El pasado lunes, aprovechando un fugaz momento de calma entre los últimos coletazos del huracán Helene y las primeras sacudidas del huracán Milton, a las 15:52, hora peninsular de España, despegó un cohete Falcon 9 de SpaceX desde el Centro Espacial Kennedy de Florida. En su interior viajaba Hera, una sofisticada sonda espacial de la ESA encargada de estudiar la capacidad humana para desviar asteroides que puedan poner en peligro la vida en la Tierra.
A más de 7.500 kilómetros de distancia, en el Centro de Operaciones Espaciales de la Agencia Espacial Europea en Darmstadt (Alemania), Diego Escorial Olmos contenía la respiración junto a sus compañeros de la ESA. Este madrileño de 50 años, que ahora luce aspecto de Valle-Inclán del siglo XXI, lleva desde 2020 dedicado en cuerpo y alma a Hera como ingeniero de sistemas.
«Soy la persona que coordina la parte técnica de todos los distintos subsistemas, tanto en la fase de diseño, como en la fase de testeo y de integración de la misión», dice como si fuera lo más normal del mundo durante una videoconferencia con EL ESPAÑOL – Omicrono.
En los vídeos del lanzamiento que ha compartido la agencia espacial se ve el espectacular despegue y el momento en el que Hera se desacopla de la segunda etapa del cohete, pero también la emoción desbordada del equipo responsable de la misión, incluido el propio Escorial. «Es que ha sido muy emocionante», explica ya con las pulsaciones más bajas, pero muy pendiente todavía de que todo marcha bien.
«Llevamos cuatro años trabajando sin descanso en Hera. Hemos llegado a hacer todos los test y la preparación necesaria para lanzar al día 7 y no ha sido nada fácil llegar hasta aquí. Sabíamos que lanzábamos en temporada de huracanes, con lo cual era una incógnita muy grande. Según vas mirando las noticias y ves que el huracán sigue creciendo, te pones muy nervioso. Pero aún así, el lunes por la mañana todos éramos optimistas pensando que se iba a lanzar… y al final se lanzó».
De Don Quijote a Hera
El lanzamiento de Hera es un paso clave en el proyecto AIDA (siglas en inglés de «evaluación del impacto y la desviación de asteroides»), una colaboración entre la NASA y la ESA para comprobar la efectividad de la fórmula de defensa planetaria consistente en estrellar una nave espacial en el corazón de un asteroide potencialmente amenazante. De la primera parte de la misión se encargó DART el 26 de noviembre de 2022, cuando este artefacto colisionó satisfactoriamente contra el asteroide Dimorphos.
Hera viaja ahora hacia el mismo lugar, a 11 millones de kilómetros de nuestro planeta, para estudiar la composición del asteroide y comprobar las consecuencias del impacto. «Para eso hemos tenido que desarrollar algunas tecnologías muy interesantes, que nos van a permitir ir hasta allí e investigar en detalle lo que ha ocurrido. Aunque esto no es nuevo, viene de lejos…», explica Escorial.
Todo empezó hace más de dos décadas, cuando se planteó por primera vez la misión íntegramente europea con el cervantino nombre de Don Quijote. En lugar de gigantescos molinos de viento, las naves Hidalgo y Sancho harían frente a los potenciales meteoritos. «Íbamos a encargarnos tanto de la nave que debía colisionar con el asteroide como de la sonda orbital que debía estudiar el impacto. Pero no conseguimos el dinero y la misión desapareció. Luego volvió a renacer en 2014 en cooperación con la NASA y así hemos llegado hasta aquí», rememora el ingeniero aeroespacial sin atisbo de nostalgia, aunque también formó parte de aquel equipo junto con otros españoles.
¿Jugar a esta especie de billar cósmico es la mejor manera de defender nuestro planeta del posible impacto de asteroides? «Depende de varios factores. Primero tienes que saber cuál es el asteroide que viene y sus características, de ahí que haga falta una nave como Hera que haga las veces de observador. El método que nosotros estamos usando y probando es el impacto cinético, que es el más apropiado para ciertos asteroides, no para todos».
En el caso de objetos estelares más grandes, la cosa se complica. «Es física pura. Si es muy grande, como el que acabó con los dinosaurios, lo que tendrías que enviar para que se choque contra él tiene que ser enorme también, y a día de hoy no podemos lanzar un artefacto de 300.000 toneladas. Pero para asteroides pequeñitos como Dimorphos (160 metros de diámetro), que todavía pueden causar un destrozo bastante grande a nivel local, este método es perfecto».
La parte más importante de la defensa planetaria, recuerda Escorial, «es cuándo detectas el asteroide. Si lo haces con 20 años de antelación, con que lo muevas un poquito, se irá desintegrando con el tiempo y al final se desviará bastante. Si lo detectas tres meses antes de llegar es mucho más difícil y hay que darle un golpe muy grande».
De hecho, recientes estudios científicos apuestan por utilizar artefactos nucleares para desviar asteroides como única opción viable cuando hay poco tiempo de reacción o cuando sus dimensiones son mucho más amenazantes que las de Dimorphos. «Lanzar una bomba nuclear en un cohete, como te puedes imaginar, supone ciertos riesgos y habría mucha gente diciendo que igual no es una buena idea. Tampoco lo descartaría por completo, porque no lo he estudiado con detalle, pero nuestro método es mucho más seguro, siempre que la trayectoria de colisión se descubra con el suficiente tiempo de antelación».
Hasta Marte y más allá
De vez en cuando, a Escorial le cuesta encontrar la palabra precisa en castellano. El idioma de trabajo en la ESA es el inglés y en su equipo hay gente de muchos países, «desde Finlandia hasta España». Para él este ambiente multicultural «sano e interesante» sólo tiene un problema: «acostumbrarte a comer a las 12 de la mañana», dice con una leve sonrisa.
Justo después de esta conversación, al ingeniero de sistemas de Hera le toca empezar su turno de monitorización del satélite, justo cuando acaba el LEO (órbita terrestre baja), que equivale a los tres primeros días de vida de la misión. «Hasta ahora hemos desplegado los paneles solares, hemos apuntado al sol, hemos apuntado a la Tierra y estamos usando las ruedas de inercia. Estamos todos muy contentos, porque la misión es compleja. No es un satélite sencillo, había que desarrollar varias tecnologías y hasta ahora está funcionando todo a pedir de boca«.
Hasta hace sólo unos días, y en los dos períodos en que ha trabajado en la ESA —del año 2002 al 2009 y desde el 2016 hasta ahora— Escorial ha desarrollado la mayor parte de su trabajo en el Centro Europeo de Investigación y Tecnología Espacial, en Noordwijk (Países Bajos).
Allí es donde se han hecho todas las pruebas necesarias para preparar a Hera y sus nanosatélites, Juventas y Milani, para soportar las condiciones extremas del espacio y un viaje de 11 millones de kilómetros.»Cuanto más lejos te vas de la Tierra, más capacidad de comunicaciones tienes que tener. Y cuanto más lejos del Sol, más frío se pone el satélite, con lo cual lo tienes que calentar y menos potencia generas con tus paneles solares», explica Escorial. «Por eso tienes que diseñar tu satélite de acuerdo con estas situaciones y dotarlo de la autonomía adecuada».
Más allá del diseño, labor que finalizó en 2022, los ingenieros de la ESA comandados por Escorial se han encargado de la integración, «algo parecido a atornillar todas las cosas juntas y conectarlas«. Por último, se sometió a la nave a una extensa fase de testeo, para «demostrar aquí en tierra que el satélite va a ser capaz de hacer todo lo que tú quieres que haga en las condiciones que va a tener desde el lanzamiento».
«Nos estamos poniendo encima de una ‘bomba’ y va a vibrar mucho, con lo cual tenemos que demostrar que va a sobrevivir a esa fase. Luego en órbita va a estar sometida a distintos ambientes térmicos, electromagnéticos… Aquí ponemos al satélite bajo esas condiciones, para demostrar que todo va a funcionar como creemos», afirma.
Pese a las intensivas pruebas realizadas en el ESTEC, puede surgir algún problema o fallo en las mediciones, cuya precisión es clave. «La parte de software es la que nos da cierta flexibilidad», como ha demostrado la longevidad de la Voyager 2, que sigue recibiendo actualizaciones 47 años después de su lanzamiento. «Si un instrumento se comunica con retraso con el ordenador, siempre podemos implementar algún programa para adaptarnos y solucionar la situación. Por si acaso, también introducimos redundancia en el satélite, de tal forma que si falla algo hay un respaldo para poder seguir funcionando».
Si nada se tuerce, las previsiones estiman que Hera alcanzará su destino en otoño de 2026, donde pasará 6 meses estudiando los cuerpos celestes. Sin embargo, los primeros datos científicos de interés se enviarán a la Tierra a mediados de marzo de 2025, cuando está previsto que la ESA pueda calibrar los instrumentos de la sonda en su sobrevuelo a Marte donde, además de aprovechar su campo gravitatorio para impulsarse, obtendrá imágenes del planeta y de su luna Deimos.
Para ello van a ser fundamentales los sistemas diseñados y desarrollados por empresas españolas, de las que Escorial se muestra orgulloso. «La contribución española en Hera ha sido bastante importante. Hemos tenido a GMV haciendo el GNC (guiado, control y navegación), Thales Alenia España es la responsable de las telecomunicaciones y Sener ha aportado la antena de baja ganancia», a lo que hay que sumar la participación de Alter y EMXYS. «De hecho, el subsistema de GNC es uno de los más críticos dentro de la misión, ya que Hera tiene que ser capaz de apuntar de forma autónoma al asteroide».
Cuando faltan unos minutos para finalizar la entrevista, Escorial avisa: «disculpa, te tengo que dejar, que me necesitan». Así es el trabajo de uno de los encargados de vigilar que una misión de 363 millones de euros que será clave para defender la Tierra del impacto de asteroides, complete con éxito su larga odisea hasta las profundidades del sistema solar.