En la antigua cárcel de Palma se respira desesperación, miseria y una seria preocupación por el desalojo anunciado por Cort, que alega «la falta de seguridad que presenta la infraestructura para las personas que viven en ella». Los moradores de la prisión abandonada aguardan recelosos que el juzgado emita la orden de desahucio y confiesan con pesar: «No tenemos adónde ir». A la pobreza que les roba los días y las noches, se le ha sumado ahora el desasosiego por verse de golpe en la calle, lejos de los muros que hasta ahora les han dado cierto cobijo.

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