Apuntaba Roger Federer a tiranizar el circuito tenístico en 2004 cuando irrumpió en él un joven adolescente melenudo que tenía claro que no estaba ahí para ser un figurante más en el reinado del que entonces era el jerarca sin discusión. Y no estaba dispuesto a esperar mucho para demostrarselo al mundo. A Miami, al antiguo Cayo Vizcaíno, llegaba el suizo a sus 22 años sin rival a la vista, habiendo ganado 23 de sus últimos 24 partidos y con un currículum en el que ya figuraban dos Grand Slams, cuando en los cuartos de final se cruzó en su camino un Rafa Nadal al que, casualidades del destino, había invitado dos semanas antes a su palco para verle en acción.
Descarado como pocos, Nadal pasó por encima del número uno con solo 17 años y se dio a conocer ante todos. Doble 6-3, en apenas 70 minutos, y la sensación de que algo grande había explotado. Fue el primero de los 40 enfrentamientos que protagonizaron durante una carrera en la que su rivalidad trascendió lo puramente deportivo. Y eso que eran, a simple vista, la noche y el día, tanto en lo estilístico como en lo puramente deportivo. Pero resultó que para ellos sí que valía eso de que «los polos opuesto se atraen». El arte, contra el tesón y la perseverancia. El talento más puro, quizás, de la historia del tenis contra el mayor competidor de cualquier era.
«Como tenistas somos completamente distintos, pero si hablamos de nuestra forma de ver la vida, somos muy similares», reconocía Nadal en la despedida de las pistas del suizo en 2022. «Siento su pasión por mí, supongo, por mi persona; y eso es algo que me enorgullece. Siempre hemos estado muy conectados. Ha sido genial, creo que hemos disfrutado de nuestra compañía», le respondió el suizo, tan elegante fuera como lo era dentro de la pista.
Por mucho que se repita, no deja de ser cierto. No habría Roger sin Rafa, ni viceversa, al menos tal y como los conocemos en la actualidad. Fuera del choque de estilos, antagónicos en la forma de entender el puro juego, ambos se convirtieron de inmediato en el contrapunto ideal del otro. Una rivalidad de película, ejemplar en público, que alcanzó su punto álgido en 2008, cuando ambos protagonizaron el que para muchos es el mejor partido de la historia del tenis en la final de Wimbledon en la que Nadal asaltó el jardín de Federer.
Pero que también dejó otros momentos para la posteridad, como el sonado «God, its’ killing me (Dios, esto me está matando)» que pronunció el suizo tras perder a final del Open de Australia en 2009, cuando Nadal, que con su derecha de zurdo martirizaba el elegante revés de su rival, dio con la fórmula para arrinconarle. Encontró la solución el suizo al final de su carrera, cobrándose la venganza en la final en el mismo torneo en 2017, en el que fue su último título de Grand Slam.
Djokovic sacude todo
También se impuso en el último duelo entre ambos en Wimbledon, en 2019. Aún así, Nadal se llevó el cara a cara tanto en hierba (1-3) como en dura (9-11), las dos superficies predilectas del Federer, mientras que el de Basilea no fue capaz de contrarrestarle casi nunca sobre la tierra batida (14-2). Así las cosas, en el general el balance acabó siendo favorable al español (24-16), que también acabó por delante en títulos de Grand Slam (22 a 20).
No pudo Nadal, sin embargo, con la tercera pata del Big Three. Eran dos superhéroes, pero en la peli faltaba el papel de villano. Y apareció él. Dos años después de que los caminos de Rafa y Roger se cruzaran por primera vez, emergió en el circuito un joven serbio que tardó un poco en entrometerse en su mediática relación. Pero que cuando lo hizo, lo hizo asumiendo todas las consecuencias y sacudiendo el circuito.
Cuando explotó, Novak Djokovic lo hizo a lo bestia, destrozando los cimientos del reinado que compartían Federer y Nadal. Avisó en 2008, ganando en Australia, y sacudió con fuerza a partir de 2011, año en el que ganó todos los Grand Slams menos Roland Garros, que se lo quedó Nadal. Y de paso, contruyó con el tenista español una relación en la que la aspereza y la tirantez predomoniron, en contraposición a los gestos de cariño y aprecio mutuo con el suizo.
Porque su tensa rivalidad se trasladó fuera de las pistas. Nunca hubo feeling, y a pesar de que siempre se profesaron admiración y respeto deportivo, las fricciones y encontronazos entre dos carácteres poderosos y con una forma de entender el deporte trasversalmente diferente fueron constantes. Y así ha sido hasta el final de sus carreras.
A la vez que libraban algunas de las batallas más emocionantes de la historia del tenis, como la final más larga de todos los tiempos —5h 53m en Australia 2012, con victoria para Nole —, protagonizaron choques dialécticos, más o menos directos, y roces continuos. Sin ir más lejos, el último llegó el año pasado, apenas unos días después de que Nadal anunciara el principio del fin de su carrera.
En una entrevista con La Sexta tras confirmar que 2024 sería su último año, el balear se desmarcó de ansiar ser el tenista más laureado de la historia, justo cuando ya había sido superado por Nole. «Para él sí hubiera sido una frustración más grande no conseguirlo [el récord de Grand Slams]. Y a lo mejor por eso lo ha conseguido, porque ha llevado la ambición al máximo. Yo he sido ambicioso, pero con una ambición sana que me ha permitido ver las cosas con perspectiva, no estar frustrado, no cabrearme más de la cuenta en la pista cuando las cosas no iban bien. Es mi forma de vivirlo, son culturas distintas”, aseguró, encontrando la respuesta de Djokovic un mes después: “Voy a por todos los récords posibles, nunca he tenido problemas en decirlo. Y es por eso que no le gusto a ciertas personas. Yo no finjo como otros y digo que los récords no son mi objetivo para luego comportarme de manera diferente”.
«Gracias por llevarme al límite tantas veces»
Quizás el último choque dialéctico de la rivalidad, por otro lado, más veces vista en una pista de tenis. Rafa y Nole se midieron en sesenta ocasiones durante su carrera, más que nadie en la historia, con 31 victorias para el balcánico y 29 para el de Manacor. Superaron, precisamente, los cincuenta enfrentamientos entre Djokovic y Federer y los 40 de Nadal y Federer, con 24 triunfos para el balear y 16 para el suizo. Veintiocho de los duelos directos entre Rafa y Djokovic fueron en finales. El balcánico ganó quince. El español, trece. Nadal mandó al principio, pero a partir de 2009 empezó a crecer el de Belgrado y Federer comprendió que, ante el empuje de ambos, su situación iba encaminada a dejarle en un tercer lugar.
Para ambos, el balear es el «gran rival» de su carrera. El eslabón intermedio a través del cuál se entiende el Big Three. Un coloso al que se han enfrentado decenas de veces, dejando para el recuerdo los que quizás son los mejores partidos de tenis de la historia. Aunque ambos han mantenido relaciones personales muy diferentes durante su carrera, Tanto el suizo, cinco años mayor que él, como el serbio, uno menor y aún en liza, han construido gran parte de su legado con Nadal al otro lado de la red. Y así se lo hicieron saber cuando anunció su despedida.
«Vaya carrera, Rafa. Siempre deseé que este día nunca llegase. Gracias por los recuerdos inolvidables y por todos tus logros increíbles en este deporte que amamos. Ha sido un absoluto honor», le dijo el suizo en Instagram. «Tu tenacidad, dedicación y espíritu de lucha se enseñarán durante décadas. Tu legado vivirá para siempre. Sólo tú sabes lo que has tenido que soportar para convertirte en icono del tenis y del deporte en general. Gracias por llevarme al límite tantas veces en nuestra rivalidad que más me ha marcado como jugador», publicó en un post Djokovic.
Que los tres coincidieran en la misma era la mayor concentración simultánea de talento en la historia de un deporte individual. Al final, la carrera por ser el más grande se la llevó el que nunca escondió la voracidad de sus deseos. El único que sigue en pie tras la retirada de Nadal, hondeando la bandera del Big Three frente al empuje de los herederos Alcaraz y Sinner. Quizás también, el que más necesitaba para convencer a todo el mundo por la abrasión de los números, fríos frente a la estética única de Federer y el espíritu combativo indomable de Nadal.