Anna Torrodà (Barcelona, 2000) nunca olvidará el periodo en el que se vio con la necesidad que detener su actividad diaria para reencontrarse consigo misma. Para conectar nuevamente con sus emociones y con unos sentimientos que adoptaron un significado tan diferente como insatisfactorio. Incluso, de desapego, llegando al punto de la tristeza y de la desazón. Nunca es sencillo pedir ayuda. Ni mucho menos, transmitir debilidad, pero, a la futbolista del Levante, acudir a un especialista, y recibir el cariño y la comprensión de su gente más cercana, le ha cambiado la vida. Ahora es una persona diferente. Y, sobre todo, vuelve a ser feliz.
«No sé realmente si toqué fondo. Pienso que siempre se puede ir a mejor o a peor. Podía pensar que lo tenía todo: un trabajo que me gusta, familia, amigos… Pero mi cabeza iba por otro lado. Por eso creo que es importante cuidarla y, sobre todo, saber gestionarla, que es lo más difícil. Habrán días malos, pero también buenos. Hay que darse la libertad de tener días malos. El siguiente será otra historia», aseguró la ‘21’ en SUPER.
Anna Torrodà fue tendencia a nivel nacional tras tomar la decisión de apartarse del fútbol con tal de cuidar su salud mental. La centrocampista se alejó de los focos durante medio año ante la sensación de que el fútbol, y todo lo que le rodea, perdió valor y dejó de tener sentido en su vida. La catalana, consciente de que es un acto no solo poco habitual en el fútbol, sino también en cualquier ámbito laboral, se vio con la obligación cuando la intensidad de los entrenamientos, y la adrenalina de los partidos, pesaba tanto en sus piernas como en su cabeza. «Todo empezó hace dos años, estando en el Valencia. Me levantaba de la cama y no tenía ganas de entrenar. Sentía que no disfrutaba como la Anna que de pequeña disfrutaba del fútbol. Me desenganché del fútbol y lo fui arrastrando mucho tiempo. Iba a entrenar por ir, pero no sentía absolutamente nada. Necesitaba volver a enamorarme del fútbol», dijo.
La levantinista siente que su cabeza vuelve a estar en su sitio, aunque, recuperando la normalidad, no encuentra una explicación a cómo su mente le traicionó por completo. «Creo que es un cúmulo de cosas. Me dijo mi psicóloga que tuve un duelo: sentir que te desenganchas de esto y cómo sentí que perdí el fútbol de mi vida. Supongo que fueron diferentes motivos». Sin embargo, siente que la velocidad que cogió su trayectoria tuvo algo que ver. Su trayectoria empezó temprano, pero el ritmo no fue en consonancia a su compás. «La vida va muy rápido. Aún no me creo que tengo 24 años. Estoy en mi sexta o séptima temporada en Primera División y en ocasiones pienso: ‘¿en qué momento he estado metida aquí seis años? Uno de mis problemas ha sido darle tantas vueltas a todo. Cuando somos más pequeños hacemos las cosas y no pensamos tanto. ¿Puedo dejarme llevar? ¿Puedo soltarme más? Me hago esa pregunta tantas veces… Ni en verano mi cabeza se detiene».
No obstante, si Anna Torrodà ha conseguido salir de su bache personal, ha sido gracias al apoyo de su familia y sus amigas. A pesar de que por su cabeza ya rondaba la posibilidad de hacer un alto en el camino, un viaje a Barcelona para celebrar el cumpleaños de su madre le impulsó a dar el paso. «Estaba a punto de salir de casa para volver a València y le dije a mi madre que quería comentarle una cosa, pero me puse a llorar como si no hubiera un mañana. A decirle que no podía más. Que o paraba o el fútbol no me duraría ni dos años. Y, sinceramente, no quería dejar el fútbol. Me negaba a pensarlo. Por suerte, mi familia lo entendió perfectamente, y me dijeron que hacía muy bien. Mi hermana me comentó que no me veía feliz. Soy una persona a la que le gusta hablar de fútbol y dejé de hacerlo. A mi familia le llamaba una vez a la semana. No les llamaba porque no quería que se preocuparan, mientras ellos me daban mi espacio. Sé que ellos pensaban que estaba mal. Estaban preocupados, pero me daban libertad. No me querían agobiar».
Su rumbo hacia la estabilidad mental fue desde su casa, mientras aprendió una serie de lecciones que le han hecho cambiar el enfoque de su vida. «Mucha gente me ha escrito diciéndome que se ha sentido como yo y no se ha atrevido a dar el paso. Hay personas que necesitan medicarse para no llegar a ese punto. A mí me sabe mal que se vean incapaces de parar. Sentí apoyo por parte de mi familia no por sus palabras, sino por sentir que la tenía a mi lado. Era una sensación diferente. Mis amigas de toda la vida me apoyaron muchísimo, estaban muy pendientes de mí. No obstante, ver a mis abuelas me daba la vida. Lo que más pena me da de estar en València es no pasar tiempo con ellas. En casa tenemos la costumbre de verlas una vez a la semana, y hacerlo me llenó muchísimo. Volví a sentir lo que sentía cuando vivía en casa: estar con mi familia para comer, cenar, pasar el tiempo… Situaciones cotidianas, pero que no valoras».
Pese a ello, el mayor aprendizaje que le dejó a Anna Torroda su descanso fue que en la vida estamos de paso, siendo el motivo por el que no solo vive el presente, sino que relativiza más las cosas. «Las expectativas que se pone una misma, y las que ponen desde fuera, son diferentes. Sin embargo, lo que he aprendido es que al resto le das igual. El fútbol sigue sin ti. Una se ralla por una tontería, y estás todo el día pensando en ella, y la otra persona ni se acuerdo. La prioridad es darse importancia a una misma. Si te rompes el tobillo se ve, pero si estás mal mentalmente no. La gente tiende a menospreciar los problemas mentales porque no se ven. Incluso, muchas veces es peor estar mal de mente que hacerse un daño físico. La mente es lo más poderoso que tenemos y lo que condiciona tu vida. Para mí es primordial. Ahora relativizo mucho más las cosas, sobre todo en el fútbol. Le doy mucha importancia y la que tiene que tener, pero he aprendido que hay un límite».
Anna, por fin, no solo vuelve a ser feliz, sino que busca dar lo máximo por el Levante. «Ahora disfruto del fútbol. Hay días en los que siento que me va a costar, pero estoy volviendo a sentir cosas por el fútbol. Sobre todo, la competitividad. El perder y que me afecta. Antes me daba tristeza. Ahora, cuando pierdo, me da rabia, más intensidad. Lo vivo con más pasión. Soy consciente de dónde vengo y hacia dónde quiero ir, con una estabilidad que me haga sentir bien», finalizó.
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