¡Personajes errantes del mundo que desde el siglo XVII vais buscando un escenario! Calderón de la Barca, que os creó, no dejó que fuerais muriendo. Siempre seguís vagando. Y, tarde o temprano, ocupáis vuestro sitio en el espacio, que no es otro que el gran teatro del mundo cotidiano.
Los personajes se salen del escenario y buscan al autor. El Autor, que no tiene por qué creerse Dios, más bien se personifica humanamente, también se asigna un papel, y busca a un buen Director, el propio Mundo, para que no se le escape el asunto de las manos. Y así, van desfilando personajes que claman y lloran, que piden y buscan su sitio, que no quieren ser solo sombras, que reclaman su derecho a ser escuchados.
Y ahí entra en acción Lluís Homar, que lee la obra con los ojos de ahora, con los sentimientos de ahora, con la preparación de ahora, sin restringir el verso de entonces, la filosofía de entonces, el espíritu teatral y filosófico de entonces.
La vida como farsa
Los actores entran expectantes. Tienen que asumir desde el principio de los tiempos, desde el Génesis, que van a ser criaturas escénicas, pero en cuerpos vivos, latientes, pudorosos. Y uno serán dos, y todos interactuarán entre todos. Y el público también bajo los focos, porque ahí estamos todos. Porque entenderemos que esto es una alegoría, que la vida es una farsa, que nos toca representar el papel asignado y nuestra recompensa personal estará en lo bien, mal o regular que lo interpretemos.
El político, representado por el rey; el mendigo, el menesteroso, los sin techo –hoy también hablaríamos de migrantes–; la religión, puntillosa, la creencia espiritual, que no tiene por qué asociarse al misticismo; la hermosura, la belleza, una top model cualquiera, mirándose más a sí misma que a los demás; el niño nonato, la infancia inocente, pero con un pecado original como estigma; el rico comerciante, empresario, despreciativo y ampuloso; el labrador, pobre hombre obrero y deseoso… “Obrar bien, que Dios es Dios” y Dios no es de todos, sino de quien entienda su esencia, es el Verbo, la palabra, el sentimiento interno, el pensamiento crítico de cada uno.
Hay un juego de identidades, la asunción de los personajes en sus roles, la percusión que acompaña cada acción y… el texto. El verso dicho sin ambages ni ampulosidad. Cotidiano, de hoy en día, como si costara poco hablar en el lenguaje del barroco.
Los actores auténticos, la Compañía Nacional de Teatro Clásico, se mimetizan en sus roles, y en segundos se entregan, y no tienen que pedir perdón por hacerlo de un modo o de otro, al contrario que los personajes del Auto Sacramental que piden benevolencia y desdoro.
Es, cuando menos, original la puesta en escena porque nos trae a nuestros días lo que nunca ha dejado de rodar por el mundo aunque no nos demos cuenta de ello. Porque en esos personajes estamos todos y otros que no son pocos, porque…
No olvides que es comedia nuestra vida
y teatro de farsa el mundo todo
que muda el aparato por instantes
y que todos en él somos farsantes
EL GRAN TEATRO DEL MUNDO
Sobre el texto de Pedro Calderón de la Barca
Reparto: Clara Altarriba, Malena Casado, Pablo Chaves, Antonio Comas, Carlota Gaviño, Pilar Gómez, Yolanda de la Hoz, Chupi Llorente, Jorge Merino, Aisa Pérez y Pablo Sánchez (percusionista)
Composición y dirección musical: Xavier Albertí
Dramaturgia: Xavier Albertí, Brenda Escobedo y Lluís Homar
Dirección: Lluís Homar
Una producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico
En el Teatro de La Comedia hasta el 24 de noviembre