Ayer nos preguntamos si las operaciones decididas por Netanyahu en el Líbano significaban la voluntad de provocar una guerra total en Oriente Medio y advertíamos de las consecuencias imprevisibles de esa guerra. Ayer por la tarde, hora española, entró en escena un actor cuyo silencio resultaba inquietante: Irán desencadenó un ataque con misiles contra las ciudades de Jerusalén y Tel Aviv, provocando así una escalada de violencia, esta sí, previsible. Es imposible que el ejército israelí no contase con la posibilidad de una respuesta iraní, y la pregunta ahora es cuál será el siguiente paso. A estas horas se acumulan las preguntas. ¿Cuál será la actitud de los grandes países árabes como Egipto o Arabia Saudí? ¿Puede activarse también el terrorismo urbano, como sucedió ayer en Tel Aviv? El ataque de Irán ¿es sólo un intento de “cubrir el expediente” tras los terribles golpes sufridos por su aliado Hezbolá o es el preludio de una guerra de larga duración? Por su parte, ¿Israel está dispuesto a bombardear Teherán?

Las llamadas a la contención de Estadios Unidos y la Unión Europea no han sido escuchadas por Netanyahu, cuyo plan suscita numerosas preguntas también entre la opinión pública israelí. Más allá de los análisis, nuestra mirada se centra en estos momentos en miles de personas inocentes que ya están sufriendo el zarpazo de la guerra, en el Líbano, en Gaza, en Israel, no sabemos si pronto en Irán, en Siria o en Irak. Entre tanto, resuenan las palabras del Patriarca Latino de Jerusalén, cardenal Pizzaballa, pidiendo que “se detenga esta deriva de violencia y que los gobernantes tengan el coraje de encontrar caminos que tengan en cuenta las exigencias de justicia, dignidad y seguridad para todos”.

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