Alkhassoum Sow no tiene palabras para agradecer las flores de las seis tumbas más recientes del cementerio de La Frontera, en El Hierro, las del naufragio del cayuco. Tres sobrinos suyos murieron en esa tragedia: a dos se los tragó el mar; Ibrahim, el tercero, descansa en uno de esos nichos.
«Esto es una locura», alcanza a decir. «Mucha gente llora estos días en Tambacounda», se lamenta este emigrante senegalés residente en Barcelona, que no da crédito a lo que ha pasado, porque conoce a no menos de 20 chicos de su comarca que iban en el cayuco que se hundió a solo seis kilómetros de El Hierro, con 63 fallecidos.
Alkhassoum acaba de acudir al cuartel de la Guardia Civil con su sobrino Oumar Diallo para contar que han perdido a tres parientes en ese naufragio. Les acompaña la abogada María Vieyra, de Caminando Fronteras: los cuerpos fueron enterrados en apenas 48 horas, sin tiempo para que ninguna familia los identificara y reclamara, y a trabajadores extranjeros como ellos, sin grandes recursos, no les resulta fácil moverse por despachos y comisarías tan lejos de casa.
Ya sabían que entre los nueve cadáveres recuperados por Salvamento Marítimo estaba Ibrahim, hermano de Oumar, se lo había dicho un amigo que fue a El Hierro unos días antes que ellos buscando a un pariente.
Pero los dos salen abatidos tras haber reconocido entre las fotos tomadas por los forenses a uno de los primos Diallo. Oumar no puede hablar. Está en shock y solo repite «qué mal, qué mal», mientras su tío da cuenta a través del móvil a otras familias de Senegal lo averiguado durante su visita a donde ocurrió todo.
Familias rotas
Alkhassoum y Oumar permiten que EFE los acompañe. Quieren conocer el cementerio donde yacen Ibrahim y los otros cinco chicos, pero también el mirador de Las Playas, para intentar figurarse el lugar del naufragio, cerca del Roque de Bonanza. Y, sobre todo, el puerto de La Restinga, donde tantos otros inmigrantes han desembarcado.
«Las familias están rotas», insiste el mayor de los dos, aún en el cementerio. Ha visto las tumbas de su sobrino y sus compañeros. Cuatro son anónimas, pero le consuela que «todas tengan una lápida, aunque sea con un número», y le emociona escuchar que muchos vecinos y miembros de los equipos de emergencia de la isla asistieron al funeral y, respetuosamente, cantaron algunas canciones religiosas.
«No es lo que hacemos en nuestra cultura y credo, pero lo valoramos mucho. Es una despedida. Es de agradecer«, se sincera.
Todavía en el camposanto, a Oumar y su tío les sorprende la noticia de que está llegando otro cayuco a La Restinga y piden ir al muelle. No llegan a tiempo, pero por la carretera de El Pinar se cruzan con las guaguas que llevan a los ocupantes de esa embarcación al centro de atención de extranjeros de San Andrés.
«Seguro que si hubiese estado en el muelle, habría reconocido a más de uno», dice con aplomo Alkhassoum, que sabe que hay pueblos de Senegal que se están quedando sin jóvenes. Todos quieren emigrar, muchos se suben a un cayuco y a no pocos se los traga el Atlántico.
Es el sueño de miles de jóvenes en África Occidental. El de Ibrahim y sus primos se rompió la madrugada del 28 de septiembre a punto de tocar tierra, cuando ya tenían el barco de Salvamento a su lado y varios de sus compañeros de travesía incluso habían llamado a casa para dar la noticia de que había llegado a España.
Perder a seis sobrinos en la misma semana
Es una tragedia, repite Alkhassoum. En su región, situada a caballo entre Gambia y Mali, se van los jóvenes y las familias se quedan esperando una llamada que a veces no llega. «Cuando pasa esto, las familias se quedan solas y destrozadas. No tienes un cuerpo ni una tumba, nada. Es alguien que se ha ido y no volverá. Es muy duro«.
No habla en balde. En apenas una semana no solo ha perdido a tres sobrinos en El Hierro, sino a tres más al volcar el 1 de octubre otro cayuco con 90 personas frente al Sáhara. Solo sobrevivieron cinco.
Seguirá sucediendo, augura, porque «todos piensan que a ellos no les va a pasar» y, en la desesperación de no ver futuro en Senegal, en Mali, en Guinea, en su país al fin y al cabo, «prefieren jugarse la vida a Europa». «Si en una familia de cuatro hermanos mueren dos en la travesía, los otros dos también se subirán al cayuco, seguro».
La conversación continúa en La Restinga, entre cayucos como el que cogieron sus familiares, solo que ya varados en tierra. A Alkhassoum se le cruza una tórtola y sonríe: «En nuestra cultura, el sonido de esta ave significa que vas a recibir una noticia, buena o mala«.
Su sobrino y él acaban de dejar en la Guardia Civil muestras de ADN. Necesitan que las pruebas corroboren que en uno de los nichos descansa Ibrahim, para solicitar a la juez al cargo del único juzgado de El Hierro que les permita exhumarlo y trasladar sus restos con la familia. Están seguros del resultado, pero tardará.
El móvil de Alkhassoum no para de recibir mensajes desde Senegal, de amigos o familiares que le preguntan: «¿Qué sucedió? Habían llegado, llamaron para decir que veían tierra. ¿Qué les pasó?».
Solo se han recuperado los nueve cuerpos que Salvamento pudo recoger en mitad del naufragio. De los otros 54, no hay ni rastro dos semanas después. «Es muy difícil que aparezcan ya», señala.