La gesta de la maratoniana Elena Congost (1987, Barcelona) en los Juegos Paralímpicos de París ha entrado a formar parte de ese listado de momentos maravillosos y excepcionales de solidaridad vividos en la historia de los Juegos Olímpicos. Su descalificación, con la consiguiente pérdida de la medalla de bronce, por soltar durante solo unos segundos la cuerda que le unía a su guía para que este no cayera, es discutible, más aún porque penaliza una respuesta humana que justifica ante los escépticos lo mejor de la concepción humana.
«Mis hijos, que son pequeños, estaban allí y no entendían nada de lo que pasaba. Me decían: ‘Mamá, ¿por qué te han castigado por ayudar a Mia?’», recordaba la atleta en una entrevista para El Periódico. Esa pregunta también se la hace la mayoría de los comunes.
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«Que todo el mundo sepa que no me descalifican por hacer trampas, sino por ser persona», insistía esta madre de cuatro hijos pequeños, de entre 1 y 6 años, y con ceguera congénita (ve un 5% con ambos ojos por una atrofia de nacimiento del nervio óptico), que ha decidido luchar por su medalla enviando a los organismos olímpicos una carta pidiendo una rectificación antes de entrar en litigios. Perder la medalla le supone también no poder acceder a una beca económica, imperiosa para el futuro de cualquier atleta profesional.
Una de las primeras reacciones de unos y otros a lo ocurrido en París fue señalar directamente al tan aclamado espíritu olímpico. Ese que aboga por la solidaridad, la amistad y el juego limpio; ese que promueve un mundo mejor a través del deporte. «El Olimpismo se propone crear un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto por los principios éticos fundamentales universales», reza la Carta Olímpica. ¿De verdad?
Elena Congost y Mia Carol llevaban tres minutos de ventaja a la siguiente pareja y les faltaba muy pocos metros para llegar a la meta. Por si alguien lo pensaba, no, no necesitaban trampas para colgarse un bronce que ya celebraban tras recorrer los 42 kilómetros de la prueba.
«Mi reflejo, mi instinto era ayudar a alguien que se estaba cayendo». «Lo volvería a hacer», confesaba. Pero el artículo 7.9 del reglamento paralímpico es claro: obliga a que guía y atleta no se suelten y corran unidos so pena de la descalificación del atleta.
La solidaridad de esta mujer con discapacidad, deportista de elite y madre de familia numerosa, ha dejado mella. Y eso que fue su marido, Jordi Riera, al que conoció cuando el gimnasta profesional vivía en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat, quien le picó para volver tras nacer su cuarto hijo. Llevaba ocho años alejada de la competición internacional para primar su faceta familiar, después de colgarse el oro en la maratón de los Juegos de Río 2016 y la plata en los 1.500 metros de Londres 2012.
En algo más de un año, con esfuerzo, constancia y empeño, consiguió formar parte de la delegación española que ha conquistado 40 medallas en los Paralímpicos de París 2024. Un medallero que, aunque lejos de los 107 metales logrados en Barcelona 92 (34 de oro, 31 de plata y 42 de bronce), rebosa méritos como el de la nadadora aragonesa Teresa Perales, con un último bronce que le iguala a las 28 medallas logradas por Michael Phelps.
Tanto Teresa Perales como Elena Congost son dos ejemplos de deportistas olímpicas a las que admirar, cuya trayectoria profesional no ha sido nada fácil hasta llegar a lo más alto del deporte. Atrás queda un camino plagado de retos y batallas que las ha convertido en auténticas luchadoras.
No es de extrañar que Elena Congost haya decidido librar un último combate contra los estamentos olímpicos. Y que lo haga muy bien acompañada. Juan Louis Dupont es un conocido letrado en el mundo del fútbol por protagonizar el llamado caso Bosman, que revolucionó el mundo de los fichajes y permitió la libre circulación de los futbolistas extranjeros de la Unión Europea.