La psícoanalista Aurora Zapico analizará el miércoles, 9 de octubre, la ópera «El Bárbero de Sevilla», melodramma buffo en dos actos, con música de G. Rossini y libreto de C. Sterbini, basado en la comedia “Le Barbier di Séville ou La Précaution inutile” de Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais. Se estrena en el Teatro Argentina de Roma el 20 de febrero de 1816. Tras el éxito obtenido en La Scala de Milán con su ópera La pietra del paragone, estrenada el 26 de septiembre de 1812 que llegó a alcanzar la cifra de 53 representaciones dentro de la misma temporada, Rossini se convierte, en lo que L. Rognoni denomina un “maestro di cartello”, es decir, alguien con quien había que contar cuando se planificaba una nueva temporada de ópera.
El 15 de diciembre de 1815, once días antes de estrenar «Torvaldo e Dorliska» en el Teatro Valle de Roma, firma el contrato con el duque F. Sforza Cesarini, empresario del Teatro Argentina de Roma, comprometiéndose a componer una ópera buffa para cerrar la temporada de Carnaval. El tiempo apremia. Rossini descarta el libreto del prestigioso J. Ferretti eligiendo a C. Sterbini como libretista, al que propone El Barbero de Sevilla de Beaumarchais (primera de las tres obras que componen la Trilogía de Fígaro). Beaumarchais concibió esta obra en principio como una ópera cómica para la que él mismo compuso la música. Nunca llegó a estrenarse. Más tarde, cuando la transforme en comedia, la música seguirá teniendo presencia en la trama.
Maestro de arpa de la realeza
Rossini fue maestro de arpa de las hijas de Luis XV, escribió un libreto de ópera para Salieri y contribuyó al debate de ideas sobre el género lírico. También publicó un “Ensayo sobre el género dramático serio”, en línea con el planteamiento de Diderot. Su Barbero, será depositario de una importante genealogía dramática: Scarron y Molière ya habían abordado el tema de “la precaución inútil”, y también de los arquetipos de la Commedia dell’arte. Con todos estos mimbres y su enorme talento, consigue crear una autentica obra maestra. Por su parte Rossini no le va a la zaga. Compone su ópera (de casi 600 páginas autógrafas), en menos de un mes. Su fama se extiende por toda Europa y América. Se estrena en Nueva York de la mano de Lorenzo Da Ponte en 1826 con la compañía del tenor español Manuel García (primer conde de Almaviva). Alcanza un éxito sin precedentes y se convertirá en un valioso legado para la posteridad.