«He notado que, desde que se ha hecho popular, ya no lo llaman Obamacare«, dijo el expresidente Barack Obama en la reciente convención demócrata en referencia a la reforma sanitaria hito de su administración. Tenía razón. Ha caído en desuso el juego de palabras ‘Obamacare‘ (Obama te cuida) acuñado por los republicanos para burlarse de la mayor ampliación en la cobertura médica para las personas más vulnerables de la historia de EEUU. La crítica al aumento del gasto público ha quedado eclipsada por la reducción de personas sin seguro médico a menos de la mitad. Pero incluso tras esta reforma, el sistema sigue teniendo brechas importantes. «Hizo que los seguros fueran más asequibles, pero no hizo que el acceso a la salud fuera más asequible«, explica a EL PERIÓDICO Eric Roberts, investigador del Instituto de Economía de la Salud Leonard Davis, de la Universidad de Pensilvania.
Para entender el sistema de salud estadounidense sería más preciso compararlo con que el Estado pague una mutua privada, como algunas empresas hacen, que con un sistema sanitario universal y gratuito como el de España, lo cual sigue siendo una utopía inexistente en EEUU. La reforma que promulgó Obama implicó que muchos americanos tuvieran por primera vez un seguro médico. Pero estaba lejos de ser el fin de los problemas, sobre todo por los importes límite de cobertura de los seguros y un copago que deja elevadas facturas médicas. «Tenemos un grave problema con los costes, especialmente los derivados de ingresos hospitalarios y compra de medicamentos«, añade Roberts. En total, los estadounidenses deben más de 220.000 millones de dólares de deuda médica.
Más cobertura
El número de personas sin seguro se redujo del 18% al 8% de la población. Esto se debe principalmente a que la inclusión en el programa Medicaid (‘aid’ significa ayuda, rescate, en inglés) pasó a depender exclusivamente del nivel de renta: se podían beneficiar todas las personas bajo la línea de pobreza y hasta un 33% por encima de ese umbral (hasta 20.000 dólares anuales para un individuo y varía según los miembros de la unidad familiar). Antes había que cumplir requisitos adicionales de forma que, por ejemplo, una madre soltera sí podía acogerse a Medicaid, pero no un hombre soltero, aunque acabe de salir de la cárcel y se encuentre sin empleo, aunque tenga un trastorno por consumo de sustancias o un problema de salud mental.
«La ACA (Affordable Care Act, la reforma sanitaria de Obama) terminó con todas esas nociones de merecimiento«, explica a este diario la doctora Colleen Grogan, especializada en políticas públicas sanitarias de la Universidad de Chicago. Adicionalmente, se creó un programa nuevo dirigido a personas del siguiente rango de ingresos que, pese a no estar en situación de pobreza, no podrían hacer frente al gasto médico. El Gobierno creó un catálogo de mutuas privadas para las que daría subvención de forma gradual y proporcional en función de los ingresos.
Aún así, 10 estados gobernados por republicanos todavía se siguen resistiendo a introducir la reforma sanitaria. Sin embargo, cuando Donald Trump fue presidente no pudo cumplir su promesa de ‘deshacer’ lo que Obama había hecho y se limitó a dejar de promocionar el programa con tal de limitar el número de nuevas inscripciones. «Quieren ocultar el papel del Gobierno, lo cual es un poco ilógico. Pero los republicanos quieren culpar al Gobierno de todo lo que va mal», apunta la doctora Grogan, a pesar de que la popularidad de Medicaid ya ronda el 80%.
La deuda médica
«En nuestras investigaciones, hemos constatado que la ampliación de Medicaid en Luisiana está vinculada a la reducción de la deuda médica individual», explica a este diario el economista especializado en sanidad Brigham Walker, de Tulane University en Nueva Orleans. Pero incluso para los que tienen seguro, público o privado, la deuda médica sigue siendo la mayor lacra. Oficialmente, el 8% de los estadounidenses debe dinero a instituciones médicas. El drama es aún mayor. Un estudio más reciente reveló que en realidad el 41% de los adultos tiene deuda médica si se cuenta la deuda contraída con tarjeta de crédito a plazos o por préstamos informales de familiares o amigos.
Pero incluso mirando solo los datos oficiales, ese 8% (1 de cada 12 adultos) son 20 millones de personas que deben 220.000 millones de dólares. Aproximadamente 14 millones de personas deben más de 1.000 dólares y unos 3 millones de personas acumulan más de 10.000 dólares en deuda. Los más ahogados financieramente son personas con discapacidad y dolencias graves o crónicas, como personas que han pasado por un cáncer. Las familias con ingresos más bajos, afroamericanos, y población rural de los estados más deprimidos del sur de EEUU son los más perjudicados.
El efecto más pernicioso de los impagos es que algunos centros médicos se niegan a volver a admitir a un paciente moroso. Y para evitar esta situación, más de uno de cada cuatro estadounidenses afirma haber retrasado o no haber buscado atención médica debido al coste que suponía. Y es que muchos estadounidenses, incluso los que tienen un seguro médico privado, no disponen de liquidez suficiente para hacer frente a un gasto inesperado: se calcula que el 28% de los adultos estadounidenses tienen menos de 1.000 dólares ahorrados. «Las barreras que imponen los costes y la deuda médica son, en esencia, un problema de equidad en EEUU«, concluye Roberts.
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