“Cuando le pedí a [el primer ministro Isaac] Rabin que hiciera concesiones, él me dijo que no podía porque Israel era débil”, explicó Henry Kissinger al periodista Neil Sheehan hace 40 años, a colación de las negociaciones para terminar con la guerra árabe-israelí de 1973. “Así que le di más armas, y entonces me dijo que ya no necesitaba hacer concesiones porque era fuerte”, añadió el todopoderoso ex secretario de Estado.
Israel siempre ha sido un aliado de Estados Unidos con cierto grado de rebeldía, a pesar de su dependencia casi total de Washington como escudo diplomático, político y militar en el mundo. Cada presidente norteamericano ha lidiado como ha podido con esa imprevisibilidad de Tel Aviv. Pero la situación hoy, en plena guerra total contra Hamás en Gaza que ha dejado más de 42.000 muertos, y contra Líbano, ha expuesto la falta de influencia y control de Washington sobre el Gobierno hebreo.
En los años 80, Ronald Reagan hizo todo lo posible por consolidar el apoyo militar y diplomático a Israel. Sin embargo, en 1981, Tel Aviv ordenó atacar el reactor nuclear iraní sin la aprobación de Washington. El republicano suspendió algunos envíos de armas a Israel. Un año después, el Ejército hebreo invadió Líbano, también en contra de la opinión de Washington.
Debilidad diplomática de Joe Biden
Antes del 7 de octubre del año pasado, cuando Hamás atacó Israel a gran escala, Washington prestaba poca o ninguna atención al conflicto irresuelto de Oriente Próximo. Estaba centrado en armar a Ucrania para defenderse de Rusia y en contener el ascenso de China. La élite washingtoniana consideraba que la región nunca había estado tan tranquila, a pesar de que solo ese año, en los meses previos a la masacre de Hamás, el Ejército israelí había matado a 254 palestinos en Cisjordania, entre ellos 54 mujeres y niños, en la peor ola de violencia en décadas.
Joe Biden, que se define a sí mismo como el presidente más sionista de la historia de Estados Unidos, reaccionó a los ataques de Hamás con un cheque en blanco para Netanyahu. Aprobó envíos de miles de bombas de alta potencia y miles de millones de euros para que iniciara la guerra contra la milicia islamista en Gaza.
Pero desde entonces, y a la vista de la carnicería que se estaba produciendo sobre el terreno, el demócrata empezó a pedir en público contención a Netanyahu, y a establecer líneas rojas. Se las ha saltado todas.
Biden pidió que se abstuviera de realizar “bombardeos indiscriminados” sobre la Franja, altamente poblada, pero estos continúan hasta hoy. Exigió a Tel Aviv que permitiera la entrada de los camiones de ayuda humanitaria, pero como no lo hizo EEUU se vio obligado a lanzar alimentos desde el aire o a montar un carísimo muelle para la entrega de alimentos. Ambas operaciones fallaron estrepitosamente y el hambre y la desnutrición se apoderaron de Gaza.
«Ha humillado a Joe Biden»
También pidió Biden a Netanyahu que no invadiera el sur de la Franja, Rafá, donde se refugiaban más de un millón de personas. El premier israelí le ignoró. Entonces se produjo la primera reacción de la administración demócrata: suspendió el envío de bombas de una tonelada para evitar el uso contra la población civil, aunque posteriormente ha dado el visto bueno a miles de millones más en armas y munición para la llamada Cúpula de hierro.
“Netanyahu ha humillado a Biden personalmente. En último término, muestra que Estados Unidos y el mundo liderado por el país norteamericano es incapaz de gestionar las mayores crisis globales”, opina para EL PERIÓDICO DE ESPAÑA Amitav Acharya, profesor distinguido de Relaciones Internacionales en la American University y autor del libro The Once and Future World Order. “Netanyahu es astuto. Su ataque contra Hizbulá en Líbano está sincronizado con las elecciones de Estados Unidos para que ningún partido, ni los demócratas ni los republicanos, puedan detenerle o criticarlo sin poner en riesgo sus perspectivas electorales”,
En Washington están irritados, argumenta en conversación con este diario Carlota García Encina, investigadora principal de Estados Unidos del Real Instituto Elcano, no sólo porque Netanyahu haga caso omiso de sus peticiones, sino porque no les avisa de los ataques. Pone como ejemplo el asesinato del líder de Hizbulá, Hasán Nasralá, junto a decenas de personas en un bombardeo de alta intensidad sobre Beirut.
“Están enfadadísimos porque se lo comunicaron prácticamente mientras lo perpetraban, sin dar tiempo a su aliado estadounidense de poner en alerta a los soldados que tienen en la zona”, añade. “Además, en el Pentágono hay un debate abierto sobre si enviar más tropas a la zona para disuadir a Irán contiene realmente el conflicto o lo inflama aún más”.
Imagen de debilidad con consecuencias
Joe Biden hizo campaña en 2020 prometiendo que Estados Unidos volvería a ser el país clave en el orden global, tras años de retirada parcial de la escena internacional de Donald Trump. Sin embargo, desde el 7 de octubre, “se han visto las limitaciones de la influencia y poder estadounidense en el mundo”, afirma al diario New York Times Aaron David Miller, del Carnegie Endowment for International Peace. “La brecha entre lo que Biden esperaba obtener con Israel y lo que finalmente se ha encontrado es tan grande como el Gran Cañón”, añade en un análisis del diario neoyorquino sobre la debilidad del Gobierno de Estados Unidos con Netanyahu.
El secretario de Estado, Antony Blinken, ha visitado más de una decena de veces la región. Junto con el director de la agencia de inteligencia estadounidense, la CIA, han tratado de conseguir un alto el fuego entre Hamás e Israel, sin éxito. Netanyahu siempre ponía sobre la mesa nuevas exigencias, hasta que ha quedado claro que su intención no era un acuerdo para la vuelta de los rehenes, sino una escalada regional que incluyera Líbano y, posiblemente, Irán. Reconfigurar Oriente Próximo, en sus propias palabras. Una disonancia total con los intereses de Estados Unidos, que lleva años tratando de enfocar sus esfuerzos geopolíticos hacia el Indo-Pacífico y China.
“Creo que la imagen de Estados Unidos ha resultado dañada. La capacidad que tenía Washington de influir en el actual Gobierno de Tel Aviv está en entredicho, como también lo está su posición como líder y actor influyente en la región”, afirma García Encina. “Por el ciclo electoral, la administración ha pecado de ambigüedad, aunque por detrás ha dejado ver claro su malestar”.
Estados Unidos es un aliado de Israel desde hace 75 años. No es un país neutral en el conflicto de Oriente Próximo. Renueva cada poco tiempo un Memorando de Entendimiento (MoU) con Tel Aviv en el que fija la dotación de la ayuda, que se cuenta por miles de millones de euros anuales y sin la cual Israel no podría defenderse como lo hace, especialmente con la llamada Cúpula de Hierro. Ese MoU debe ser renovado en 2028 por el próximo presidente de Estados Unidos, ya sea Donald Trump o Kamala Harris. Ahí, ya fuera del período electoral, puede llegar la reprimenda para el Gobierno de Tel Aviv. Especialmente porque la opinión pública está cambiando drásticamente: primero, los demócratas más jóvenes que critican la guerra total de Israel; luego, poco a poco, va permeando en el resto del partido.