Sara tiene dos hijos, uno con dislexia y discalculia (dificultad en el aprendizaje de las matemáticas) y otro con ambos trastornos y también déficit de atención (TDA). Para conseguir el diagnóstico en cada caso ha pagado unos 700 euros, además de las terapias necesarias para ayudarles, que cuestan un mínimo de 40 euros la hora, una o dos veces por semana (entre 1.600 y 3.300 al año). Un desembolso que ahoga a muchas familias –si es que pueden pagarlo–, que ven con impotencia cómo sus hijos con trastornos de aprendizaje no siguen el ritmo de las clases y todo ello les hace sentir «desconcertados, desorientados y absolutamente desprotegidos«, según denuncia Neus Buisán, directora de la Associació Catalana de Dislexia, a la que acuden familias como la de Sara en busca de ayuda.

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