El sábado por la mañana, un fino hilo de silicona unía todas las puertas con sus respectivos marcos de las 65 viviendas de una urbanización recién construida en Vicálvaro, Madrid. Durante ese día, y según los vecinos entraban y salían de su casa estrenada hace apenas unos meses, los hilos se fueron rompiendo con un imperceptible tac, tac, tac. En aquellos en los que quedó intacto, esa noche entró, o intentó entrar, una banda organizada de ladrones en busca de «relojes, joyas o dinero en efectivo».

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