Arrasate recordaba en las horas previas al partido que no quería que el equipo se instalara en la euforia, después de esas tres victorias consecutivas que habían situado al Mallorca en plazas europeas. Sus palabras han sido premonitorias porque, como dijo, había muchas cosas que sus jugadores podían mejorar. Se lo demostró, en menos de veinticuatro horas, el Espanyol, y desde el minuto 1. Los rojillos encararon el partido sin la energía que se precisa para cualquier partido de esta liga de Primera. El rival ahogó al Mallorca desde la salida de balón y tuvo su insistencia tuvo premio cuando apenas habían pasado 20 minutos.
La caraja, que dirían algunos, le duró al Mallorca no solo los 45 primeros minutos, en los que los de Gonzalez hicieron seis remates por apenas uno de los mallorquinistas, sino que se extendió hasta el minuto 60 el momento en que el marcador ya señalaba un 2-, que Jofre hizo subir al marcador en otra jugada en la que se demostró la indolencia de algunos. Lograr algo positivo con estos condicionantes parecía imposible.
Los cuatro cambios de Arrasate de una sola tacada demostraron que el técnico vasco no estaba nada contento con lo que tenía sobre el campo, dejando señalados a los que enfilaron el camino del vestuario, empezando por Mojica y acabando por Darder, que no encajó como debía el ambiente descaradamente hostil del que fue su público durante tantos años. El gol de Larin puso un atisbo de esperanza en los rojillos, pero de poco sirvió porque no hubo más argumentos, aunque si deja una lección de humildad cara a lo que resta de Liga. Vienen días de parón y de reflexión para consolidar un inicio que, pese a la derrota, es francamente positivo. Pero hay que trabajarlo para que continúe.
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