Aprieta los ojos con fuerza y mueve la cabeza de lado a lado negando con rotundidad: «Es que no. Terror. Yo no sabía cómo hacerlo», expresa. «Es que van niños de 18 años, incluso menores, de la edad de mi hijo…». Llegó a Badajoz desde su país en marzo de 2022. Tenía una vida acomodada, «con muy buen sueldo», pero tras la pandemia la empresa en la que trabajaba empezó a recortar hasta que sus ingresos cayeron tanto que tuvo que vender su coche y su casa: «Me vi ahorcada», dice. Su situación económica, unida a la inseguridad del país, crearon un contexto de vulnerabilidad que la obligó a buscarse la vida fuera.
«Yo tenía una prima en Badajoz. Ella me insinuó lo que estaba haciendo, que se ganaba bien. Como me lo pintaba, lo veía muy fácil. Lo imaginaba como una burla que le haces a esa persona y le sacas el dinero. Acepté sin saber la magnitud…».
Quien habla es una superviviente de la explotación sexual. Vivió en situación de prostitución durante tres meses. Primero en un club de Miajadas y después en un chalet en Badajoz. Su testimonio es anónimo porque sabe que su pasado le puede perjudicar un presente ya de por sí complicado.
«Su caso es excepcional porque es de las pocas que logra salir», contextualiza Marta Franco, coordinadora de la asociación Victoria Kent, adonde acudió en busca de ayuda y donde le pudo poner nombre a lo que estaba viviendo.
La llegada
«Ni por asomó pensé en quedarme a vivir aquí. Mi idea era venir con lo poquito que me quedó de vender mi casa después de que me robaran. Entonces yo pensaba en hacer dinero, volverme, comprar una vivienda para mis hijos y montar un negocio», cuenta.
El primer tropiezo fue con su prima. «Me cobraba por la habitación casi lo mismo que a ella le costaba el alquiler del piso». «Es que -apunta Marta Franco- ella fue víctima de trata de su persona de confianza. No es una trata a gran escala con el típico chulo y una mafia detrás. Es el nuevo modelo que nos encontramos. Un familiar muy cercano te engaña para lucrarse, de manera que al final te está explotando».
Ya estaba metida en el círculo. En el club de Miajadas se repitió muchas veces a sí misma: «Pero qué estoy haciendo». A su madre le contó que cuidaba a personas mayores. El alcohol le servía de aliado. «Pero nunca he consumido drogas. Me negué. Muchas chicas sí lo hacían para mantenerse despiertas, porque es normal que algunos aparezcan a las ocho de la mañana». «También toman -añade- porque es la manera de aguantar determinadas situaciones. Aunque lleguen sanas, al final caen. Y después terminan enganchadas y, con una gran deuda acumulada, no pueden dejar de consumir».
Recuerda que cuando preguntaba por la seguridad que había en el club si pasaba algo, le contestaban: «Aquí es: búscate la vida».
«Aquello fue terror. Yo fingía con el miedo de que alguno me descubriera, porque no sabes cómo van a reaccionar, porque al final ellos estaban pagando por un servicio».
Del dinero que ganaba, la mitad iba para los dueños del club. «Gracias a Dios yo no tuve malas personas. No me pasó nada, pero sí veía que llegaban borrachos, que rompían copas, un club solitario en medio de una carretera… Con viejos babosos, había uno que se parecía a mi abuelo. Horrible», lamenta. «… y hombres guarros a los que les gustaba humillar a las mujeres».
De ahí pasó al chalet de Badajoz, donde los dueños del negocio se quedaban con el 60% del dinero que ellas recibían. «Hay hombres de todo tipo, como el que va allí a primera hora antes de ir a trabajar».
Tanto en el club como en el chalet compartió espacio con chicas muy jóvenes. «Cuanto más lo eres, más gustas. Y si tienes la cara angelical, todavía más».
De ‘psicóloga’
«A veces yo solo hacía de ‘psicóloga’, porque solo querían hablar. Sí, yo sé que para eso están los psicólogos, no yo, pero claro, ellos quieren que una chica sexi escuche sus problemas».
El 95% son extranjeras, sobre todo de Colombia, Venezuela, Brasil… «Nunca he conocido a ninguna que viniera engañada por una mafia y con una deuda ya pendiente y con sus hijos amenazados, pero sí he oído muchas historias. Porque ellos te pagan el pasaje, pero te cobran el doble de lo que vale. Y así con todo. Y eso ocurre en los clubs y en las casas de alquiler».
El chalet funcionaba las 24 horas. Allí fue la primera vez que supo de la existencia de la asociación Victoria Kent, que sale de ruta por las distintas viviendas que hay en Badajoz donde saben que existen situaciones de explotación sexual. Ellas les llevan material preventivo, las ayudan con las revisiones médicas y les explican que pueden asesorarlas jurídicamente. Ahora mismo calculan que en Badajoz ciudad hay entre 20 y 30 pisos de alquiler con mujeres prostituidas. «Unos cierran, otros abren… Algunos dueños saben el negocio que hay montado en su vivienda, otros no», explica Franco.
Las promesas
«A mí es que me veían en la cara que era nueva, es que se me notaba demasiado, se daban cuenta de mi inocencia», prosigue con su historia. «Las otras chicas me decían: esta se va con el primero que se lo diga. Porque los hombres te hacen promesas, que te van a sacar de allí, que te dan una casa…».
No fue con el primero, pero sí con uno de ellos. «Me acuerdo de que estuve una semana de viaje en Madrid con una de las chicas del chalet, ella me ayudó mucho, porque me daban a menudo ataques de ansiedad por la culpabilidad de lo que estaba haciendo. Cuando volví, decidí que me iba con ese ‘cliente’», cuenta.
No obstante, al regresar, no logró localizarlo y volvió al chalet. «Desde allí establecimos contacto de nuevo. Y entonces ya me marché con él».
«Al principio, bien», asegura. Él buscó una casa en el campo para que vivieran juntos. «Yo trataba de compensar ayudándolo en el trabajo en todo lo que él me dijera, en todo lo que pudiera, porque yo estaba muy agradecida, porque gracias a él podía mandarle dinero a mis hijos». Cuando pasaron unos meses y se sintió estable, contactó con la asociación Victoria Kent para empezar a arreglar sus papeles.
«Y yo quería traerme a mis hijos, y él pagó los 900 euros de los billetes de cada uno de ellos».
Pero precisamente fue a partir de ahí cuando empezaron los problemas. «Chocaban mucho en la convivencia, era muy complicado». «Y consumía droga, bueno, como muchos de los que iban al chalet».
La soledad
«Yo no conocía a nadie -continúa- y dependía completamente de él. No me dejaba tener amistades, estaba aislada, sola. Era como si él lo decidiera todo por mí, creía que yo le pertenecía porque me sacó de allí».
Esa soledad, el no poder contar con nadie en un entorno cercano, una amiga, una vecina… es algo que repite constantemente mientras cuenta su historia.
Uno de los días que fue a Victoria Kent para la gestión de los papeles rompió a llorar de repente: «Le conté a Marta cómo me sentía».
En la asociación le dijeron que, aunque no le hubiera agredido físicamente, ella estaba siendo víctima de violencia de género de ese hombre. «Me maltrataba psicológicamente, no podía más».
Aún así, aguantó un mes más. «Si no hubiera sido por él, yo seguiría en esa vida», expresa. Pero al segundo ella misma se corrige: «Bueno no, no lo creo, pero yo le agradezco que en su momento me diera una casa».
«Ella tenía claro que quería dejarlo aunque ni siquiera supiera dónde iba a dormir», apunta Marta Franco.
No quiso denunciar, no obstante, desde la asociación lograron, por su situación de vulnerabilidad, conseguirle una ayuda al alquiler de seis meses y una vivienda donde instalarse con sus hijos. Gracias a ese recurso pudo dejar la casa en el campo que compartía con su ‘cliente’. «Yo lo que quería era trabajar. Pero es que mis títulos universitarios aquí no me valían para nada. Hasta para camarera me pedían manejo de la bandeja, y no podía hacer cursos porque eran para menores de 30 años», pone como ejemplo.
Se apuntó a todo lo que pudo para que no se le escapara ninguna oferta. Y cuando estaba a punto de tirar la toalla le surgió una oportunidad en el sector de la administración, a lo que se dedicaba en su país. «No me lo podía creer». El chasco fue que el trabajo solo era a media jornada. La traducción, 600 euros al mes. «En ese momento me eché a llorar porque sentía que no sabía qué estaba haciendo con mi vida. Porque yo iba a dejar la ayuda de 780 euros que cobraba en ese momento por un empleo con menos ingresos. La trabajadora social me felicitaba por haber logrado ese puesto, por aceptarlo, y me decía que era muy importante, pero yo no podía dejar de llorar por la que se me venía encima. Porque ya se me acababa la ayuda al alquiler, entonces iba a tener que pagar de renta lo mismo que iba a cobrar».
Y ahí sigue. Además, a la búsqueda de otro piso porque en el que está se va a poner a la venta. «Tiro como puedo de algunos ahorros que me quedan, pero es que tengo dos hijos que también tienen gastos».
El presente
¿Qué cuanto ganaba en el chalet? «En solo un fin de semana 3.000 euros. Imagina…». Ahora se vuelve a sentir ahogada, sabe que la situación es compleja, pero tiene claro que, a pesar de todo, «jamás volvería a ese mundo».
Pero se vuelve a corregir: «Te soy sincera. Si yo no tuviera hijos, regresaba tres meses y arreglaba mis deudas. ¿Cómo no? Mira cómo estoy y no ha sido por mi culpa».
- La Brigada Provincial de Extranjería y Fronteras de Badajoz es el equipo que desde la Policía Nacional persigue en la provincia pacense el delito de trata de personas con fines de explotación sexual. Para poder intervenir judicialmente es necesario que se prueben indicios de un sistema de coerción y esclavitud. No obstante, tal y como reclaman las diversas asociaciones que trabajan con mujeres víctimas, más allá de la trata, la explotación sexual existe desde el momento en que una situación de vulnerabilidad conduce a la prostitución como única alternativa.
- En este sentido, es fundamental el papel que tienen las diversas ONG a la hora de llegar a las víctimas por su experiencia en el apoyo psicosocial.
- En la provincia de Badajoz funcionan, principalmente, Apramp (Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida), MZC (Mujeres en Zona de Conflicto) y Victoria Kent. Desde esta última, su coordinadora en la capital pacense, Marta Franco, explica que ellas buscan a estas chicas a través de las páginas web donde «se publicitan, donde dejan su teléfono». «Nosotras las llamamos y lo primero que hacemos es ofrecerles material preventivo. A partir de ahí vamos poco a poco acercándonos».