Pasadas las once de la noche de este jueves, con los niños por fin dormidos, las mochilas y ropas del día siguiente preparadas, con pocas fuerzas y menos ganas aún de cualquier otra cosa que no sea meterme en la cama, comienzo a escribir el artículo de esta semana. Velándolos desde la otra punta de la habitación, en mi mesa de despacho, acurrucados ambos aún encima de la cama familiar, vuelvo a preguntarme, como tantas otras veces, si realmente estoy siendo con ellos la madre que me gustaría ser.

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