El cambio climático está golpeando con extraordinaria crudeza el continente africano, y lo peor de ello es que nadie parece estar enterándose. El lago Chad, del que depende la supervivencia de nada menos que 40 millones de personas, está secándose de forma acelerada y ya solo tiene el 10% de la superficie que tenía hace seis décadas. La situación es dramática, una auténtica emergencia humanitaria a la que parece estar dándose la espalda. Oxfam-Intermón ha recordado la gravedad de esta situación y pide a los gobiernos que actúen para evitar una mortalidad masiva en esta región.
El 90% de la superficie del lago ya se ha esfumado, pasando de tener 25.000 km2 (el área de toda Galicia) a tan solo 2.000 km2, el equivalente a la isla de Tenerife. Y su desecación prosigue a pasos agigantados. Si todo sigue así, en pocos años desaparecerá definitivamente.
Se trata de un mar interno, bordeado por Níger, Nigeria, Camerún y Chad, que hace 60 años era el sexto más grande del mundo y el más importante de agua dulce de África. Ahora, según explica Mireia Aliart, en el boletín de Oxfam Intermón, se ha convertido “en un collage inmenso de charcas y extensiones de tierra seca”.
Según Naciones Unidas, la mitad de la disminución del lago Chad es consecuencia del cambio climático, mientras que el resto se debe al uso ineficaz e intensivo del agua para regadío y consumo. La falta de una gestión integrada de los recursos hídricos en la región, así como la construcción de represas para proyectos hidráulicos en los ríos que lo alimentan ha tenido también un efecto devastador. La sucesiva instalación de diques por parte de empresas energéticas ace que el agua no llegue al lago.
Pero, además, la evaporación de este gran lago es cada vez más rápida, lo que convierte sus aguas y las tierras de su entorno en zonas menos capaces de abastecer a sus habitantes. Cada vez hay menos peces, cada día se pueden usar menos los pequeños embalses para riego y cada vez hay más zonas donde la arena avanza cubriendo la tierra cultivable. La pobreza y las hambrunas avanzan al mismo ritmo.
Oxfam-Intermón destaca que sin recursos o ayudas, estas poblaciones (que son las que menos culpa tienen del calentamiento global causado por los países desarrollados) están abocadas al desplazamiento o la muerte.
“La recurrencia de las crisis climáticas se está convirtiendo en el golpe de gracia para las personas que ya han sido golpeadas por los continuos conflictos y por el aumento de la desigualdad. La oleada de desastres climáticos supera con creces la capacidad de las personas pobres para hacerles frente, lo cual las sume aún más en una situación de hambre extrema”, señala Gabriela Bucher, directora ejecutiva de Oxfam Internacional.
Menos agua, pastos y ganado
Y es que los medios de vida son especialmente sensibles al calentamiento global cuando dependen de las condiciones climáticas. La región del Sahel, donde se encuentra el Chad, ha reducido un 25% la producción de cereales a causa de las inundaciones masivas y las sequías.
El ganado va muriendo por falta de agua y pastos, creándose una espiral de escasez que no hace sino acelerarse año tras año.
En los cuatro países fronterizos del lago, la inseguridad alimentaria afecta ya a 5,5 millones de personas durante la estación seca y al menos 300.000 niños y niñas sufren malnutrición grave. Las entidades humanitarias calculan que se necesitan unos 2.600 millones de euros para cubrir las acciones de ayuda humanitaria, pero hasta ahora solo se ha destinado el 20% de esa cantidad.
“El cambio climático ya no es una bomba de relojería, sino que está explotando ante nuestros ojos”, afirma Bucher.
A todo esto hay que sumar los conflictos que afectan a toda la cuenca del lago Chad, que han provocado enormes desplazamientos de población. El 60% de la población de la cuenca ha tenido que abandonar su hogar debido a la violencia. Desde 2018, son ya más de 2,3 millones las personas que han huido.
“Cada vez llueve menos. El lago Chad se ha encogido y los arroyos y campos de cultivos se los están tragando las dunas de arena. Tenemos muchas dificultades para regar las plantas, nuestras cosechas son muy malas por falta de agua y solo tenemos lo que cultivamos para comer”, afirma Djaboura, madre de familia numerosa entrevistada por Oxfam.
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