Los más espabilados pueden comprobar en sus primeras mañaneras – ruedas de prensa diarias que se celebran entre las seis y media y las siete de la mañana – la pasta política e ideológica de la que está hecha la flamante presidente de México, Claudia Sheinbaum, digna heredera de su tutor político, Andrés Manuel López Obrador. En realidad los mexicanos ya están preparados. En estas grotescas ceremonias matinales López Obrador llegaba a negar las cifras publicada por los ministerios de su propio gobierno, y en más de una ocasión, ante un pasmado periodista, replicó: «Pues usted tiene sus cifras y yo las mías».
No se ha producido ninguna cuarta transformación ni nada por el estilo. El obradorismo no ha puesto las bases de un Estado de Bienestar en México, contra lo que dicen sus propagandistas, sino que ha articulado una amplia red de subsidios, subvenciones y ayudas dirigidas a los trabajadores y a las clases medias depauperadas. El PIB per cápita de Mexico en 2023 fue idéntico al de 2014, durante el mandato del muy pendejo Enrique Peña Nieto.
El año pasado fueron asesinadas unas 32.000 personas en el país; de estos casos, 832 fueron feminicidios, a los que deben añadirse varios cientos de casos de tortura y desapariciones de mujeres y varios miles de violaciones. La violencia no es una excepción en México. Hace décadas que forma parte de la cultura urbana y el septenio de AMLO no ha salido siquiera aminorar esta hemorragia. Parcialmente esta violencia está abonada por el narcotráfico y otras formas de crimen organizado.
Ahora mismo dos facciones del Cartel de Sinaloa se enfrentan a muerte y esta pequeña y salvaje guerra civil amenaza con extenderse a otros estados como Sonora, Baja California o Durango. Las autoridades policiales solo han proyectado impotencia y el gobierno ha seguido charloteando. Tiene que hacerlo. El Movimiento de Regeneración Nacional, la fuerza política que ha acaudillado López Obrador, es un conjunto de facciones, banderías y tribus unida por el apoyo a AMLO y por algo más: la voluntad de construir un nuevo régimen autoritario y populista que controle los tres poderes del Estado y desarme normativamente al Colegio Electoral Nacional, ahora mismo bajo un ataque indisimulado de la Presidencia. De hecho la mitad de las declaraciones de Sheinbaum como jefe de Estado se han dedicado a descalificar enérgica y repetidamente al CEN y a la Corte Suprema.
Este es el maravilloso modelo político que entusiasma a la izquierda española. Por el momento les ha servido para reactivar su campaña contra la monarquía constitucional desde el momento en que el Gobierno mexicano decidió no invitar a Felipe VI a la toma de posesión de Sheinbaum. Todo esto no es más que una burda campaña de AMLO y su equipo para impedir, precisamente, una revisión crítica de su ejecutoria presidencial.
Más vale maldecir a un Borbón que explicar lo de Sinaloa. Uno no puede evitar sentir cierta vergüenza hacia toletes como los de Podemos, empezando por ese machango jactancioso, Juan Carlos Monedero. Estuvieron lamiéndoles las botas a Hugo Chávez en Caracas. Después, en los despachos del poder, se olvidaron discretamente de su aventura revolucionaria de chichinabo y ahora regresan de nuevo a una cantinela de ignorancia, estupidez y desprecio.
Esa media docena de gatos pulgosos sustituye a Alfonso Reyes, a José Vasconcelos, a Octavio Paz, a Cosío Villegas o a Juan Villoro para hablar en nombre de México y exigir excusas al gobierno democrático de España por lo que hicieron reyes y virreyes hace 300, 400 o 500 años. En octubre de 1892, en un congreso de de historiadores hispanoamericanos, Antonio Cánovas del Castillo, presidente del Consejo de Ministros, se refirió a las «crueldades, crímenes y actos barbáricos» que cometieron los españoles en América, «perdonados en esta comunidad de naciones para que podamos colaborar en paz y progreso». No llegan ustedes ni a los tobillos al viejo Cánovas. Viva México, cabrones.
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