En vísperas del Día Mundial de la Salud Mental se sienta Piedad Dengra -valenciana de 34 años, asistente personal de un padre de familia con tetraplejia por una zambullida en el mar, al que cuida 24 horas al día, cinco a la semana-, y habla de la carga psicológica que supone su trabajo en una jornada organizada por Cruz Roja. Se da a conocer el estudio ‘El empleo en el sector de los cuidados: perspectivas, retos y propuestas para disminuir la vulnerabilidad social’. Y Piedad, que ha participado en la investigación, se queja de invisibilidad, de precariedad, de falta de regulación. Y de cómo todo eso ha influido en su salud mental. «Mejoraría si mis condiciones no fueran tan precarias. Porque, psicológicamente, es muy fuerte».
A la presentación del informe asistieron, entre otras expertas, Ana Lite, subdirectora del Instituto de las Mujeres y coordinadora de la Mesa de los Cuidados del Ministerio de Igualdad; Magdalena Díaz, experta de la Universidad Carlos III de Madrid; y la asociación ‘Anem per feina’, además de responsables de las áreas de coordinación, empleo y estudios de Cruz Roja. Lite expuso cifras que hablan del sector: el 98 % de las personas empleadas en servicios de hogar -datos 2022- en España son mujeres. 374.150 frente a 6.800 hombres. De ellas, el 43,3% son extranjeras o inmigrantes. Más de la mitad, están a jornada parcial.
La investigación incide en la necesidad de profesionalizar y dignificar el empleo en este sector, que hoy supone el 6% del total de la ocupación en el país. En la Unión Europea, por ejemplo, se ha destacado, se cifra en 30,8 millones las personas que necesitan cuidados de larga duración.
La precariedad
En España, para dar respuesta a las necesidades del sector, se necesitará «una fuerte inversión pública» que podría crear unos 26,7 millones de puestos de trabajo para el año 2035, se ha explicado. Fallan las condiciones laborales. El estudio de Cruz Roja ha radiografiado las dificultades y buenas prácticas. La precariedad, desregulación, falta de profesionalización y desprotección de las trabajadoras las convierte en un sector «altamente vulnerable e impide el desarrollo de cuidados de calidad», se ha dicho. Trabajadoras «pobres», sin apenas expectativas.
Y, de entre todas, hay quien lo padece con mucha mayor crudeza. Las asistentes personales. Lo dijo, en una mesa de debate, Piedad, toda una vida volcada en el cuidado, y en la defensa, de los derechos de la diversidad funcional, empezando por su tía, a la que siempre cuidó. La valenciana, con estudios sociosanitarios, empezó a trabajar «reguladamente» como asistente personal muy joven, apenas 20 años. Cuenta que su actual trabajo, asistiendo a un padre de dos hijas que se quedó tetrapléjico por una zambullida -curiosamente, es la segunda persona a la que cuida por un accidente similar- es de 24 horas al día, cinco días a la semana.
Piedad clama porque el papel que desempeñan las asistentes personales se visibilice. «No existimos»
«Solo mueve la cabeza, de cuello para abajo, nada», relata la joven. Su tarea es asistirle: ayudarle a ser independiente. Al levantarse de la cama, en el aseo, al ir a buscar a sus hijas a las actividades extraescolares... Vigilarle siempre. Durmiendo muy poco. Con una enorme responsabilidad y grandes exigencias. «Si no estás cualificado, esa persona puede morir«, sostiene Piedad. Por eso, clama porque el papel que desempeñan las asistentes personales se visibilice. «No existimos, no estamos regularizadas, no tenemos formación, solo figuramos en la ley de dependencia», señala. Y se queja: tampoco cuentan con una asociación que las represente.
«¿Cuándo te dan el alta?»
Porque, pese a la carga psicológica que supone su trabajo, muchas veces no «hay límites de nada». Lo cuenta quien, en pandemia, vivió un episodio que habla de hasta qué punto se cruzan las líneas rojas. Retrata una vida traumática, la suya, con depresión y migrañas. Varios intentos de suicidio y un ingreso en Psiquiatría del Hospital La Fe (Valencia) por orden de un especialista. Mucho agobio, en su vida personal, y en la laboral, cuidando a una persona con problemas neurodegenerativos.
Momento crudo y el marido de esa persona a la que asistía mandándole mensajes y preguntándole cuándo volvía a su trabajo en la media hora diaria que, en el hospital, le dejaban el móvil por su situación familiar. «Me decía: ‘¿cuándo te dan el alta?’. No lo sé, respondía yo». Hasta que, un día, ese hombre cruzó las líneas rojas y, dudando de la veracidad de lo que Pilar le contaba, se presentó en el hospital para preguntarlo directamente en psiquiatría.
Recuerda la joven que si ya entonces su salud mental pasaba un momento complicado, la precariedad de aquel trabajo, asistiendo a una persona con una enfermedad neurodegenerativa, sin apenas horarios, sin poder conciliar su vida personal, no ayudaba. Es más, empeoró todo. «Colapsé», describe. Hoy, sigue en tratamiento para la depresión y la ansiedad y le gusta que se hable, también, de la salud mental de las cuidadoras.
El miedo
«La señora, para llamarme, andaba con un pito de árbitro«; «juegan con nuestro miedo a que nos echen, a que no tenemos papeles, a que luego nos costará encontrar otro trabajo… «; «pues, a mí, la verdad, es que me duele hasta el pelo». Son testimonios de trabajadoras del hogar o cuidadoras que, como el de Piedad, recoge Cruz Roja en el informe presentado este miércoles en Madrid. Relatos que describen miedo, inestabilidad o desigualdad. En cifras, se ha destacado que el porcentaje de empleo doméstico en España es tres veces mayor que el de la media de la Unión Europea, que sus salarios están entre los más bajos y también sus pensiones.
De todas las mujeres que participan en el Plan de Empleo de Cruz Roja, un 26% han logrado insertarse en el sector de los cuidados, porcentaje que sube hasta el 41% en el caso de mujeres migrantes. Es de hecho, la situación de irregularidad la que empuja a muchas de las mujeres que han entrevistado a emplearse en el trabajo de hogar, aceptando condiciones laborales que consideran «abusivas».
Rostro de mujer
Según se recoge en la investigación, y como ya se sabe, el sector -que supone un 96% de filiaciones a la Seguridad Social– está fuertemente feminizado con un porcentaje medio del 11,8% sobre el total de las mujeres ocupadas en todo el país, mientras que solo alcanza el 1,4% en el caso de los hombres vinculados al sector sobre el porcentaje total de ocupados a nivel nacional.
En lo que se refiere a grupos de edad, el relevo generacional en este ámbito está en riesgo según se desprende del estudio, que recuerda que el número de afiliaciones ha disminuido paulatinamente en el caso de mujeres jóvenes, de 30 años de edad o menos, mientras que experimentó un crecimiento en personas de 50 años o más.
Temporalidad
El denominador común del sector, se insistió en el encuentro, son informalidad en la contratación, temporalidad, jornadas parciales, flexibilidad horaria, ritmos intensivos de trabajo, bajos salarios y escasas posibilidades de movilidad. Factores que, subraya el trabajo, inciden en su vulnerabilidad, acentuando su pobreza e indefensión para ejercer sus derechos, como por ejemplo el no reconocimiento de posibles enfermedades laborales y problemas de salud asociados.
A ello se suman otros problemas como las dificultades para la conciliación, la indefinición de tareas, la necesidad de pluriempleo para llegar a final de mes, la discriminación, el acoso sexual, los malos tratos y los abusos, entre otros. El informe subraya los «importantes avances legislativos y de mejora» de los derechos de las mujeres trabajadoras de los servicios del hogar, pero recuerda que aún queda mucho camino por recorrer para dignificar y reconocer el trabajo del cuidado La mejora salarial, su equiparación a otros empleos de similar nivel de formación y promover la cualificación profesional son otros de los retos que afronta la remodelación del sector y que recoge la investigación.
«No hay límites de nada», vuelve a quejarse Piedad a este diario. «Si a mí, que trabajo 24 horas, me toca descansar, pero no viene la persona que me debe sustituir, no tengo descanso. Me siento en la obligación de no dejar tirada a la persona a la que asisto. Y los asistentes personales no tenemos nada a dónde acudir. Hemos luchado por los derechos de las personas con diversidad funcional. Ahora, nos toca luchas por los nuestros», concluye.