Diría que aquí nos sobran casi todos los jueces, políticos y curas, que con sólo Almodóvar perorando ante un premio de nata y fresa (él sostiene y eleva los premios como un cáliz de helado ante una vitrina de sabores color pastel), ya con eso tendríamos toda la justicia, la ideología y la moral que necesitamos. Pero debe de ser que la democracia es precisamente que Almodóvar y Sánchez no sean jueces ni caudillos, y que ni siquiera Bolaños, aunque parezca hecho todo de oblea y encajito, hable en nombre de la divinidad. Sólo los jueces pueden juzgar y hacer esas otras cosas y latinajos de jueces, dice nuestra Constitución al menos entre telediario y telediario. Y eso tiene que ser así aunque reste brillo a nuestras estrellas cinematográficas de ceñido pantalón (me refiero a Sánchez), a los ministros con macillo o hisopo, y a la imaginación de los mil fontaneros de la Moncloa, que hacen alrededor de Sánchez coros concéntricos de jerarquías, ocupaciones y cabezadas como ángeles o mosqueteros. Sea Begoña Gómez pichona o pájara, lo que no puede ser un presidente de Gobierno es Almodóvar vestido de muffin ni un césar zangolotino subido a un taburete.

Decida lo que decida la Audiencia de Madrid sobre el caso Begoña y el juez Peinado, Sánchez ya se ha subido al taburete con gorro de barquito de papel y así se ha quedado, con la espada de madera y zapatos de payaso, que decía Sabina de aquel interno de Ciempozuelos también enamorado, en este caso de la Cibeles. Yo creo que lo mejor para Sánchez, en realidad, es que el caso siga intacto en esas manos arácnidas del juez Peinado, porque si no nuestro enamorado con armadura de papel de estraza se va a quedar sin argumento, sin complot, sin blasón y hasta sin taburete. El numerito de Sánchez, con soponcio, retiro, juramento de Escarlata O’Hara de que nunca volverán a tocar a su Pichona, y amenazas e iniciativas legislativas, requiere una gran trama, una gran conjura fachosférica que no puede terminar en la primera instancia superior como en la primera esquina con semáforo, como cuando perdimos a Puigdemont.

Lo que ha hecho Sánchez, lo que sigue haciendo, no se justificaría por un solo juez malvado, pongamos Peinado, con mella de oro bajo el latín y gato negro bajo la mano. Si sólo se tratara del juez Peinado, Sánchez, seguro de la inocencia de su señora, se habría limitado a manifestar su confianza en la Justicia y la intención por su parte y la de su santa de colaborar para esclarecerlo todo. Quizá habría interpuesto sus recursos o sus querellas, con todas las campanadas a su alcance, pero no habría convertido la cosa en ese gran contubernio nacional de fango e hilo fino que quiere derribarlo. Todos esos poderes oscuros no se pueden quedar en un solo juez con peluquín e inquina, y no puede revertirse la cosa en la Audiencia Provincial, como si la gran traición, y por ende el gran llamamiento y la gran cruzada de Sánchez se quedaran en el guardia municipal.

Si sólo se tratara del juez Peinado, Sánchez, seguro de la inocencia de su señora, se habría limitado a manifestar su confianza en la Justicia y la intención por su parte y la de su santa de colaborar para esclarecerlo todo»

Más vale que todo siga así, con el contubernio en marcha, mecánico, implacable y sutil, con esa cosa de costureras pedaleando en la máquina de coser, entre el frufrú, el rezo y el descuartizamiento, que deben de tener esos jueces que trabajan para el mal sin descanso y puede que hasta sin lubricante, con los muslos escocidos bajo la toga. Más vale que todo siga así, en la batalla por la democracia y el honor, porque un solo juez malvado, equivocado, torpe, despistado o gagá haría que Sánchez pareciera un paranoico peligroso. Sí, alguien a quien le han tocado a su señora, como si se tocara un intocable cisne real, y eso fuera suficiente para desatar la más terrible de las venganzas, no sólo contra un juez que parece un árbitro de futbito sino contra la Justicia, contra la prensa y contra medio país convertido en hatajo de traidores. A mí me sigue pareciendo más probable esto que lo de la conspiración, como si hiciera falta una gran trama para que a Sánchez lo acosaran su propia corrupción, sus propias mentiras y sus propios modos.

Lo mejor para Sánchez es que todo siga más o menos igual, que si no le van a estropear el relato, la defensa y la heroicidad. Pase lo que pase, Sánchez queda mal, como un tiranuelo airado, tirado en su colchón con lira y uvas, al que le tocaron el ego y no le importó acabar con toda la credibilidad de nuestra Justicia ni poner a nuestra democracia a la altura de los cocoteros, donde está él ya. Si todo sigue adelante, la teoría del complot se podría seguir usando pero se iría haciendo cada vez más gorda y más increíble, como esas conspiraciones que terminan en extraterrestres de Raticulín o de Langley metiéndoles sondas anales a granjeros de Texas. Si la Audiencia corrige a Peinado o le quita el caso o el cisne, hasta Sánchez debería reconocer que, simplemente, la justicia funciona con normalidad. Todo sistema es mejorable, pero hay que recordar que aquí han caído pichones más gordos que su pichona, incluyendo millonetis varios, ministros de Aznar en góndola y hasta el yerno espabilado del rey de esta España juancarlista. No sé qué haría por entonces, la verdad, la derecha judicial.

Ocurra lo que ocurra, sea Begoña pichona o pájara y tenga la cosa reproche penal o no en una medida o en otra, o en un sentido o en otro; ocurra lo que ocurra, en fin, será porque lo han decidido quienes tienen que decidir esas cosas, los jueces. Eso es lo que tendría que haber dicho, desde el primer momento, un presidente del Gobierno civilizado en un país civilizado. Al fin y al cabo, Almodóvar administrando toda la justicia, la moral y la ideología de España vestido de tucán es casi inofensivo, como un santo con su feligresía fiel, fija y descaminada. Pero Sánchez no es Almodóvar vestido de muffin o de Elton John, sino un caudillo de ego frágil subido al taburete, ridículo pero peligroso, como nuestra solemne cabra nacional y trompetera. Y ya nada lo va a bajar de allí hasta que se acabe esta larguísima función.

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