos va a contar en qué consiste el lío de las ventanas de selecciones. Casi lo recitamos sin parpadear. Los clubs, que pagan la fiesta, sufren por sus estrellas y tratan de preservarlas. Los seleccionadores se juegan su cargo y el prestigio de un país. Mete a los mejores, estén o no cargados. Un pleito sin acto de conciliación en medio de un calendario demencial. Se entiende el conflicto.
Pero cuando en tus manos depositan futbolistas insultantemente jóvenes, la sensibilidad en las decisiones debe estar por encima de la norma. Las declaraciones de Luís De La Fuente, tras el marcaje de los daneses a Lamine Yamal, son indefendibles. «No vamos a pretender que le den besos», dijo. La frase sólo puede ser propia de quién jugó con el dañino Goikoechea en el Athletic o de quién se enfrente a Lamine. Jamás del hombre que tenga el crack a sus órdenes. No me imagino a Flick o Ancelotti incentivando el anti-fútbol ante su futbolista franquicia. Eso es lo que hizo De La Fuente. El seleccionador mantiene que la dosificación pertenece a los clubes, no a la Federación. Conviene recordar que cuando exprimes a Pedri en los Juegos, tras mil prórrogas en la Euro, y Pedri se lesiona, no sólo lo pierde el Barça. También la selección
En la mañana del domingo, hubo un momento en que el club sintió que De La Fuente pretendía apurar y, de hecho, apuró. Le preguntó a Lamine si estaba para jugar en Córdoba. Si el chaval, en aras a su compromiso, suelta un sí, no hubiera vuelto a casa. El Barça y sus jugadores también debe mejorar. Su rival, a días del Clásico, les ha metido tres goles con Mbappé, Vinicius y Militao. Hay que aprender. Pasó con Pedri, con Gavi, con Fermín y ahora se ha rozado el palo con Yamal. Esta vez, la cosa acabó bien. Pero un día terminará mal. Avisados quedan.