Pesa 45 kilos, más de 20 por debajo de su peso habitual, pese a ser una mujer de elevada estatura, que ronda los 1,70 metros. Sus condiciones carcelarias se han ido degradando progresivamente, y ahora ya no puede siquiera recibir llamadas telefónicas ni tampoco intercambiar cartas con su hermana Tatsiana o con el resto de sus allegados o compañeros. Pese a su duro régimen de aislamiento, según sostienen los reclusos que van siendo liberados de las cárceles de Bielorrusia y han entrado en contacto visual con ella, siempre dedica una sonrisa a quien la reconoce a lo lejos, aunque no pueda dirigirle la palabra. Es Maria Kolésnikova, en prisión desde hace cuatro años en Bielorrusia y una de las principales figuras del movimiento opositor que, en el verano de 2020, puso contra las cuerdas al autócrata Aleksándr Lukashenko, tras unas elecciones presidenciales consideradas como fraudulentas por la oposición.
La sucesión de acontecimientos y conflictos armados, tanto en Ucrania como en Gaza, ha contribuido a reducir enormemente la atención de los medios de comunicación a la represión política en Bielorrusia, y a la suerte que puedan estar corriendo los cientos de presos políticos arrestados durante la oleada de protestas contra la victoria de Lukashenko en los comicios de hace cuatro años, tildada de fraudulenta. Y una de las figuras que más llamó la atención por su valentía y decisión entonces fue la música Kolésnikova, perteneciente al trío de tres mujeres que impulsaron la candidatura de Svetlana Tijanóvskaya, líder de la oposición en el exilio. Los relatos de esos años recuerdan cómo Maria, en el momento de ser expulsada hacia Ucrania, rompió su pasaporte para evitar que la deportaran de su país, un extremo confirmado por videoconferencia a EL PERIÓDICO su hermana, Tatsiana Khomich. «Sí, es verdad; en aquel momento pensábamos que el régimen no iba a durar y que todo acabaría pronto», certifica.
Khomich considera que Maria está siendo objeto de tortura física y psicológica por parte de las autoridades de la cárcel de Gómel, en el sureste del país. A finales de 2022, tuvo que ser sometida a una intervención quirúrgica debido a una úlcera, y no puede comer los alimentos que recibe en el recinto penitenciario. «Allí no dan alimentación especial a los enfermos de úlcera; solo puede comer las patatas, pero la carne o el pescado es de mala calidad», constata Tatsiana. Al principio, tras la intervención, le pudo enviar «compota, puré o paté», pero al cabo de poco «perdimos el contacto», continúa. Los presos que han salido de la cárcel y han tenido contacto visual con ella constatan que está muy delgada y que tiene muy mal aspecto. Tatsiana considera que el centro penitenciario evita proporcionarle de forma deliberada la alimentación que necesita «como método de presión».
Celda de castigo
Durante algunos periodos, Kolésnikova ha sido ingresada como castigo en celdas donde los presos apenas disponen de utensilios de aseo personal, papel de baño, jabón y pasta de dientes. «Allí hace mucho frío, y ella solo lleva un uniforme muy fino; no podía dormir y para calentarse tenía que estar permanentemente en movimiento; se quejaba, pero los guardias no reaccionaban», explica Tatsiana. Tras pasar 10 días allí, tuvo que ser ingresada en el hospital.
Los paralelismos con Alekséi Navalni, que estuvo más de tres años en prisión en la vecina Rusia, son muy numerosos, aunque con una única salvedad: la atención mediática que han recibido uno y otro. En cada ocasión en que el más conocido líder de la oposición rusa aparecía en público para afrontar un nuevo juicio, saltaba a la vista su degradación física y el maltrato al que estaba siendo sometido, una situación que era ampliamente reportada por la prensa internacional. Navalni falleció en prisión en febrero pasado por causas desconocidas cuando se estaba negociando su intercambio con países occidentales, aunque gobiernos y organizaciones de derechos culpan al Estado ruso de su fallecimiento y de impulsar una muerte lenta. Tatsiana desea que en el caso de Kolésnikova, las autoridades bielorrusas «no tengan el objetivo de matarla«.
Un país que se vacía y atenazado por el terror
Bielorrusia ha dejado de ser noticia, y en los últimos años, su nombre solo ha aparecido mencionado en la prensa internacional en relación con la guerra en Ucrania, en particular su posible participación en el conflicto. Ello no quiere decir que en el país gobernado por el autócrata Aleksándr Lukashenko no estén sucediendo cosas. Según cálculos de Khomich, en las prisiones bielorrusas aún están cumpliendo penas de prisión 1.500 ciudadanos por las protestas por el resultado electoral de 2020.
«El país se está vaciando; mucha gente se ha ido y otros han sido arrestados, y eso se nota en la vida diaria», asegura a este diario Alena Turava, presidenta de Razam Bielorússos de Catalunya, que agrupa a la oposición del país eslavo en Barcelona. A partir de testimonios procedentes del interior, Turava sostiene que en hospitales y organismos gubernamentales se han generado muchas vacantes que están siendo cubiertas por gentes venidas de las repúblicas exsoviéticas de Asia. «Muchos se han marchado, otros han sido despedidos por haberse pronunciado a favor de la oposición», subraya.
Las masivas protestas populares que vivió el país durante el verano de 2020 han sido aplastadas por el terror. Turava cita como ejemplo que la gente que sale del país incluso prefiere vaciar sus teléfonos móviles, ya que en la frontera los guardas a menudo exigen a los pasajeros que muestren el contenido de los dispositivos.
Suscríbete para seguir leyendo