El sábado por la mañana, un fino hilo de silicona unía todas las puertas con sus respectivos marcos de las 65 viviendas de una urbanización recién construida en Vicálvaro, Madrid. Durante ese día, y según los vecinos entraban y salían de su casa estrenada hace apenas unos meses, los hilos se fueron rompiendo con un imperceptible tac, tac, tac. En aquellos en los que quedó intacto, esa noche entró, o intentó entrar, una banda organizada de ladrones en busca de «relojes, joyas o dinero en efectivo».
En apenas unas horas, y según ha podido saber EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, consiguieron reventar las cerraduras por el método del bumping y entrar en al menos cuatro viviendas, aunque lo habrían intentado en más, según fuentes policiales. Las mismas fuentes explican que el modus operandi podría coincidir con el de algunas organizaciones criminales itinerantes que recorren España dando golpes de este estilo.
Primero, marcan las casas con técnicas como la del hilo de silicona, y, la noche del robo, equipados con herramientas profesionales, entran en aquellas que creen vacías. No quieren ocuparlas, ni tampoco robar televisores, ordenadores o teléfonos móviles, solo buscan aquello que pueda tener una salida más rápida, fácil e indetectable en el mercado, es decir, «relojes, joyas y dinero en efectivo». Aunque, por lo sucedido en esta urbanización de Vicálvaro este fin de semana, cuando los ladrones no encuentran lo que buscan, también saben conformarse con un botín mucho más modesto.
Un vino y unas aceitunas
«El sábado por la mañana vi unos operarios con acento extranjero y bastantes malas formas pululando por el edificio, pero me imaginé que eran obreros de la constructora», recuerda ahora una de las vecinas.
No fue, sin embargo, hasta las 11 de la mañana del domingo, cuando Alicia, una de las asaltadas, dio la primera voz de alarma en la comunidad. Alguien había entrado en su piso, revuelto sus cajones, levantado sus sábanas y roto hasta la caja en la que guarda el detergente. Se habían subido incluso a una silla para mirar si había dinero escondido en el conducto del aire acondicionado.
«Absurdo. No me robaron el ordenador portátil ni un altavoz de alta gama que tengo, pero sí todos los paquetes de galletas que había en la casa. Si hasta se llevaron una bayeta…», explica a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA, aunque eso no fue lo que más le chocó. «Sacaron una lata de aceitunas, un queso y un par de botellas de vino en las que, por supuesto, no dejaron ni una huella dactilar».
Los ladrones repitieron este proceso por el resto del edificio: entraron en los pisos con el hilo de silicona intacto, y, cuando no encontraron lo que buscaban, se comieron lo que encontraron. En una de las casas, se tomaron un café; en otra, unas cervezas, con la mala suerte de que un botellín se les cayó al suelo. Y, en todos, dejaron implícito un mensaje a modo de «provocación», según explican los afectados: «Querían demostrar que habían estado en tu casa y que habían hecho lo que habían querido».
La sensación de vulnerabilidad se apoderó entonces de la comunidad. Apenas un par de horas después, otros vecinos dieron la voz: se habían encontrado la puerta de una de las casas abiertas. «Hoy toca dormir con un cuchillo en la mesilla», bromeaba, nervioso, un vecino, cuando se descubrió el tercer robo al filo de las nueve de la noche. A las diez, apareció una cuarta.
«Es una sensación terrible, sientes que han tocado todo y que han estado en tu casa. En tu hogar», explica Alicia. Según los últimos datos ofrecidos por el Ministerio del Interior, en la Comunidad de Madrid se han producido 4.030 robos con fuerza en domicilio en la primera mitad del 2024.
Así operan estas bandas criminales
El modus operandi del robo de Vicálvaro concuerda con el usado por las bandas muy profesionalizadas de georgianos que están cometiendo robos por toda la geografía española. Según explican fuentes policiales, trabajan en células entre dos y cuatro miembros y operan de forma itinerante, no quedándose en la misma ciudad más de unos pocos días.
Se trata de unos ladrones muy selectivos, ya que solo buscan dinero o joyas, no suelen llevarse portátiles o dispositivos tecnológicos, solo cosas que puedan meterse en los bolsillos para que no les estorben en su huida. Suelen dejar las viviendas en las que entran totalmente revueltas, ya que buscan objetos de valor que puedan estar escondidos en los sitios más insospechados.
Una de las particularidades de estos amigos de lo ajeno es que, además de coches a nombres de otros sujetos para huir del lugar del robo o vehículos con las matrículas dobladas, usan VTC, como Cabify o Uber, y taxis, evitando así llamar la atención. Además, como están pocos días en cada lugar, suelen hospedarse en apartamentos turísticos de tipo Airbnb, para pasar desapercibidos, como si fueran turistas.
De acuerdo a estas fuentes policiales, estos ladrones, que usan pasaportes falsos y rara vez tienen antecedentes, utilizan ‘testigos’ en los marcos de las puertas. Con este truco saben que en esa casa no se ha entrado en varios días, garantizándose así que esté deshabitada.
Los testigos más usados son el tubo de pegamento, que se extiende de la puerta al cerco de la misma, los testigos de plástico transparente, pinzados en la puerta, o los palillos. Si la puerta se abre, el testigo, que se suele colocar o muy arriba o muy abajo para no ser vistos por el propietario del inmueble, se rompe o se desplaza y así los ladrones saben que ahí no deben perpetrar el robo.
Entre los métodos que utilizan para forzar la cerradura están las ganzúas, llaves maestras, el ‘bumping’ -como en este caso-, un método que consiste en introducir una llave especial que le van dando con un martillo y hace que todos los pistones salten, o el resbalón, con una tarjeta que meten entre el pestillo y la puerta.