Menuda sorpresa. A mí me cuentan que en Hollywood se celebran fiestas en las que se dan todos los excesos, legales e ilegales, y se me pone cara del gendarme Renault en Casablanca, cuando dice: «¡Qué escándalo! Aquí se juega». ¿Qué sentido tendría la existencia de Hollywood si no hubiera ahí drogas, sexo, prostitución, más otros delitos que obviaremos mencionar por poco glamurosos? Si acto seguido me cuentan que esas juergas tienen lugar también en los Hamptons, se me pone cara de Jay Gatsby, y hasta de Scott Fitzgerald, en el caso de que no sean lo mismo. Entonces, apartando de mi mente al amigo Renault, hago mías las palabras de Jay: «Me gustan las fiestas con mucha gente, son muy íntimas. En las fiestas con poca gente, la intimidad es nula».
Puff Daddy goza ahora de poca intimidad, porque en su celda tendrá como mucho a tres compañeros, una fiesta demasiado privada para lo que le gusta, y eso que en una entrevista a The Independent llegó a afirmar: «Yo soy el Gran Gatsby», seguramente ignorando cómo acabó este. Daddy fue detenido por la policía a mediados de septiembre –el pobre Gatsby no tuvo esa suerte– y se le está investigando por los delitos antes mencionados, que presuntamente se cometían en sus fiestas, y encima se grababan.
‘White parties’
No crean ustedes que las white parties que organizaba, donde todo el mundo debía vestir de blanco, eran como los guateques que celebraban ustedes de adolescentes los sábados por la tarde en casa, aprovechando la ausencia de los papás, con una docena de amigos y amigas del instituto, bebiendo Coca-Cola y escuchando a Tequila, nunca al revés.
A casa de Puff Daddy iban Leonardo DiCarpio, Jennifer Lopez, Chevy Chase –a su edad, para que digan que la mala vida es perjudicial–, Sarah Jessica Parker, Justin Bieber, Chris Brown y Rihanna –hasta Ivanka Trump asistió alguna vez– entre un montón más de celebrities. No estaban todas, la prueba está en que a mí jamás me invitaron, y mucho me temo que, con el anfitrión entre rejas, ya no va a caer esa breva.
Me habría gustado –ahora ya puedo confesarlo–, porque los excesos siempre son sanos, y vuelvo a poner de ejemplo a Chevy Chase. Un periodista que tuvo la suerte de asistir a una de esas fiestas aseguró que había modelos desnudas por toda la piscina y repartiendo champán, y que además nunca había probado un hot dog tan sabroso como el que le sirvieron ahí. El reportero parecía tan ilusionado por eso último como por lo anterior, lo que confirma que la prensa ya no es lo que era.
Por otra parte, tengo un mal recuerdo de ese tipo de celebraciones: en mi juventud fui a una fiesta de blanco en una discoteca de la Costa Brava, donde nos bañaban con espuma y todo. Al poco rato, tenía la sensación de que miles de hormigas me devoraban las pelotas. No sé si sería a causa de la espuma o del color, pero tal vez ocurre lo mismo en todas las fiestas de blanco, y uno tiene que aliviarse como buenamente puede, de ahí el desmadre en casa de Daddy. Por fortuna para ellas, yo no tenía ni a Rihanna ni a Jennifer Lopez a mano, así que hube de conformarme con tirarme al mar, lo que sí tenía a mano era la playa. Algo aminoró el escozor.
Puff Daddy es un rapero, con lo que el paso por la cárcel era obligatorio si pretendía estar bien considerado entre sus colegas. Un rapero que no pase por la cárcel es como un futbolista sin tatuajes horteras: algunos hay, pero no tienen pinta de lo suyo y los demás los miran por encima del hombro. Puesto que en Estados Unidos la libertad de expresión es sagrada, por más que lo intenten, los raperos lo tienen difícil para ingresar en una institución penitenciaria, ya que con las letras de sus canciones no les alcanza. Otra cosa es en Europa –no digamos en España– donde en ese aspecto estamos más avanzados y uno puede ser condenado con mucha más facilidad que en América por lo que cante o escriba, para alegría del interesado, que así lo podrá incluir en el currículo. En Estados Unidos se lo tienen que trabajar mucho más, de ahí que nos lleguen de vez en cuando noticias de raperos asesinos, traficantes o proxenetas. Qué menos. ¿Cómo iban a hacer, si no, para lograr ser presidiarios?
Ni siquiera el plagio le asegura a uno el ingreso en prisión. Ya lo intentó Puff Daddy, cuando calcó literalmente la introducción de Every breath you take, de The Police, para su tema I’ll be missing you y lo único que consiguió fue tener que pagarle a Sting 5.000 dólares cada día mientras viva, incluso desde la celda. Tras ese fiasco, ya solo le quedaban las fiestas totalmente desenfrenadas para entrar en el trullo por la puerta grande. Finalmente lo ha conseguido.
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