Si es cierto el refrán que dice que novia mojada, novia afortunada, la Virgen del Pilar ha quedado bendecida para al menos los próximos 365 días porque la lluvia no impidió que la ofrenda de estas fiestas haya sido una en la que más visitas a sus pies ha recibido. Alrededor de 135.000 oferentes entregaron sus flores a la Virgen, un conteo que, según fuentes del Ayuntamiento de Zaragoza, resultó más complicado por los paraguas. El año pasado, sin lluvia, fueron 10.000 más. Eso sí, por primera vez en la historia, se superó el millar de grupos inscritos (1059), lo que supone un incremento del 21% y 14.400 personas más con respecto al año pasado. Por la plaza del Pilar, se indicó que pasaron un total de 409.867 personas en algún momento del día.
Pero lo vivido en la capital aragonesa tiene mucho más mérito porque muchos de los que quisieron mostrar su devoción a la Virgen tuvieron que mojarse. Es cierto que la lluvia en ningún momento fue torrencial, pero sí que marcó un desfile de 17 horas y media, el más largo hasta la fecha. Fue un goteo, nunca mejor dicho, constante de zaragozanos y visitantes en una demostración más de que no hay nada que pueda (salvo la pandemia por la covid) con la que es la tradición más sagrada de la capital aragonesa.
Bien temprano, todavía a oscuras, comenzó la ofrenda. Cuando pasaba media hora de las seis de la mañana la cofradía de Nuestra Señora de la Asunción y Llegada de Jesús al Calvario fue la afortunada de colocar sus primeras flores a la Virgen del Pilar, que este año lucía claveles rojos en su manto. Los más madrugadores de los 1.059 grupos, también cifra récord, que estaban inscritos en la ofrenda tuvieron la fortuna de completar el recorrido sin mojarse, aunque las miradas ya estaban permanentes en el cielo porque las previsiones no eran nada halagüeñas y lo cierto es que se cumplieron. «A los zaragozanos no nos va a parar la lluvia», exclamó la alcaldesa de Zaragoza, Natalia Chueca, que, por otra parte, confirmó que el acto de colocación de la Virgen en la plaza del Pilar durante las Fiestas del Pilar ha venido para quedarse.
La basílica del Pilar, el mejor refugio
Fue alrededor de las diez cuando La Cruz de Lorena llegó a la plaza del Pilar para ocupar su lugar en el manto de la Virgen. Su confección se remonta al año 1960 y es símbolo de la lucha contra la tuberculosis desde 1902. A esa misma hora hizo su entrada también el grupo de Guatemala, el país invitado a la ofrenda en 2024.
Un par de horas después, cuando el reloj marcaba las 12, fue cuando el agua entró en escena de manera más copiosa, justo cuando la corporación municipal llegaba a la plaza del Pilar. Aunque es cierto que prácticamente la totalidad de oferentes acudieron a su cita anual con la Virgen para vestirla de flores, la lluvia, que no hacía acto de presencia en la ofrenda desde 2015 deslució el ambiente en un mediodía gris en la que solo las rosas, los tulipanes y los claveles consiguieron poner algo de color. Eso sí, los devotos de la Virgen cumplieron a rajatabla con el refrán de al mal tiempo, buena cara y sus sonrisas también consiguieron iluminar la mañana. No obstante, las imágenes de la calle Alfonso casi vacía por momentos durante el día y del paseo Independencia también sin el bullicio y el alboroto habitual eran chocantes.
El mejor lugar para refugiarse de la lluvia en un día como el de este sábado estaba claro. La basílica del Pilar fue el cobijo perfecto para oferentes y público en general y estuvo abarrotada durante la jornada. Las colas fueron la tónica general en los confesionarios, en la Columna para besar a la Virgen y en la sacristía para comprar medidas. El momento más emotivo coincidió con la misa mayor del Pilar, presidida por Lorenzo Roselló, el Arzobispo de Pamplona.
La jota, siempre presente
Si en el interior se escuchaba la homilía, en el exterior de la basílica la banda sonora de la ofrenda eran, como cada año, las jotas. Las actuaciones a los pies de la Virgen se fueron sucediendo, incluyendo la de los ganadores del Certamen Oficial de Jota, en una jornada en el que, además del folclore aragonés, hubo espacio para que grupos llegados de muchos rincones de España dejaran su sello en la ofrenda.
Una vez pasado el chaparrón, a los que la lluvia matinal les había frenado, no dudaron en echarse a la calle para comprobar cómo le sentaba a la Virgen un mantón cada vez más voluminoso. Eso provocó que la imagen de la plaza del Pilar y de sus alrededores fuera, ya sí, la tradicional de un 12 de octubre. Eso desde fuera del recorrido, porque desde el interior seguían pasando sin parar los grupos de devotos en una ofrenda que transcurrió sin grandes incidentes que destacar y con escrupulosa puntualidad. Las 17 horas y media de desfile dieron para mucho y las anécdotas se fueron sucediendo. Desde el resbalón de un caballo de la Policía Nacional que provocó la caída de su jinete, pasando por la cada vez más pronunciada presencia de mascotas en el recorrido para acabar con las ya tradicionales pedidas de mano con la Virgen mirando.
La caída de la noche no supuso ni mucho menos un descenso de la afluencia a una plaza del Pilar que con la iluminación artificial dejó una estampa para el recuerdo con el manto de la Virgen ya rebosando las flores que sus miles de fieles volvieron a regalarle en una ofrenda que cada año se sigue superando.