Cada tarde, al llegar a casa, Mónica García, empresaria de 53 años de Barcelona, sabe que su hijo pequeño, de 15, le contará con rabia y hartazgo que su hermano mayor le ha machacado. No se queja de fricciones puntuales, algo natural en las relaciones fraternales. Lo suyo roza la pesadilla. “No me deja en paz”, se lamenta. El hermano mayor, de 19, entra en su habitación cuando quiere (algo que no hacen ni Mónica ni su marido), le interrumpe la siesta o el tiempo de estudio, se burla de él o le obliga a comer un plato que no le apetece. Así, cada día.
Existe un tabú para admitir que los choques son en realidad acoso y que en el colegio recibirían un nombre: ‘bullying’
Si el hijo de Mónica le contara que todos esos conflictos los sufre en el instituto a manos de un compañero, ella sabría qué nombre ponerle: ‘bullying‘. También sabría cómo actuar: llamar al centro educativo y hablar con las familias de los acosadores. Pero esa batalla sucede en casa, entre hermanos. ¿Cómo se llama eso? No tiene nombre, es tabú. A Mónica le da apuro bautizarlo como maltrato, pero sabe que lo es.
«Con frecuencia vemos padres y madres que se cansan de poner límites y apuestan por la dejadez. Si hay un hermano que maltrata a otro o se maltratan mutuamente, la familia debe dejar claro que esa actitud no se permite»
“No podemos tolerar el maltrato entre hermanos. Y, efectivamente, a veces lo hay”, explica Míriam Tirado, periodista especializada en maternidad y paternidad y consultora de crianza. Autora, entre otros libros, de ‘Criar juntos. Cómo tener una buena relación de pareja criando y creciendo juntos’ (Grijalbo), la especialista pide a las familias que tomen cartas en el asunto y no lo dejen pasar.
“Con frecuencia vemos padres y madres que se cansan de poner límites a esa actitud y apuestan por la dejadez. Si hay un hermano que maltrata a otro o se maltratan mutuamente, la familia debe tener una postura firme y dejar claro que esa actitud no se permite en casa”, destaca Tirado, que añade otro paso fundamental: “Los hermanos se relacionan de la forma que nosotros permitimos. Hay que tener estrategias para cortar esa batalla. Y, sobre todo, ver dónde está la raíz del problema, dónde empieza todo”.
La actitud no puede ser pasiva
Si bien los manuales de crianza advierten de que una señal de hipermaternidad es intentar solucionar todas las pequeñas y esporádicas disputas de los hijos e hijas, en este caso, la actitud no puede ser pasiva. “En conflictos menores, es beneficioso que resuelvan por sí mismos las diferencias porque esto fomenta habilidades de negociación, empatía y paciencia. Las fricciones y los desacuerdos entre hermanos son normales. Pero los padres debemos estar atentos cuando estas situaciones se vuelven constantes y dañinas”, advierte Nora Kurtin, fundadora y CEO de la plataforma Sapos y Princesas y autora del ensayo ‘Crianza activa’ (Larousse).
«Si uno de tus hijos se siente constantemente humillado o temeroso, es crucial intervenir»
Una señal de alerta para las familias sería, por ejemplo, constatar que uno de los hermanos es siempre el dominante e insulta e intimida al otro. Incluso le agrede. “Si uno de tus hijos se siente constantemente humillado o temeroso, es crucial intervenir”, destaca.
“Cuando hay conflictos entre hermanos, muchos progenitores dicen ‘bueno, que se apañen ellos’. Esta frase es tremendamente errónea porque nuestros hijos nos necesitan y no como jueces, sino como padres y madres, lo que significa que nuestro papel es el de acompañar correctamente sus emociones. En esos momentos nos requieren más que nunca para comprenderse a sí mismos y sus reacciones, a sus hermanos y sus sentimientos”, explica la asesora familiar Tania García en ‘Hermanos, educar la relación entre tus hijos’ (Vergara).
«Lo peor que podemos hacer es compararlos o bautizarlos como ‘el pesado’, ‘el bueno’ o ‘la mandona’, etiquetas que solo sirven para generar celos y rivalidades»
«Los celos se muestran más porque no hay exclusividad, no hay un momento de soledad con la madre o el padre sin que el otro hermano esté pupulando por ahí
¿Cómo intervenir? La fundadora de ‘Sapos y princesas’ recomienda no aumentar la tensión y no tirar de frases hechas como “deja de molestar a tu hermano” o “siempre le estás causando problemas”. Lo peor que podemos hacer, en su opinión, es compararlos o bautizarlos como ‘el pesado’, ‘el bueno’ o ‘la mandona’. Estas etiquetas solo sirven para “generar celos y rivalidades innecesarias”, lo mismo que frases como «aprende de tu hermana» o «siempre haces todo mal». La consultora de crianza Tirado recuerda que el hermano víctima lo pasa mal, pero también sufre el que machaca. “Tenemos que ir a su malestar o su trauma porque si no, lo seguirá haciendo”, advierte.
No aceptar al otro
¿Por qué sucede algo tan grave entre hermanos? Por su experiencia como asesora, la periodista especializada sabe que hay niños que, en un momento dado, no aceptan a su hermano. No digieren que la familia tenga un miembro más. “El que machaca no lo expresa, pero piensa que su madre o su padre quieren más al otro. Se indigna y entra en una dinámica peligrosa: le maltrato y me riñen, y esa bronca le sirve para respaldar su teoría de que el otro goza de más cariño. Es una espiral que no para”.
Tirado propone dar al hermano que está haciendo la vida imposible tiempo en exclusiva. “Hay que mirarle, hay que hacerle sentir que sí es querido y amado. De hecho, este tipo de conflictos suele darse entre los hermanos que pasan mucho tiempo juntos. Los celos se muestran más porque no hay exclusividad, no hay un momento de soledad con la madre o el padre sin que el otro hermano esté pululando por ahí”, concluye tras dejar claro que igual que las parejas que tienen hijos requieren un tiempo de intimidad, los hijos también necesitan ese espacio.
A cualquier edad
La espiral de maltrato entre hermanos puede comenzar a cualquier edad. Un desencadenante, añade Kurtin, puede ser que uno de los hermanos sienta que recibe menos atención o afecto o que si perciba favoritismo por parte de los padres. “También puede surgir si se les permite usar un lenguaje ofensivo o agresivo sin consecuencias”, añade.
Las expertas en crianza aconsejan a las familias proporcionar herramientas para la resolución de conflictos. Por ejemplo, hablar por turnos, expresar lo que sienten sin agredir y disculparse cuando sea necesario. “Es crucial que, como padres, dediquemos tiempo de calidad a cada hijo por separado para que no sientan que están compitiendo por nuestra atención, lo que puede ser un detonante importante de las peleas”, concluye la autora de ‘Crianza activa’.
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