Manolo García está recorriendo recintos emblemáticos con una vibrante escenografía dentro de su gira ‘Cero emisiones contaminantes desde ya’. Es un tipo especial, idealista, un «anacrónico», como dice en esta entrevista; un hombre libre, añado yo, que continúa en la brecha y vuelve a un formato un poco más rockero recorriendo algunas de las cosas que ha hecho últimamente, además de hacer un repaso eléctrico de sus últimos 40 años. Su esperado concierto promete ser una experiencia inolvidable.
-Siempre estás de gira, como Dylan.
-Sí, siempre. Bueno, he parado un par de meses, acabo de terminar en junio, y ahora he reanudado y llevo ya un par de conciertos. A mí me gusta el directo, no lo puedo negar, me gusta el contacto con el público, y es una cosa que descubrí desde bien jovencito. Yo era un zagal de 14 años, y de repente ver grupos en directo en una Barcelona que empezaba a despertar, a dejar atrás el gris de un tiempo ya que se alejaba, empezar a descubrir el rock… ¡Buah! Noté que eso era lo mío, y a día de hoy sigo con esa idea. Yo era un polluelo en ciernes, un individuo que va creciendo y dándose cuenta de que la música es portadora de mensajes, de emoción, ilusión, esperanza… Y ahí me quedé. Seguí descubriendo otro mundo, muchas cosas más en la vida, pero he constatado que la música siempre está a tu lado, no te abandona nunca.
-La gira la has bautizado ‘Cero emisiones contaminantes desde ya’. Un mensaje directo. ¿Qué buscas con ello?
-Una ingenua, si tú quieres, e inocente concienciación. Volver a remachar el mismo clavo de la necesidad totalmente urgentísima de cambiar el rumbo, de dejar de contaminar. Los horizontes de parar de emitir CO2 tan lejanos… «En 2050 bajaremos emisiones…». No. Es ya. Yo tengo esas ideas desde siempre, siempre he tenido amor a la naturaleza. Reconozco que soy una persona un poquito anacrónica, que vivo en una añoranza del pasado, que, seguro, es evidente que no fue mejor, pero fue más natural, con todas sus carencias, con todo el sufrimiento que conlleva la vida humana o la vida animal, pero sé que en los tiempos que ya no viviremos, que no volverán nunca, los ríos, los mares estaban limpios, el aire era respirable. Nuestros avances, nuestra lucha, nuestro anhelar un futuro de progreso absoluto de comodidad, de confort absoluto, creo que es una quimera, y nos va llevando a otras situaciones enrevesadas, y el cambio climático es “la” situación, no es una de ellas, es la madre de las situaciones enrevesadas que puede dar al traste con esa ilusionante idea humana de progresar, de ir hacia un futuro mejor, pero habría que apretar unos tornillos que están quedando sueltos. Por eso yo le he puesto de manera podemos decir ingenua, pero con mucha fe, este título, en vez de gira ‘Qué guapo soy’ (lo cual no es cierto) o gira ‘Qué bien bailo’.
«El cambio climático es ‘la’ situación, no es una de ellas, es la madre de las situaciones enrevesadas que puede dar al traste con esa ilusionante idea humana de progresar»
Me ha parecido más oportuno ponerle un título a la gira más acorde a mis pensamientos y a lo que llevo pensando desde hace mucho tiempo: que el rumbo hay que retocarlo, no digo de parar, de ir en dirección contraria. No digo nada, simplemente revisar realmente y con seriedad, cosa que, como estamos viendo, el cuerpo político internacional y el cuerpo macroeconómico internacional no están por esa labor, sino todo lo contrario. La pregunta es ¿pero estas personas que insisten en no cambiar el rumbo, en no parar de emitir, de contaminar, no tienen hijos, nietos? ¿Les da igual el futuro de esos seres humanos que son de su sangre? Estamos hablando de 30, 40, 50 años. Si el aumento de la temperatura del planeta sigue como hasta ahora, no quiero ser agorero, pero es una cuestión científica. No soy el primo de Rajoy. El cuerpo científico internacional ha alertado de todas las maneras posibles de esta urgencia. Y yo, músico que podría, no sé… “Oye, ¿quieres que en tu gira te esponsorice refrescos Pepito o la cadena de supermercados Juanito?” No, no quiero, porque no creo en el consumo, creo que nuestro mundo material se ha salido de madre ya, habría que retomar la situación en beneficio de la humanidad; es planetario el asunto. Pero vamos a hablar de música.
-No te veo yo anacrónico, sino totalmente contemporáneo y actual. ¿Cómo haces para reducir el impacto ambiental de tus conciertos?
-No puedo hacer nada. No puedo engañar a nadie. Estamos inmersos en unos modos de funcionar en los que no puedes sustraerte. Hago algunas cosas. Por ejemplo, lo que no hago nunca es viajar en avión, porque los aviones, igual que los coches, contaminan, con la diferencia de que hay una cantidad desmesurada de aviones sobrevolando el planeta cada 24 horas. Leí una cifra que estoy reacio a creérmela, tengo que cerciorarme: 240.000 cada 24 horas. No lo entiendo, pero yo no cojo aviones hace años.
La última vez fue a Canarias, y la siguiente quise ir en barco. Son dos días y pico, pero me da igual, me llevo un libro, leo, veo el mar, sueño, duermo… Reciclar, etc. son tiritas en un cáncer, una capa de maquillaje barato, que hay que hacerlo, por supuesto, pero lo primero que habría que hacer es plantearse si hay que continuar fabricando plástico o no, pero, amigo, hay mucho dinero, mucho negocio… Como dijo alguien, Dios ha muerto y, lamentablemente, quien manda es el dinero. Dios es buena persona, son majos los dioses en general; también pueden meter la pata; alguna vez la meten, pero en general todo lo que dicen es bueno: no mates, no robes, amarás a tu prójimo… Hostias, eso se ha quedado ahí como “¡Esto no. El dinero!” La única manera de que yo contribuyera de manera absolutamente contundente sería hacerme un chabolo en el monte, quedarme ahí con 3 cabras, no contaminar, no gastar, no moverme…
No puedo decir: «mis giras son ecológicas». ¡Qué cojones! Yo tengo que moverme si quiero cantar. El vinilo es supercontaminante, estamos todos en el mismo barco. La cuestión es más que la actitud individual, esas cosas tan bestias de que hacen unos encuentros en París o en Davos, y China, EEUU deciden que ellos no van a suscribir esos tratados, y los que los suscriben luego no los cumplen. Ese es el problema. De qué sirve que Pepito y Juanito tiren la botellita de plástico al amarillo. Más vale eso que nada, por supuesto, pero el problema es tan gordo y está tan arriba que nosotros los mortales de a pie estamos ahí como la manada, el rebaño, «venga, p’acá», todo el tiempo.
-Son casi 3 horas de concierto. ¿Cómo te quedas?
-Muy contento, y a veces pasa de las 3 horas si ese día estoy muy loco. A veces he llegado a 3 y ¼. «Vale, vale, adiós, me voy». A mí me gusta el escenario, y sobre todo me gusta ver a la gente contenta, porque uno se harta de ver a la gente sufrir, se harta y sufre también, y hoy en día, en nuestro modo actual de vida tenemos acceso a toda la información buena, mala, regular, cierta, falsa, y o vas tú a ella, o viene ella a ti aunque no quieras. Yo estoy, creo que como todos los ciudadanos, cansado de guerras, de malas noticias, de sufrimiento ajeno. Palestina, Gaza, Líbano, Yemen, bombardeos, niños, Ucrania, violaciones, mujeres, pateras llegando a Canarias, gente ahogándose… Hostias, esto no hay Cristo que lo aguante, es muy fuerte.
Hemos pasado de que hace unas pocas décadas mi abuelo se enteraba de las cuatro cosas que pasaban en los cuatro pueblos colindantes, y tarde, a estar ultrainformados de todo, y el cerebro humano o, por lo menos, mi cerebro de pequeño mono tonto no da para tanto ya. A mí las personas en el concierto me dan vida. Veo a la gente cantar, bailar, contentos, hostia. El concierto ya no es una exhibición de «qué guay soy, aquí estoy yo porque soy buenísimo…» No, todos juntos nos hemos reunido un rato aquí y hemos parado el motor, la cabeza descansa… Yo veo a la gente entretenida, cantando, atenta al concierto, y nosotros estamos ahí entregados. Cuando haces algo vocacional, lo haces de una manera apasionada, es inherente a ti, elegiste eso y te gusta. Yo me quedo bien. Hago 3 horas, lo que sea, lo que me echen, hasta que pueda, muy contento. Evidentemente llega un momento que ya sabes que puedes llegar a cansar: «Buenas noches». Tampoco es una norma mía, «cada noche haré tanto». No. Si viera que la gente lo que tienen que disfrutar ya lo han disfrutado, pararía, pero quieren otra, y otra, pues venga, bien. Ese es el concierto mío.
-Disminuye la venta de discos, pero aumentan los conciertos en vivo. ¿Cuál es la lógica?
-Muy sencilla, el músico trabaja doble y solo cobra sencillo. Tenemos dos trabajos, uno de mañana y uno de tarde-noche, y solo nos pagan el de la mañana, dicho a lo burro, como tantos oficios… Todo se ha ido estrangulando. El embudo ha ido haciendo su labor. El mundo capitalista, neoliberal, lo va orquestando todo de forma que trabajemos el triple para ganar la mitad o un cuarto. No me quejo. Simplemente, ¿por qué hay más conciertos que nunca? Coño, porque no se venden discos. Con la venta de discos, los músicos no se ganan la vida. Tiene que comer todo el mundo del directo. «Noo, pero es que Shakira, Beyoncé, no sé quién tienen tantos millones de bajadas…» Esos son 3 en el planeta, y aún así lo que se les paga por los millones de bajadas es injusto totalmente.
«Hay que comer, hay que mantener empresas. Un músico, un artista, no es solo él, son 40 personas más. Músicos, ingenieros, sonido, luces, camiones…»
Hay que comer, hay que mantener empresas. Un músico, un artista, no es solo él, son 40 personas más. Músicos, ingenieros, sonido, luces, camiones… Y esa gente vive del trabajo de un equipo, que es el que rodea al músico, al artista. Antes el músico podía repartir. Un disco mío ha gustado, ha vendido… He vivido una época dorada, maravillosa en la que los discos se vendían, las compañías vendían un soporte físico que era vinilo, luego CD. Era un soporte magnífico el CD, transportable en el coche, calidad de sonido estupenda… Eso lo han eliminado. El músico hace más bolos si puede porque come de ahí. De lo otro no come nadie. Quizá Bruce Springsteen y no sé quién más, y me temo que lo que se les da tb es injusto respecto a lo que generan.
-Desde luego, la industria musical ha cambiado en muchos aspectos, no sé si ahora contar historias ha perdido valor y se ha devaluado el papel de la música en la cultura.
-En los 70, que es cuando hay una eclosión… El rock, el soul, el pop… tienen una raíz un poquito atrás, ya en los 50 empiezan. La música anglosajona, el r&b empieza a cambiar, a calar, y a extenderse a nivel planetario. Y viene de las clases bajas, obreras, de los negros del sur de los EEUU tocando su blues… Finalmente es un lamento, una queja de una opresión, una vida injusta donde se les trata injustamente. La música es un lamento, una reivindicación. Bandas que nos han gustado a la gente de los 70, los Clash, Police, bandas anglosajonas, Eagles… Todos chavales de clase media, o baja directamente. Aparecen una cantidad de músicos cuyo discurso llega a la población en general, un discurso romántico sumado a reivindicativo, concienciador… Eso llega un momento en que ya no interesa tanto. Para hablarles a las masas y convencerlos ya están los políticos. Los músicos tienen que hacer que bailen, y en esas estamos.
-¿Cómo se portan las musas últimamente, Manolo? ¿Hay nuevo disco en el horno? ¿Qué temas quieres abordar?
-El motor es siempre la emoción de vivir y lo que eso conlleva; eso es una cascada, un río revuelto. Eso está ahí, es el nutriente siempre, la materia prima: observar el mundo, y sabiendo que la esencia humana no cambia, pero sí que hay circunstancias nuevas siempre, que adornan para bien o mal lo general, cómo estamos funcionando como planeta, cómo nos conducimos los seres humanos en nuestra organización social… Toda esa observación me da motivo, luego está el tema madre, el amor entre seres humanos, pero yo me abro más a un amor natural, la naturaleza, el mundo, a tus congéneres, ya no tanto un amor platónico. Yo le llamo amor en todas direcciones; podría encontrarme, que no lo hago, abrazando una encina… La naturaleza me ancla mucho, me pone pie en tierra.
En cuanto a si tengo cosas, yo siempre tengo mi papel, mi libreta; tengo una libreta de canciones, de esas cuadriculadas, de la papelería de la esquina, un bolígrafo de los de toda la vida, que siempre llevo en mi macuto, y una guitarra española que siempre tengo a mano para hacer una melodía; cuando tengo una idea pum, me la grabo con el móvil, y voy acumulando cosas, que luego cuando acabe la gira me pongo presto a la tarea porque me gusta, y es mi oficio. El trabajo de estudio es maravilloso: es como pintar, tienes una tela en blanco, y en un rato, en un día, en un mes, aparece un mundo tuyo propio que quizás otros van a disfrutar. La música es lo mismo, antes eran las cintas, que no eran nada, solo silencio, pero te pones a grabar… Una guitarra, un teclado ¡Magia! Es muy emocionante, y esa emoción engancha. Te pones a grabar y de repente te das cuentas que ha pasado algo maravilloso, que la mañana ha pasado, que estabas deseando volar sin tiempo, y la música, el estudio de grabación, el concierto, te lo da; tu cerebro es libre de ataduras. Para mí, cuantos más buenos raticos se sumen a la vida, más has vivido, cuanto más malos ratos sumes a la vida, más por saco te han dado.
-¿Cómo es esta gira en canciones y en espectáculo?
-Pues es una mezcla, un ‘entreverao’ de canciones que entiendo ya son un poco del imaginario popular. Del Último hay unas cuantas; tampoco me excedo porque yo solo no soy El Último, pero sí me encanta tocar 4, 5 que a mí me encanta tocarlas y revisarlas. Luego de mis canciones más conocidas hago otra pequeña entrega, y de lo nuevo también, que tengo dos discos y apenas tienen 2 años. Intento complacer a todo el mundo; por supuesto, complacerme a mí mismo. Nunca me ha gustado tocar los grandes éxitos, porque suenan los primeros compases y todo el mundo está cantando ya. Ese éxito fácil, digamos, tampoco es de mi complacencia; lo miro más por el lado de cómo esas canciones han llegado a sus vidas, han calado, siguen ahí, les aportan emoción, recuerdos, pero mi necesidad actual me lleva también a cantar lo nuevo, que valoro absolutamente; si no, no lo presentaría . Hago esa triada.