El mallorquinismo vive horas muy felices y la ilusión por ver al equipo se ha desatado. Y eso es justo lo que quería Jagoba Arrasate cuando en su presentación como inquilino del banquillo de Son Moix deseó «emocionar» a la afición. Lo increíble es que lo ha conseguido en un tiempo récord porque después de ocho jornadas ha colocado a los suyos en puestos europeos.
Sin embargo, eso no es lo más importante, ni siquiera lo más difícil. Aquí lo sustancial es haber conquistado el corazón de los suyos generando un orgullo de pertenencia a unos colores dignos de elogio.
Por eso no es extraño que este sábado ante el Espanyol haya más de seiscientos bermellones en las gradas, una auténtica barbaridad si se tiene en cuenta que muchos de ellos deben coger un avión para asistir al partido y después otro para regresar a casa.
Se habla mucho de las ‘mareas’ de otras hinchadas que quizá tienen más fama, pero la mayoría de ellas tienen un desplazamiento mucho más barato y más cómodo porque no hay mar de por medio.
Eso sí, tampoco se ajustaría a la realidad quedarse con la idea de que este masivo apoyo haya llegado por los buenos resultados. Hace mucho tiempo que el mallorquinismo está entregado con los suyos, fuera o no un dolor de muelas asistir a sus partidos, la diferencia es que ahora se lo pasa mejor.
En el año en el que el club ha batido su récord de abonados, con 22.058, se evidencia el rejuvenecimiento de los que poblan las gradas en Son Moix. Y eso, al final, es lo que mantiene vivo al club con una salud de hierro.
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